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ANA LUZ LA NIÑA QUE NO QUERÍA SER BRUJA

JUAN COLETTI





                                                           
                                                                       

                                                                       A  mis hijos
                                                                        María Soledad y León
                                                                        brujitos de la luz,
                                                                        encantados y traviesos,
                                                                       que han hechizado mi vida
                                                                       con la magia de su amor.
                          
                                                                       Córdoba, Marzo de 1979.

                                                                                      EL AUTOR
                                







Capítulo 1

CASAMIENTO DE CATINGA Y CABALANGO

         
          Sandunga, la Bruja Suprema de las Sierras Grandes,  sentada sobre un trono tallado en la piedra, esperó que los novios se tomaran de la mano para decirles con una potente voz que resonó en la oscuridad de la noche:
          -Catinga em Cabalango, ¿manga tengue pinti?
          Ellos respondieron en medio de estridentes carcajadas:
          -Melen kili tungu amamba Sandunga.
          La ceremonia nupcial se celebraba,  bajo la luz opaca de la Luna, para unir en matrimonio a dos jóvenes brujos de las sierras. Hablaban en puncum, el idioma secreto de los magos, para que ningún ser humano pudiera comprender  el significado de lo que decían.
          Lo que Sandunga había preguntado quiere decir: “Catinga y Cabalango, ¿se aceptan mutuamente como esposos?”, a lo que los novios habían respondido: “Deseamos, bruja Sandunga, estar unidos para toda la vida”.
           La novia, flaca y alta, estaba vestida de rojo, con un flor de cacto prendida en sus despeinados y largos cabellos. El novio, igualmente feo, era gordo y bajo, semejante a un sapo por sus enormes ojos saltones y una abultada barriga. Parecían felices y se miraban tontamente, intercambiando guiñadas y bruscos empujones que la concurrencia festejaba con grandes carcajadas y gritos.
          Para completar el curioso rito, Sandunga descendió lentamente del sitial con un cuerno en su mano derecha, lleno de cuncuncolo, la bebida que los magos toman una sola vez en la vida, después de un juramento de amor.
          La Bruja Suprema se aproximó a los novios y les dijo:
          -Tibi longo curcum Cabalango em Catinga. Bamba leben pili. (Les deseo larga vida, Cabalango y Catinga. Sean buenos brujos).
          Sandunga empinó el cuerno y bebió unas gotas de la mágica poción, luego hizo lo mismo Catinga, después Cabalango y de inmediato cada uno de los numerosos invitados. A una señal dada por la más poderosa de las brujas, comenzaron a salir de la cueva donde se había efectuado la boda, hacia un amplio corredor de piedras lajas que terminaba abruptamente en un profundo abismo.
          Tendieron unos largos y rústicos manteles sobre los que sirvieron los sabrosos manjares que comen los seres encantados: carne de quirquincho asado, huevos de víbora, refrescos de tuna, leche de higuera, cola de iguana con salsa de miel de la abeja camoatí, ranas fritas en grasa de caballo, truchas del diablo cocidas al limón, jugo de carqueja amarga y muchas otras exquisiteces.
          Vinieron después los músicos portando rústicos instrumentos y armaron, sobre una especie de escenario de mármol gris, una improvisada orquesta que tocó el conocido Vals de la Maldad, la Polca de los Duendes y, a pedido del público, la Zamba  de la Noche Tenebrosa, para que bailaran los novios y los padrinos.
          Sonaba por el ancho Valle del Silencio, que estaba al pie de las altas montañas, el desordenado ruido de la música y la agorera voz de los cantores, cuando un grito prolongado, semejante al aullido de un perro salvaje, llenó el aire de la noche paralizando el corazón de los asistentes. Aunque la comunidad estaba acostumbrada a una vida perversa y cruel, aquellos alaridos parecieron desconcertarlos. Repentinamente, todos hicieron un temeroso silencio.
          Levantaron la vista y vieron descolgarse del cielo la negra silueta de Catanga, la Bruja Solitaria, que  llegaba montada en su veloz escoba voladora. Se detuvo defensivamente a unos pocos metros de la reunión y gritó:
          -¡Brujos malditos! ¿Por qué no me invitaron? ¿Qué significa esta ofensa?
          -No mereces estar aquí – le  contestó Catinga, la joven desposada-, porque eres una bruja huraña, sin familia ni amigos. Vete, aquí nadie te quiere. ¡Fuera de mi fiesta!
          -Es verdad –agregó Cabalango con gestos de amenaza -, no te queremos. Tu  presencia nos hace daño. ¡Fuera!
          Sandunga, la Bruja Suprema, se mantenía en silencio, como si se negara a participar en la discusión.
          -No podemos confiar en ti, Catanga –dijo Urutango, un mago tucumano que tenía el aspecto de un lobisón-, hay quienes podrían jurar que hablas con los humanos que viven en la luz.
          -¡Y los ayudas! ¡Proteges sus majadas! –agregó la adivina Pomona, que tenía el aspecto de una diminuta ranita verde.
          -Tienes misericordia en tu corazón y eso está mal en una bruja.
          -Eres orgullosa y sabes demasiado – vociferó Copina-, eres un peligro para nuestras familias.
          -Desobedeces a nuestra Soberana. ¿Quién te crees que eres, maldita?
          -Te odiamos y deseamos tu muerte. Ojalá nuestros hijitos, aquí presentes, jamás  hubieran conocido  tu imagen despreciable.
          La Bruja Solitaria los escuchaba con una sonrisa burlona. Cuando terminaron de insultarla y amenazarla, se aproximó al grupo y con gesto desafiante le dijo:
          -Me tienen sin cuidado sus provocaciones, gentuza del infierno. No es a ustedes a quienes debo dirigirme sino a  esta ridícula  pareja de recién casados.
          -¿Qué?
          -Sí, a ustedes dos. Escucha bien, presta mucha atención a lo que voy a decirte, horrible bruja Catinga, y tú también, asqueroso Cabalango. Jamás se olvidarán de mí mientras vivan.
          Un siniestro silencio cubrió repentinamente el lugar. Nadie se atrevió a decir una palabra ni moverse. Docenas de espíritus de la noche parecieron quedar congelados, con sus bocas abiertas, mientras la Bruja Solitaria, apuntando con su largo dedo índice a los novios, les dijo:
          -Yo, Catanga, el espíritu viviente más antiguo de estas altas montañas, los condeno a vivir, durante siete años, completamente solos.
          -¿Qué estás diciendo? – dijo Cabalango.
          -Vivirán solos pero, al cabo de siete años, tendrán una hija.
          -¡Oh! –,  exclamó Catinga, emocionada, cruzando sus brazos sobre el pecho-. ¡Una hija!
          -Espera – le advirtió Catanga-, aún falta lo mejor.
          -¿Qué quieres decirme?
          -Tu hija no tendrá una nariz larga y huesuda como tú, Catinga, ni tus ojos saltones, Cabalango.  Su piel no será rugosa y gris como la tuya, apestosa novia, y tampoco esos dientes rotos y torcidos de ese cerdo que has tomado por esposo.
          -Por favor, no sigas hablando.
          -La niña tendrá – continuó la Bruja Solitaria- un cuerpo delicado, tibio y perfumado. Su boca será fresca y rosada, sus dientes perfectos y alineados como un collar de perlas. Nada será comparable a su belleza y dignidad. Tendrá una cabellera castaña, larga y sedosa, y un par de ojos verdes y luminosos.
          -¡Basta! ¡Basta! –, gritó Catinga, desesperada, tirándose de los pelos-. Díganle que no siga hablando. Oblíguenla a callar.
          -¿Como sabes, Catanga, lo que estás diciendo? –, intervino la Bruja Suprema con su voz grave y áspera-. ¿Cómo te atreves a predecir con tanta seguridad?
          -Todo cuanto he dicho sucederá y nada ni nadie podrá modificarlo –respondió Catanga-. He mirado el futuro de estos esposos en el  Espejo de Oro de Taninga, la Niña Encantada que vive en la laguna profunda, allí donde ninguno de ustedes podría entrar sin perder su miserable vida.
          Un coro de voces asombradas y temerosas surgió en la noche y se expandió haciendo eco en las profundidades montañesas.
          -Eres mi gran enemiga –  gritó Sandunga, aproximándose en actitud amenazadora-, y te advierto que no permitiré que sofoques a mi gente. Alguna vez cometerás un error y te sorprenderemos. Cuando llegue ese momento no tendré piedad de ti, te destrozaré el corazón, te borraré para siempre de nuestra presencia.
          -No me digas, bruja de este pueblo de bestias – respondió Catanga riendo-, lo que sólo yo sé. Vendrán días terribles para todos ustedes y entonces lamentarán haberme despreciado.
          -Por favor, vete de aquí –suplicó Cabalango-. Apártate de nosotros,  espíritu de la soledad.
          -Me iré, pero antes voy a decirte, egoísta Catinga, algo que te hará doler el corazón el resto de tu vida.
          -¿Qué? ¿Qué podría hacerme más desdichada?
          -Tu hija renegará de las tinieblas, amará la luz y se negará a ser una bruja de la noche como tú.
          -¡Oh! – dijo Catinga, y pegando un doloroso gritó cayó desmayada.
          Catanga hizo un chasquido con los dedos y al momento su larga escoba voladora, que estaba recostada sobre una piedra, se aproximó a su dueña, rozando levemente el ras del suelo. La Bruja Solitaria se cubrió con un chal negro, montó en su máquina y soltando una burlona carcajada  desapareció en la penumbra de la noche, en dirección al Cañadón de las Ánimas, donde estaba su oculta morada.
          Así, con este grave incidente, concluyó el casamiento de Catinga y Cabalango, aquella noche, iluminada por la luz amarillenta de la Luna. Uno a uno, las brujas y magos arroparon a sus hijos para protegerlos del frío de la madrugada y se dispersaron rumbo a sus ocultas madrigueras.
          La última en partir fue Sandunga, que cubría sus brazos y cuello con víboras venenosas a modo de joyas, y era servida por una corte de pequeños duendes, esos relampagueantes hombrecillos que viven en las entrañas de la tierra. Montó en su escoba y alzando una mano, dijo a los recién casados:
          -Olviden lo que dijo esa vieja loca. Juntos somos más poderosos que ella y pronto la cazaremos como a una rata. Todos los que nacen en nuestra comunidad se convierten en brujos orgullosos y terribles. Durante siglos nada ha cambiado. Así somos y así continuaremos siendo por siempre jamás.
          Catinga y Cabalango permanecían de pie, tomados de la mano, esperando  el saludo de despedida de la Bruja Suprema.
          -Lobú anda trenke. (Adiós, hijos míos).
          -Lobú, Sandunga – repitieron los jóvenes desposados viendo como la imagen temible de Sandunga se fundía en las tinieblas del oeste montañés.
         

Capítulo 2
SÚPLICAS A CATANGA

          Pasaron varios años, calurosos veranos y fríos inviernos en las Sierras Grandes. Catinga y Cabalango permanecían en completa soledad pues la vida se negaba a darles descendencia. Ellos, como los otros brujos, querían tener muchos hijos para enseñarles las artes de la magia, volar en silenciosas escobas, robar y mentir, y odiar a los seres que viven en la luz.
          No podían olvidar los insultos y maldiciones que Catanga les había echado por no haberla invitado a su casamiento. Al principio se consolaban pensando que la Bruja Solitaria era una vieja loca y enferma que se complacía en inventar cuestiones sobre el futuro de los seres vivientes.
          Pero, con el correr del tiempo, a medida que pasaban los años, la falta de hijos aumentó la tristeza de la pareja y la certidumbre de que aquélla tenía en realidad verdaderos y ocultos poderes  que ni la misma Sandunga se atrevería a controlar.
          Cierta noche, mientras ambos se encontraban tomando mate a la entrada de su cueva, mantuvieron este diálogo:
          -Catinga, durante mucho tiempo he pensado que tal vez sería conveniente visitar a la bruja Catanga y conversar con ella.
          -Yo también he tenido los mismos pensamientos, Cabalango, pero no creo que esa vieja maldita nos escuche. Sólo atinará a lanzarnos nuevos insultos y amenazas. ¿Qué ganaríamos con ello?
          -Eso es normal, esposa mía. Ella es una bruja malvada y vengativa, tanto como nosotros lo somos. Si nos maldice, haremos lo mismo; si nos amenaza, la provocaremos; si vemos que está arrepentida, la humillaremos.
          -¿Crees que resultará fácil convencerla?
          -No perdemos nada con intentarlo. Primero le vamos a decir que estamos afligidos por no haberla invitado a nuestra boda, que el remordimiento por haberla ignorado nos está destrozando.
          -¿Qué haremos si no se conmueve ante esos argumentos?
          -Nos pondremos a llorar.
          -¿A llorar? ¿Estás loco? Jamás lloramos. ¿Puedes decirme de dónde sacaremos las lágrimas?
          -No me has entendido, Catinga. Simularemos el llanto para ablandar su corazón.
          -¡Ah! Ahora entiendo. Nunca imaginé que fueras tan inteligente, Cabalango.
          -Cuando nos vea lamentándonos, su corazón se hará dulce y comprensivo. Le suplicaremos que retire su maldición hablándole así: “Bruja Catanga, no deseamos tener una hija hermosa como tú aseguraste que sería, sino fea y horrible como nosotros. Somos brujos y deseamos tener descendientes deformes y malvados como corresponde a una digna familia de hechiceros”.
          -Me gusta lo que has dicho, Cabalango. Así se habla. No vamos a permitir que una vieja chillona arruine nuestras vidas.
          La noche era tersa y cálida y apenas se distinguía en el cielo una delgada Luna en menguante. Pensaron que tenían tiempo suficiente para hacer el viaje a pie, en lugar de hacerlo por aire, y llegar al Cañadón de las Ánimas al filo de la medianoche.
          Descendieron por la inclinada ladera del Cerro de las Brujas, cruzaron el Valle del Silencio y en pocas horas estuvieron en las   proximidades de la cueva de Catanga.
          La Bruja Solitaria estaba sentada en compañía del viejo vidente Agugango, que tenía el aspecto de araña pollito, y de la curandera santiagueña Ashpa Puca, que podía tomar el aspecto de un águila o de un cerdo pecarí, según le conviniera, tejía un poncho con dos agujas de plata. Conversaban animadamente y de tanto en tanto se escuchaba alguna risa cuando divisaron a los dos viajeros que se iban aproximando. Catanga de inmediato se puso de pie y les gritó, enfurecida:
          -¿Se puede saber qué diantre hacen en este lugar? ¿No saben que este territorio es mío? ¿Nadie les dijo sobre los peligros que corren por haber traspasado los límites sin mi permiso?
          -No te enojes, querida Sandunga – respondió Cabalango  haciendo un gran  esfuerzo por parecer amable.
          -Venimos a verte, amiga y compañera – añadió Catinga con una forzada sonrisa-, para decirte cuánto te admiramos por todo lo que sabes. Eres una bruja perfecta e invencible. Siempre lo decimos, ¿verdad, Cabalango?
          -Sí, sí, es la pura verdad.
          -Quiero que sepan, pareja de idiotas, que soy una bruja difícil de convencer. Además estoy ocupada con mis compadres Agugango y Ashpa Puca conversando  sobre asuntos mucho más importantes, de modo que pueden volver por donde vinieron. No tengo nada que agregar a lo que hace varios años  les dije a ambos. ¿O acaso se han olvidado?
          -Por favor – dijo Cabalango echándose a llorar-, escucha nuestras súplicas, poderosa hechicera. Te rogamos que nos perdones por haberte humillado delante de nuestro pueblo. Ya han pasado cinco años desde la noche de nuestro matrimonio y aún no hemos podido tener hijos a causa de tu maldición. ¿Lo has olvidado?
          -Es verdad – intervino Catinga con sus ojos llenos de lágrimas-, queremos tener hijos repugnantes y grotescos, malcarados y perversos como nosotros, que sientan el orgullo de ser auténticos brujos. No deseamos tener una hija hermosa que se avergüence de su familia.
          -¿Por qué piensan de ese modo? ¿No tienen alguna otra idea en sus estúpidas cabezas? -. Preguntó Catanga mirándolos burlonamente.
          -¿Serías feliz si tuvieras una hija bella y dulce?
          -Tengo más de doscientos años de edad –respondió Catanga-. Ya no puedo tener hijos pero, si fuera joven como tú, lo pensaría.
          -¿Cómo puede decir semejante barbaridad una bruja poderosa como tú? ¿Acaso reniegas de tu raza o estás loca?
          -Lo digo para hacerte sufrir, mala hierba. Sólo deseo que sigas llorando y suplicando porque no cambiaré una palabra  de lo que te dije en tu noche de bodas. Ahora que estás nuevamente en mi presencia, aprovecharé para volver a decirte que  tendrás una hija cuya belleza y bondad serán únicas en estas elevadas montañas. Será tan hermosa que a su lado ustedes parecerán una pareja de monstruos torpes y ridículos. ¿Escucharon?
          -Sí, bruja Catanga, hemos oído tus palabras y entendemos que te niegas a atender nuestras súplicas. ¿Verdad? – dijo Cabalango poniéndose rojo de furia.
          -Estás en lo cierto, gordo ignorante. Nada cambiará, aunque te mueras de odio.
          -Entonces nosotros también te maldecimos, bruja dañina y fea. Deseamos que tu escoba voladora se haga mil pedazos cuando estés en lo más alto del cielo y caigas sobre  el fuego de un volcán. Todas las noches nos acordaremos de ti y te enviaremos malos pensamientos hasta que te mueras de dolor.
          -Ja, ja, ja. Miren lo que hago, brujos ordinarios. Jamás en sus miserables vidas ustedes podrán provocar un fuego semejante – dijo la Bruja Solitaria echando un puñado de polvos mágicos sobre el fuego que estaba frente a su cueva.          
          Las bruscas llamaradas  iluminaron las altas montañas y llenaron de espanto a Catinga y Cabalango que huyeron despavoridos como si los persiguiera el mismo diablo.
          Catanga hizo un ademán y en un instante el fuego se apagó. Tomó al vidente Agugango  entre sus manos y le dijo:
          -Sin proponértelo, acabas de ser testigo de mis ocultos poderes. Aunque siempre te he considerado un  buen amigo, te transformaré para que jamás me traiciones ante Sandunga.
          La Bruja Suprema sopló sobre la araña y ésta,  al momento, se transformó en una inquieta mariposa nocturna.
          -Vamos adentro, comadre Ashpa Puca. Está refrescando y es hora de irnos a dormir.


                                                    Capítulo 3

EL NACIMIENTO DE ANA LUZ


          Pasaron siete años desde la noche en que la Bruja Catinga y el mago Cabalango habían contraído matrimonio. La Bruja Solitaria les había anunciado que tendrían una hija muy especial, pero ellos se mantenían confiados y felices con la idea de que la maldición no se cumpliría.
          Habían ensanchado la cueva y fabricado una pequeña cuna de madera de caldén para el futuro bebé. Les parecía un negro sueño que la familia aumentara después de haber perdido toda esperanza. Estaban seguros de que las profecías de Catanga ya no se cumplirían.
          -Ojalá que sea un niño tan feo como tú – dijo Cabalango riendo a carcajadas y mostrando sus negros dientes.
          -Yo deseo con todo mi corazón que sea una niña horrible como yo y tan canalla como su padre – contestó Catinga. Sus gritos y risas resonaron por el amplio valle.
          Estaban sentados tomando el aire fresco de la noche y desde allí podían contemplar las lucecitas que empezaban a encenderse por todos los rincones de las sierras.
          -Nuestros amigos se están preparando para esta noche – dijo el mago gordinflón-. Todos han sido invitados para que nos acompañen en este momento maravilloso de nuestras vidas. ¿Te sirvo otro mate?     
          -Gracias, ya he tomado lo suficiente. Espero que las visitas no demoren en llegar porque creo que nuestro hijo estará con nosotros en cualquier momento – dijo Catinga  acariciando su panza.
          Apenas las estrellas formaron en el cielo el signo mágico de la medianoche, se escuchó el canto del Gallo del Diablo, y un momento después voces que venían de lejos y el bisbisear de las escobas de los brujos y hechiceros  que lentamente iban trepando las laderas del Cerro de las Brujas.
          El ancho patio de piedras lajas se fue colmando de invitados que venían de las Sierras Grandes y también de muchos otros territorios encantados, desde el lejano y frío sur al cálido norte, desde las planicies del Cuyum en   el   oeste a las tierras húmedas del litoral  surcadas por ríos caudalosos.
          La bruja Chuchucuarana y el mago Tatón  venían de los cerros de El Portezuelo trayendo sabrosas tortas con chicharrones y ponchos de vistosos colores. Posadas sobre un árbol  esquelético se veía a Samuhu y Quitilipi, dos brujas que habitan en las selvas chaqueñas y que adquieren, cuando viajan, la forma de coloridos papagayos. Sobre las llamas de un brasero de bronce podían verse las ondulantes apariencias de Quipán y Talamuyuna, las rojas salamandras que viven en Mina Delina, en los cerros riojanos, conversando con Cululú y Caraguatá, espíritus malignos del río Paraná que en el agua tienen aspecto de sirenas y cuando viajan toman la forma de esbeltos patos siribí. Apartados en un rincón, haciéndose arrumacos, estaban dos agresivos brujos sanjuaninos, Calilehua, joven y rubia, y Malimán, su esposo, que venían desde la región del Zonda portando sus infaltables odres de vino tinto.
          El paso lento de dos cuadrúpedos que se acercaban resoplando por el esfuerzo de la trepada, detuvo por un momento las ruidosas conversaciones. Eran Huchula  y Huiñaj, hermanas mellizas que viven en  los espinosos bosques santiagueños y que siempre van y vienen a lomo de burro.
          -Hay muchos accidentes aéreos – dijeron hablando al mismo tiempo, como era su mala costumbre-, por eso preferimos viajar por tierra.
          Copina y Quilino, los mejores amigos de los dueños de casa (que, además, habían sido los padrinos de casamiento), también estaban presentes, acompañados por su hijo Bombo, un brujito malvado y mentiroso que estaba continuamente rompiendo cosas y gritando por cualquier motivo.
          Tulumba, la bruja partera, entraba y salía de la cueva  pronunciando extrañas palabras a media voz. Ella era la única autorizada por Sandunga para acompañar la llegada  de los recién nacidos al mundo de los brujos y por ese motivo  recibía continuas muestras de respeto y admiración.
          Cabalango servía refrescos de tuna y mates con tomillo, procurando mantener el tono festivo de la reunión, diciendo a cada rato palabrotas y chistes de mal  gusto que todos festejaban con estúpidas risotadas.
          Esta era una de las viejas costumbres del pueblo brujo de las Sierras Grandes. Cada vez que alguien hacía una broma, los demás vigilaban para que nadie dejara de reír y festejar del modo más grosero posible.
          Justo en el momento en que Cabalango acababa de decir uno de sus peores chistes, apareció Tulumba en el marco de entrada a la caverna y dijo con voz pausada:
          -Comunidad de brujos, hechiceros, hadas malignas y adivinos, clarividentes, magos y encantadores de nuestra gran nación, amigos invitados, aprendices de la escuela secreta, niños y niñas. Como bruja partera, debo informar que Catinga acaba de tener una hija.
  En ese mismo instante se escuchó el llanto de un recién nacido.
          -¡Oh! ¡Oh! – dijeron todos a coro mostrando la O redonda de sus bocas asombradas.
          -¡Una hija! ¡Es una niña! ¡Ha nacido una bruja!
          -Felicitaciones. Comencemos a brindar – dijo Malimán.
          -Bien dicho, amigo, aquí tengo  aguardiente de piquillín para todos –gritó Quilino que ya estaba bastante borracho.
          La hechicera tucumana Yacuchina y su esposo Yonosongo, que tenían la apariencia de ancianos bondadosos y eran en realidad dos sombras del mal, se pusieron de pie. El  viejo dijo:
          -Deseamos que sea fea y malformada como su madre. Que tenga ojos saltones y redondos como su padre.
          -Sí, hermana comadrona – agregó Calilehua, mostrando su boca sin  dientes-, muéstranos a ese repugnante bicho de las tinieblas que acaba de nacer.
          Tulumba hizo una señal con su mano para que hicieran silencio. Una pausa cargada de malos presagios imprevistamente cubrió a la asombrada concurrencia.
          -Lamento decirles – dijo la vieja curandera- que están completamente equivocados. De ninguna manera es como ustedes lo desean. Acaba de  llegar a estas altas y siniestras montañas, una niña hermosa, dulce y perfecta como jamás he visto  en mi larga vida. Su cuerpo es suave y aromático como la piel del durazno silvestre, sus ojitos verdes como las hojas del cedrón, sus delgados cabellos parecen un trigal que brota bajo la luz de las estrellas.
          -¡Maldición! – gritó  Cabalango, haciendo pedazos una silla-. ¡No puede ser verdad! ¿Qué está pasando?
          -He consultado el Pirka Taragoto (Libro de los Signos) – continuó Tulumba-, y no tengo dudas acerca del nombre. Nuestra recién nacida se llamará Ana Luz,  un nombre extraño para nosotros. Sin embargo. El oscuro destino quiere que sea así y no de otro modo. Nada ni nadie podrá modificarlo. Les pido que tengan comprensión. Lo que ha sucedido está más allá de nuestro entendimiento.
          La concurrencia se  inquietó con la insólita noticia y después de un momento en que parecían no saber qué decir, cada invitado empezó a insultar a Catinga y Cabalango con las palabras más inmundas que se pueda imaginar.
          -Son ustedes un par de brujos imbéciles, indignos de vivir en nuestra comunidad.
          -Me siento avergonzado de ser amigo de esta familia.
          -¡Tantos kilómetros recorridos en vano por culpa de estos miserables!
          -Se lo contaremos a Sandunga. Ya mismo volaré hacia su caverna.
          -Sí, le pediremos a la Bruja Suprema que los castigue, que reciban el escarmiento que se merecen por esta intolerable humillación.
          -Ojalá que eduquen a esa niña para que llegue a ser una auténtica bruja porque, si no es así, los echaremos a patadas de estas montañas.
          -¡Qué descarados! ¡Miren ustedes en que terminó la fiesta!
          -¡Qué tiempos vivimos! Antes, se acuerda usted, comadre adivina, la gente era más perversa, dañina e inmoral. Estamos en plena decadencia.
          -Es verdad, lo que usted dice es  la pura verdad. ¡Qué futuro incierto espera a nuestros hijos!
          -Vamos, niñitos. Regresemos de inmediato, no vaya a ser que la luz del sol nos sorprenda por el camino.
          -Esa sí que sería una desgracia.
          Era casi el amanecer. Como una estampida de violencia, el cielo se llenó de espectros voladores que procuraban esconderse en las oscuras grutas de las montañas. Sobre el patio de lajas quedaban restos de comida, recipientes de terracota, algunos trapos  y otras suciedades  que los enfurecidos invitados habían abandonado.
          Cabalango tapó cuidadosamente la entrada de la cueva. Se abrazó a Catinga y lloró amargamente su desdicha. Ajena a lo que sucedía a su alrededor, la pequeña Ana Luz dormía plácidamente en su cunita.


Capítulo 4

LA PRIMERA ESCOBITA VOLADORA


          Apenas cumplió un año de vida, Ana Luz aprendió a caminar y a decir sus primeras palabras. Catinga y Cabalango, a pesar de que la niña era cada día más hermosa, empezaron a quererla pensando que, en compensación, harían de ella una brujita fuerte y pendenciera y con la firme y permanente esperanza de que con el correr del tiempo se volvería tan fea como ellos.
          Ana Luz recorría la cueva y los alrededores en medio de la más impenetrable oscuridad nocturna, logrando el hábito de distinguir
personas y objetos a gran distancia. Semejantes a los animales que permanecen despiertos durante la noche, los brujos desarrollaban una extraordinaria capacidad tanto para ver como para oír  y de esa manera mantenerse a la defensiva ante cualquier ataque sorpresivo.
          La noche del primer cumpleaños de la niña, el mago Cabalango invitó únicamente a sus amigos y vecinos Copina y Quilino y al pequeño Bombo, ya que los demás brujos seguían enojados con ellos desde la noche del nacimiento de su hija.
          -Ven – dijo Copina, desarmando un paquete-, mira lo que te hemos traído como regalo de cumpleaños.
          -¿Qué es eso, mamá?
          -Una escobita voladora. A partir de hoy podrás usarla cuando quieras.
          La niña se aproximó dando cortos pasitos y cuando vio la máquina mágica de volar, se detuvo y se puso a llorar.
          -¡Oh! ¿Por qué lloras de ese modo? Todas las niñas buenas aprenden a volar cuando cumplen su primer año. Ven, súbete a ella. Anímate, no tengas miedo.
          -No, no y no –dijo Ana Luz, ocultándose en un rincón de la profunda caverna.
          Catinga la tomó de un brazo y le dijo severamente, mientras la arrastraba hasta el patio de lajas:
          -No seas tonta, Ana Luz. Sube a tu escobita y vuela un poco. No muy alto por hoy, para que no te marees. Mira, ve hasta aquella roca y vuelve  hacia nosotros, lenta, muy lentamente.
          -No, mamita. Tengo miedo, no subiré.
          Cabalango se puso furioso porque su hija lo estaba avergonzando delante de su compadre. Tal como era su costumbre, primero trató de ser persuasivo:
          -Si vuelas, aunque apenas sean unos pocos metros, te daremos arrope de jarilla.
          -No me gusta. No voy a volar.
          -Si no me obedeces te daré unos chirlos en la cola. ¿Qué prefieres?
          -No me gusta volar. No me gusta el arrope de jarilla. No y no.
          -¿Qué estás diciendo? ¿Dónde se ha visto a una brujita que no desee volar? Eso es maravilloso. Subir y bajar por el aire como los pájaros nocturnos, ir en un instante a un lado y otro de las montañas. Es verdaderamente mágico, ya lo verás.
          -Yo no quiero ser una bruja.
          -¿Escuchaste lo que dijo tu hija, Catinga? Dice que no quiere ser bruja. ¿Qué te parece?
          -Es muy pequeña todavía y no sabe lo que dice. Tengamos un poco de paciencia, Cabalango.
          -No estoy de acuerdo contigo. A partir de hoy tendremos que ser más severos con nuestra hija. Es muy pequeña pero siempre hace lo que quiere. Es una criatura muy caprichosa.
          -Eso es verdad – intervino la horrible bruja Copina, que estaba escuchando la conversación mientras engullía una pata de rana-, a veces una buena paliza no les viene mal. Mire a Bombo, lo mal que se porta. Es un ejemplo para todas las familias de nuestra comunidad. Nadie tiene como hijo a un brujito tan idiota y malo como él.
          -Cuando yo era un niño –dijo el adivino y cruel Quilino-,  mi padre me daba tantos golpes que la cabeza se me aflojó y aprendí todo lo que un perfecto estúpido debe  saber. Mi padre sí que sabía educar a sus hijos.
          -¡Ja, ja, ja! ¡Eso me parece una gran historia! – gritó Cabalango.
          -¡Oh!, mamita, por favor, no me peguen – dijo Ana Luz envuelta en lágrimas-. Seré una buena niña, pero no me gusta que me peguen en la cola.    
          -Entonces, si no quieres que te castigue, sube de inmediato a esa escoba – la amenazó su padre.
          -Andaré un poquito y nada más -  dijo la niña.
          Ana Luz tomó la escobita voladora, abrió sus piernas y montó. Aguardó un momento con sus ojos cerrados  mientras se aferraba con todas sus fuerzas al palo de la escoba de pichanilla. Lentamente, el juguete volador comenzó a elevarse por el aire hacia uno de los extremos del patio, llegó hasta una saliente en la roca que marcaba la caída al abismo y volvió apresuradamente. Descendió junto a su madre y abrazándose a sus faldas se puso a llorar.
          -No me gusta volar, mamita. Me da mucho miedo.
          -Aprenderás a ser una verdadera brujita o de lo contrario te las verás conmigo – la amenazó Cabalango-. No me conmueven tus lágrimas pero hoy te perdono por ser tu cumpleaños. Basta de discusiones, vayamos a comer.
          Se sentaron a cenar a la luz de una vela amarillenta. Comieron carne de lagarto con huevos de carancho,  salsa  picante y miel de avispas, haciendo ruido con la boca y resoplando en medio de gritos y risotadas.
          -Qué cosa buena es comer y beber, Don Quilino. No existe un placer igual a éste.
          -Tiene razón, compadre Cabalango, no hay nada mejor en la vida que comer y dormir.
          -No trabajar jamás.
          -¿Qué está diciendo? ¿Qué significa la palabra trabajar? No digamos malas palabras en presencia de nuestros hijos.
          -Robar también es divertido. ¿No le parece?
          -Estoy completamente de acuerdo con usted. Hurtar y destruir los bienes ajenos es sumamente placentero.
          -Yo prefiero, como buena bruja que soy, hablar mal de mis amigas y parientes – gritó Copina-. Conozco sus vidas y secretos más íntimos, por eso me temen.
          -En cuanto a mí –dijo Catinga-, nada me causa más satisfacción que transformarme en una víbora lampalagua y asustar a los niños del valle.
          -¡Qué felicidad, amiga mía!
          Así continuaron toda la noche, comiendo y bebiendo sin parar, conversando cosas sin sentido  y hablando pestes de sus conocidos.
          Cuando se dieron cuenta de que ya estaba por salir el sol, cada familia se escondió rápidamente en su madriguera porque, según dice un antiguo refrán que todos repiten en las mágicas montañas, “gudaluga pamba chigasta” (la luz del día transforma y destruye).


Capítulo 5

EL BRUJITO LOCO

          La falta de vocación de Ana Luz por la cultura de los brujos hizo que toda la comunidad que habitaba las Altas Cumbres,  Pampa de Achala y Sierras de Pocho, se burlara despiadadamente de Catinga y Cabalango. Eran el motivo de las peores habladurías y chismes, el más grandioso hazmerreír jamás conocido.
          Todas las noches había, en algún lugar, una reunión informativa para conocer las últimas novedades acerca del extraño comportamiento de la hermosa niña  que no quería ser bruja. No se trataba de un problema menor ya que tener entre ellos a un espíritu subversivo significaba un auténtico peligro que de algún modo tenían que solucionar.
          Pero si aquella gente no visitaba más a los padres de Ana Luz, ¿cómo era posible que tuvieran noticias de ellos? Sin duda alguna, el informante era Bombo, quien se llamaba a sí mismo el Brujito Loco. Tenía en  aquel tiempo  unos trece años y ya había adquirido un gran conocimiento sobre las artes mágicas y la adivinación del pensamiento,  que había  aprendido en la escuela secreta  de Sandunga a la que asistían únicamente sus preferidos, es decir aquellos que eran verdaderos genios del mal y la violencia. Bombo era, además, cobarde, traicionero y de malos hábitos, razón por la cual los niños del pueblo de la noche temblaban ante su sola presencia.
          Quilino y Copina, que también habían aportado lo suyo, iban a todos lados con su hijo y no cesaban de hacer ponderaciones de las pésimas cualidades del temerario brujito, famoso por sus fechorías.
          Ana Luz no quería, jamás, jugar con él, y cada vez que aquella familia venía de visita, se escondía en algún lugar que sólo ella conocía  sin responder a los llamados y amenazas para que compartiera las comidas y las conversaciones.
          En cierta oportunidad, Bombo la descubrió y le dijo en un tono muy parecido a la amenaza:
          -Hace tiempo que estoy esperando conversar contigo. ¿Qué te parece si salimos a dar una vuelta?
          -¡No me digas! Yo sólo quiero que desaparezcas de mi vista. Jamás seré tu amiga, no lo sigas intentando.
          -Vamos a volar un rato, tengo algo importante que decirte.
          -¿Qué harás si me niego?  ¿Irás a contárselo a Sandunga?
          -Le revelaré a tus padres un secreto tuyo. Se morirán de vergüenza cuando lo sepan.
          -¿Qué sabes de  mí, pedazo de puerco? – le gritó Ana Luz, indignada.
          -Soy el único que sabe lo que haces. Ni siquiera nuestra Soberana ha podido descubrirte.
          -No te creo, Bombo. Estás inventando otra de tus famosas mentiras.
          -¡Ah! ¿No me crees? Te diré lo que he descubierto a través de mi mente.
          -No me vengas ahora con que eres adivino.
          -Lo soy, y te lo demostraré. Tú, Ana Luz, cometes una grave falta que Sandunga castiga severamente. Si supieras lo que voy a decirte ya estarías temblando.
          -¿Qué estás diciendo?
          -He logrado saber que sales de la cueva de tus padres durante el día y eso, bien lo tendrías que saber, está completamente prohibido.
          -¿Cómo lo sabes?
          -Porque adivino el pensamiento, niña estúpida, sólo por eso. ¿Te parece poco?
          -No me hagas reír, pedazo de zapallo podrido.
          -¿Quieres que te diga lo que hiciste ayer?
          -Sí, dime lo que hice, demuéstrame tus poderes, no te temo.
          -Tú lo has querido. Ayer saliste de tu cueva, muy temprano, descendiste por la ladera de la montaña y estuviste contemplando un rebaño de cabras que pasta en el  Valle del  Silencio. Estabas sentada a la sombra de unos árboles junto al Arroyo de las Murmuraciones. ¿Es suficiente o debo agregar otros detalles?
          Ana Luz se estremeció. Por primera vez estaba en presencia de alguien que poseía auténticos poderes mentales. Sólo atinó a decir:
          -Es verdad, pero no se lo digas a nadie. Te lo prohíbo, Bombo.
          -No estás en condiciones de prohibirme nada, pero te prometo que guardaré el secreto  a cambio de ciertas condiciones.
          -¿Qué clase de condiciones?
          -Harás lo que yo te ordene. Te enseñaré algunos trucos para que vayas aprendiendo   a ser menos ingenua.
          -Si pretendes enseñarme a decir malas palabras, no las repetiré, grandísimo tonto.
          -Te enseñaré a matar pájaros durante la noche. Sé dónde tienen sus escondites, dónde se recogen a dormir sin saber que nosotros iremos a destruirlos.
          -Jamás mataré un pájaro, jamás lo haría aunque quieran obligarme.
          -¡Ah! ¿No? Entonces les diré a todo el mundo lo que sé de ti, para que recibas la penitencia que te corresponde.
          -Espera un momento, no digas nada, por favor. Voy a pensarlo.
          -Está bien. Esperaré un par de noches antes de hablar con Sandunga, para contarle sobre tus salidas durante el día y sobre otros asuntos que también sé.
          -¿Por qué no me dejas en paz? ¿Qué más puedes saber sobre mí?
          -Estás cometiendo muchas faltas, Ana Luz. Sé que estás aproximándote a Tanti, la niña pastora que cuida sus cabras en el valle. ¿Acaso pretendes tener una amiga humana?
          -Quiero conocer un poco más allá de mis narices, niño idiota. Por eso salgo de mi cueva durante el día. No tengo por qué rendirte cuentas.
          -Recuerda bien, Ana Luz; si hablo te encerrarán y jamás volverás a ver la luz del sol. Estarás tanto tiempo en la oscuridad que al fin te convertirás en un fantasma gris. Ni siquiera te dejarán ver la luz de las estrellas, hasta que te arrepientas y pidas perdón por lo que estás haciendo. Parece que no tienes idea de los crueles escarmientos de nuestra Bruja Suprema.
          Ana Luz se estremeció de solo pensar que pudieran prohibirle vivir aunque sólo fueran unas pocas horas a la luz del día. Desde muy pequeña había descubierto que, fuera de la caverna donde vivía con sus padres,  aparecía una atractiva luminosidad que la llenaba de alegría. Supo después que  la luz era lo contrario de la oscuridad, que el Sol al que tanto temían los brujos, daba vida a las plantas y animales y a los humanos que vivían en los campos y ciudades.
          Posteriormente descubrió un arroyo de aguas frescas y cristalinas donde se bañaba, ciertos animales de cuerpo ágil y cuernos retorcidos, y también la figura de una niña de su misma edad que tenía un perro ovejero que se llamaba Sultán.
          Al término del vuelo durante el cual habían mantenido el brusco diálogo, Ana Luz y Bombo descendieron, montados en sus escobas, en el amplio patio de lajas, justo en el momento en que Cabalango le decía a Quilino:
          -Parece que nuestros hijos han empezado a hacerse amigos. Cuando sean mayores los casaremos y tendremos nietos. ¿No es una buena idea?
          -Falta mucho para entonces, compadre, no nos hagamos tempranas ilusiones. Además, tu hijita recién tiene diez años.
          Ana Luz se dirigió directamente a su rincón sin saludar a nadie, pensando en el grave problema que tenía que resolver.
          -Bombo es un malvado – se decía a sí misma-, y sé que me traicionará en cualquier momento. No quiero que me obligue a hacer cosas feas, pero si me denuncia, estaré perdida. ¿Qué deberé hacer?



Capítulo 6

TANTI

          Ana Luz descendió por la ladera del Cerro de las Brujas hacia el verde  y luminoso Valle del Silencio. Eran aquellos los momentos más dichosos de su vida. Se sentía libre y apartada de los juegos violentos y la ferocidad  de Bombo y los otros niños. Sin embargo, por momentos sentía que una gran tristeza  se adueñaba de su corazón. Le mortificaba ocultar a Catinga y Cabalango  sus alegres paseos pero temía que, confesándolos, se los prohibiesen.
          -Las brujas odian vivir en la luz –pensaba la niña-, porque han sido educadas durante siglos en esa idea. Yo sé,  por experiencia, que la luz representa un modo diferente de vida y no descansaré hasta lograr que mis padres lo comprendan.
          Estaba sentada sobre una roca, con sus pies sumergidos en el agua del arroyo mientras tristes pensamientos entraban y salían de su mente, cuando el ladrido de un perro la sobresaltó.
          -Quieto, Sultán – dijo la niña que se aproximaba  caminando descalza y apoyándose en uno de esos cayados que usan los pastores.
          -¿Quién eres? – preguntó Ana Luz, incorporándose.
          -Me llamo Tanti y como ves soy pastora de cabras. Vivo por allá, donde se divisa aquella columna de humo, en el otro extremo del valle, junto a mi madre y mis hermanos más pequeños.
          Se produjo una pausa. El perro volvió a ladrar, mirando fijamente a Ana Luz.
          -No temas, Sultán no te hará daño. Y tú, ¿cómo te llamas?
          -Mi nombre es Ana Luz y vivo en la cumbre de aquel cerro.
          La pequeña pastora se quedó sin habla. Cuando se recuperó del susto, preguntó:
          -¿Acaso vives en el Cerro de las Brujas?
          -Sí, en ese lugar he nacido y allí tengo mi hogar, junto a mis padres.
          -Entonces, ¿eres una niña bruja? – preguntó Tanti retrocediendo unos pasos.
          -Te ruego, por  favor, que te tranquilices. Es verdad, soy hija de brujos y tal vez yo misma sea algún día uno de ellos. No te alejes, no te haré daño. Sólo quiero compartir tu amistad y jugar contigo.
          -¿Por qué no juegas con los niños de las montañas mágicas? – preguntó  Tanti, todavía inquieta.
          -Son boca sucias, malos y peleadores. No me agrada jugar con ellos. Prefiero estar sola antes que soportarlos.
          -¿Es verdad lo que dices? ¿No estás mintiéndome?
          -Te estoy diciendo lo que siento porque no sé mentir. Quiero ser tu amiga pero si me rechazas no volveré a molestarte. Me conformaré viéndote todos los días desde lejos, como lo vine haciendo hasta hoy.
          -¡Oh, no! –, dijo Tanti, aproximándose unos pasos-. Pensarás que soy una niña malvada, pero no es así. Las gentes del valle recelamos de los brujos de las montañas. Nos asustan con sus gritos durante las noches y roban nuestros alimentos, ponen trampas para cazar a nuestros animales y se ocultan, transformados  en piedras o en extraños animales.
          -Si aceptas mi amistad –dio Ana Luz-, seremos compañeras inseparables. Yo te enseñaré a vencer el horror a las tinieblas y tú me explicarás cómo cuidar cabras y ordeñarlas. ¿Estás de acuerdo?
          -Está bien, Ana Luz, desde hoy nos veremos todos los días a la misma hora en este lugar.
          -Gracias, Tanti. Haré lo posible por no faltar un solo día.
          -¿Quieres comer?
          -Por supuesto. ¿Qué tienes en esa alforja?
          -Traigo pan y queso de cabra. Es muy sabroso. Espero que te guste.
          Así comenzó una nueva vida para aquellas niñas que vivían en mundos tan diferentes. Ansiaban la hora del encuentro matinal para  animar los juegos de la amistad y el diálogo.
          Mientras Sultán vigilaba la majada desde lo alto de una loma, Tanti y Ana Luz se bañaban en el arroyo. Correteaban detrás de las mariposas multicolores de la pradera y tomaban los alimentos que traía la pequeña pastora.
          Cierto día, después de bañarse, mientras Tanti peinaba el largo cabello de Ana Luz, ésta se puso triste y dijo.
          -Temo que alguna vez descubran mis salidas. Entonces no podré venir a verte. Jamás volveremos a vernos.
          -¿Por qué dices eso? ¿Acaso no me has dicho que los brujos duermen durante el día?
          -Permanecen ocultos en sus cuevas,  tal como te expliqué, pero algunos tienen poderes para adivinar lo que hacen otros.
          -¿Qué clase de poderes? Explícame.
          -Hay un niño grande, repugnante y salvaje que se llama Bombo. Es odioso y vengativo y quiere obligarme a realizar actos perversos.
          -No entiendo, ¿por qué quiere obligarte a que lo obedezcas?
          -Ha descubierto en uno de sus sueños que salgo de mi cueva durante el día. Ya te he dicho que eso nos está completamente prohibido. Entonces me ha jurado que si no lo acompaño a matar pájaros me acusará ante la Bruja Suprema.
          -¿Quién es la Bruja Suprema?
          -Es una hechicera poderosa que gobierna a nuestro pueblo con mano de hierro. Ella dicta sus propias leyes y castiga sin miramientos a quienes las violan. Si la contemplaras tan sólo por un instante te morirías de terror.
          -Cuánto lo siento, Ana Luz. Si puedo hacer algo por ti, dímelo. Haré con gusto aquello que me pidas y que sea para tu bien.
          -Gracias, Tanti, eres en verdad generosa. Mejor olvidemos el asunto y vayamos a  divertirnos.
          Las niñas jugueteaban alegres y confiadas sobre la verde llanura, mientras Sultán, con el instinto de  los perros ovejeros, vigilaba el rebaño de cabras y las cercanías del arroyo, siempre listo para defenderlas ante cualquier ataque.
          Sin embargo, ni su agudo olfato ni su fino oído pudieron percibir la sigilosa presencia  de Catanga  que, oculta tras unos matorrales, estudiaba atentamente cada uno de los movimientos de Ana Luz.



Capítulo 7

FIESTA DE CUMPLEAÑOS

          La noche en que Ana Luz cumplió su undécimo año de vida, sus padres hicieron una gran fiesta a la que invitaron a  todos los hijos de las brujas y magos de las Sierras Grandes.
          Catinga y Cabalango procuraban reconciliarse con sus vecinos, que aún después de tantos años, no les perdonaban que hubiesen  traído al mundo a una niña tan encantadora e inteligente, tan distinta a sus analfabetos e iracundos hijos.
          Aunque no fueron muchos los que llegaron al lugar de reunión, Catinga y su esposo se sentían felices de contarlos nuevamente entre sus amistades.
          -Rompan todo y peleen continuamente – decía una de las madres a sus diablillos.
          -Pórtense mal para que los demás sepan lo bien educados que están – dijo otra, depositando a sus monstruitos  chillones en el patio.
          Los dueños de casa sirvieron a los niños  invitados refrescos de mora, dulce de zapallo y tortillas de grasa, y en la mesa de los adultos pusieron huevos de trucha, cangrejos del Río de las Penas, anguilas y ranas fritas y té de peperina y ruda.
          Terminaron de comer y recién, de acuerdo a la costumbre, comenzaron la entrega de los regalos de cumpleaños.
          -Mira lo que te traje – dijo un brujito, mostrándole un sapo escuerzo encerrado en una jaula de mimbre.
-Mi regalo es una víbora  yarará venenosa – dijo otro extrayendo el ofidio de entre sus ropas.
-Mi hermanita y yo te fabricamos esta escoba de pichanilla con la cual podrás volar más alto que nadie – dijeron los mellizos de la familia Carrilobo.
-Mi presente es una araña amaestrada –dijo Bombo. Mostrándole un bicho de patas largas y peludas.
Ana Luz recibía cada regalo con una expresión de repulsión que no podía ocultar, a pesar del esfuerzo que hacía para comportarse como querían sus padres. Le parecía que aquella fiesta era un momento cruel y fastidioso que no terminaba nunca.  
Se escuchaba el estridente coro de las brujas que cantaban en el patio de lajas a la luz de la Luna, y en la cueva, rodeando la mesa de piedra, los mayores profiriendo blasfemias y maldiciones  sin dejar por un instante de libar el ardiente trinki que los dejaba completamente borrachos.
-Ahora, niños, salgan un momento –dijo Catinga-, que los mayores tenemos que bailar. Tomen sus escobas y vuelen alrededor de nuestro cerro hasta que yo los llame con un silbido.
-Un momento, bruja Catinga – dijo Bombo-. Quiero aprovechar este momento para decir algo sobre Ana Luz que espero la haga desdichada por mucho tiempo.
Ana Luz sintió que su corazón empezaba a latir aceleradamente y se puso pálida por lo que acababa de escuchar. Tuvo el claro presentimiento de que el Brujito Loco estaba a punto de traicionarla.
-Niñito mío, ¿qué tienes para decirnos? – preguntó  Copina.
Los brujos, clarividentes, agoreros y predicadores del mal dejaron abandonadas sus bebidas y se acercaron, formando una oscura aureola alrededor de los niños que tampoco podían salir de su asombro.
-Quiero que todos sepan – dijo Bombo, levantando el tono de su voz y riendo malignamente-, que soy un niño fiel a su comunidad y que, por lo tanto, seré el Brujo Mayor  de estas montañas. Aprenderé cada uno de los secretos y artificios para provocar el mal y nadie podrá vencerme en cuestiones de magia negra. Soy supersticioso, cruel, injusto y despiadado, ¿qué más se atreven a exigirme?
-Lo que acabas de decir es absoluta verdad, hijo mío – intervino Quilino, hinchado de orgullo-. Dinos ahora, sin pérdida de tiempo,  cuál es el secreto que prometiste revelarnos.
Bombo se puso morado de odio mirando fijamente con sus enormes ojos a Ana Luz. Señalándola con su mano extendida como si fuera una espada, dijo:
-¡Esta niña sale de su cueva durante el día!
Fue tan grande el alboroto que se produjo  que la mayoría de las brujas se desmayó, después de emitir estruendosos alaridos.
-Ana Luz, di que no es verdad – gritó Catinga, tirándose de los pelos-. No te quedes callada. Dinos que lo que dice Bombo es mentira.
-Por favor, hija mía – suplicó Cabalango-, consuélanos afirmando tu inocencia.
-¡Oh, mamá! Lo siento mucho – dijo Ana Luz llorando-. Bombo dice la verdad. Lamento haberles ocultado lo que hacía. No imaginaba yo que alguna vez sería descubierta. Lo lamento, mamá,  perdóname.
          -Nosotros te hemos enseñado y repetido un millón de veces – dijo Catinga sollozando-, que la luz es mala para los brujos.
          -¿Ignoras – preguntó Cabalango-, que la luz del día convierte en polvo al más poderoso de los brujos y lo mata para siempre?
          -Ya ven, sin embargo, que nada malo me ha sucedido –respondió Ana Luz, reponiéndose y tomando coraje para hacer frente a la situación-. Cuando yo era una bebita, cierto día descubrí un rayo de luz que se había filtrado por una grieta de la cueva. Lo toqué y sentí que era cálido y suave, no me hacía daño alguno. Desde entonces, todas las mañanas, gozo de la alegría que me produce la luz del sol.
          -¿Cómo es posible que eso suceda? No puedes vivir en ambos mundos – dijo Quilino-. Los humanos habitan el día y los brujos la noche. Nuestros libros de magia dicen que así fue desde el principio de todas las cosas. Sin embargo, veo que la luz no te ha hecho daño, al contrario, te ha favorecido, haciéndote más fuerte y alta que nuestros hijos.
          -Eso no es verdad, padre – intervino Bombo, enfurecido por lo que acababa de escuchar-. Yo soy el más fuerte de todos los niños de nuestra comunidad. ¿Cuál de ellos se atrevería a desafiarme?
          -¡Cállate! – le gritó su madre.
          -Si amas el mundo de la luz, deberías irte –continuó Quilino, cuyo malvado corazón parecía  haberse transformado por un momento-. Tal vez encuentres  del otro lado de las montañas un lugar donde vivir y ser feliz.
          -Jamás me iré del lado de mis padres – respondió Ana Luz con gesto desafiante-. Aunque somos diferentes, los amo y por nada del mundo me apartaría de ellos.
          Había transcurrido la mayor parte de la noche y ya se insinuaba, en el horizonte, la peligrosa franja anaranjada del alba. Los seres de la oscuridad regresaron con sus familias a sus respectivos escondites  más temerosos que nunca de encontrarse con la luz resplandeciente del día.



Capítulo 8

CATINGA RECIBE SU PRIMER BESO

          A la noche siguiente, Caleufú, el siniestro mensajero de Sandunga, trajo la orden de encerrar a Ana Luz durante el día.
          -Nuestra Bruja Suprema – dijo mirando fijamente a los ojos de Catinga y Cabalango- ordena que mantengan oculta a todo signo de luz a quien ha tenido el atrevimiento de violar las leyes de nuestro pueblo. Se le prohíbe expresamente  salir  desde el alba a la entrada del Sol para que aprenda a respetar la oscuridad de la noche y todo cuanto de bueno ella representa para todos nosotros. ¿Han comprendido?
          -Sí, respetable Caleufú – dijo Cabalango, temblando de miedo-. Dile a nuestra soberana que confíe en nosotros. Le daremos una lección a nuestra hija para que nos honre con su obediencia y pueda de ese modo ser digna del destino que le tenemos reservado: que sea una verdadera bruja.
          -Espero que sea así – respondió el mensajero, antes de alejarse a grandes saltos-, porque de lo contrario te arrepentirás de haber nacido. ¿Oíste, batracio?
          -Sí, poderoso hechicero. Vete tranquilo y saluda a Sandunga en nuestro nombre.
          Ana Luz permanecía al lado de su madre, con los ojos llenos de lágrimas, avergonzada  por la humillación que estaban padeciendo sus padres y por la desesperación que le producía  ser privada de su libertad.
          -¡Oh! ¿Qué será de mí a partir de hoy?
          -¡Cállate, mala hija! – gritó Cabalango, amenazando con pegarle-. No digas una sola palabra más si no quieres que te dé una soberbia paliza. Desde este mismo momento permanecerás encerrada en  el transcurso del día, durmiendo junto a nosotros. Tendrás suficiente tiempo para retozar durante las maravillosas horas de la oscuridad. No culpes a nadie sino a ti misma por lo que ha sucedido. Esto es la consecuencia de tu desobediencia.
          Ana Luz dejó de comer y tampoco quería volar durante las noches en su escoba de pichanilla. Permanecía callada, de pie sobre una alta roca que estaba en la cima de la caverna y desde allí observaba a lo lejos el ancho  Valle del Silencio  que se distinguía claramente bajo la luz transparente de la Luna.
          La bruja Catinga sentía una enorme pena por su hija al verla encerrada y llorando durante las horas del día. Las hechiceras, aunque dañinas y perversas, aman a sus hijos y quieren lo mejor para ellos aunque nunca sepan realmente qué es lo mejor que podrían ofrecerles. Quería ayudar a Ana Luz pero no encontraba el modo adecuado de hacerlo. Lo más difícil para ella era comprender por qué su hija no había  recibido  daño alguno cuando se expuso a la luz del poderoso Sol. Recordaba que, siendo ella una niña, vio una noche cómo un grupo de pastores capturaba a tres brujas a las que maniataron en un bosquecillo de caldenes en la falda de la montaña. Allí, aquellas desdichadas sufrieron los tormentos de la luz durante una jornada completa, y cuando algunos miembros de la comunidad tuvieron  el valor de acercarse, a la noche siguiente, sólo encontraron tres montones de cenizas, aún tibias.
          -Gudaluga barabadán kittin buruguba (la luz mata a los hijos de las tinieblas) – recordaba Catinga  y seguía preguntándose una y otra vez: - ¿Por qué nuestra hija es tan distinta? ¿Cómo es posible que  el poder del Sol no la destruya?
          Pasaron así varias semanas durante las cuales los colores de la vida de Ana Luz empezaron a cambiar. Su piel se tornó gris y sus cabellos oscuros, los ojos empequeñecieron y  se tiñeron con la sombra del encierro. Caminaba torpemente y permanecía todo el tiempo en silencio, como si el deseo de vivir hubiera empezado a abandonarla.
          -Déjala – le decía Cabalango a su mujer-, ya se acostumbrará. Nosotros y nuestros padres y  nuestros antepasados hemos vivido así durante siglos y no nos quejamos de nuestro destino.
          -Deja de fastidiar con tu estúpido discurso – respondía Catinga-, tienes el corazón de una bestia. ¿No sientes compasión por tu hija?
          La madre de la niña que no quería ser bruja empezó a darse cuenta de que su atormentado corazón, acostumbrado únicamente a los  malos sentimientos  y a las injusticias, se partía en pedazos.
Una de aquellas noches no pudo más. Salió en su escoba voladora y regresó varias horas después. Llamó a su hija y mientras la abrazaba fuertemente, le dijo:
-A partir de hoy podrás salir durante el día. ¿Qué me dices?
          -Mamá, eso no será posible. Bien sabes que Sandunga no lo permitirá.
          -No te asustes, hijita. Acabo de hablar con nuestra Bruja Suprema y hemos hecho un trato: tendrás permiso, por ahora, para permanecer en las horas del día fuera de nuestro hogar, si cumples con una condición.
          -¿Una condición? ¿A qué estaré obligada?
          -La próxima luna deberás empezar tu noviciado para que aprendas todo lo que una buena hija de brujos debe saber. ¿Estás de acuerdo? Si no aceptas esta condición no podrás salir a la luz del día.
          -Sí, mamá. Haré lo que me digas para que no sigas sufriendo por mi culpa – dijo Ana Luz, abrazando a su madre y dándole un sonoro beso en la mejilla.
       Fue en ese preciso momento que Catinga sintió aquella extraña sensación que, con el paso del tiempo, la ayudaría a transformar su existencia. Era esta la primera vez  en su vida que alguien la besaba. Jamás su madre, la hechicera Ucacha, ni su abuela, la detestable vieja Sacanta, le habían proporcionado semejante caricia. Nunca  en su vida había visto a alguien hacer eso entre  la gente de su pueblo y en cuanto a Cabalango, era incapaz de la mínima ternura.
          -¡Qué delicia, hija mía! ¡Cómo es posible que exista algo tan suave, tan delicado! ¿Qué me has dado que estoy tan feliz y emocionada?
          -Te he besado, mamá. Simplemente eso: te he besado.
          -¿Me has besado? ¿Quién te enseñó a hacerlo?
          -Mi amiga Tanti, la pastora que cuida sus cabras en el valle. Ella dice que los seres que se aman se dan besos entre sí.
          -¡Oh, Ana Luz! ¡Qué difícil eres de entender! Al menos intento hacerte feliz. Ahora, vete, puedes ir a jugar con tu amiga – dijo Catinga limpiándose las lágrimas que mojaban su feo rostro-, pero regresa antes del anochecer.
          -¿Qué le diremos a papá? – preguntó Ana Luz -. Se pondrá furioso.
          -Por ahora le ocultaremos la verdad. El pobre Cabalango está enfermo de la cabeza y si descubre que faltas durante el día empezará a emborracharse nuevamente.
          -Haré lo que me digas, mamá –dijo Ana Luz-. Te prometo  que iré a la escuela de Sandunga y no haré nada que te ponga triste.
          -Cuando salgas –le advirtió Catinga, acomodando el cabello de Ana Luz-, que sea el momento en que tu padre y yo nos encontremos dormidos. Cierra bien la entrada y cuídate.



Capítulo 9

LA CAVERNA DE LAS MALAS ENSEÑANZAS

          Sandunga salió de la profunda caverna oculta en las entrañas de las Sierras Grandes, y respiró el aire fresco de la noche recién nacida. Miraba hacia el noreste, rumiando secretos pensamientos y oscuros propósitos que solo ella conocía.
          -Haré de esta niña la bruja más poderosa y cruel como jamás se conoció en los anales de estas montañas – dijo para sí, mientras veía acercarse velozmente en el aire la pequeña figura de Ana Luz montada en su escoba voladora.
          Apenas la niña descendió, la Bruja suprema se le aproximó  diciendo en voz áspera y grave:
          -Por fin has llegado, mi querida rebelde. No sabes por cuánto tiempo he aguardado este encuentro. ¡Bienvenida a la Escuela de las Brujas Novicias!
          -Vengo a cumplir la promesa hecha a mis padres – respondió Ana Luz, fríamente-. Tú fuiste la que impuso las condiciones, no yo.
          -En efecto. He hablado con tu madre de ciertos asuntos privados y confidenciales y ella está de acuerdo conmigo respecto de la educación que necesitas, educación que deberías haber comenzado hace años, si no hubiera sido por tus raras ideas y caprichos. Algunas cosas no están claras en tu cabecita, ¿eh? A partir de este momento nada será igual en tu vida, ya podrás comprobarlo.
          -Reconozco que tengo algunos problemas, Sandunga, pero estoy segura de lo que quiero para mí. Soy todavía una niña pero no soy una niña estúpida.
          -Cuando descubras el significado oculto de nuestra vida serás feliz convirtiéndote en una auténtica bruja. Por ahora eres un simple aprendiz, por no decir que eres una completa ignorante respecto de los poderes de la magia.
          -Tal vez lo que dices sea cierto para brujitos malvados como Bombo, pero no para mí. No te conozco bien, Sandunga, pero tampoco tú me conoces, así que no veo dónde está tu ventaja.
          -Eso lo veremos, niñita. Me gusta ese carácter duro que tienes, tu modo de decir las cosas. Esa es una señal de que un día no muy lejano serás un espíritu poderoso, una bruja invencible como yo. Pero te advierto, Ana Luz, que no me subestimes, jamás te atrevas a desafiar  mi ira, porque te arrepentirás.
          -Vuelvo a repetirte lo que dije hace un momento: asistiré a la escuela hasta que cumpla doce años. Entonces decidiré cuál será mi verdadera vocación.
          -Está bien, Ana Luz, dejemos de discutir y vayamos a clase. Sígueme. Al principio algunas cosas te parecerán extrañas pero luego, en la medida en que vayas aprendiendo, te acostumbrarás. No olvides el honor de haber sido elegida entre cientos de niños como mi discípula directa. No creas que cualquiera podría entrar a este recinto secreto sin volverse loco.
          Entraron por un estrecho pasadizo y penetraron a la caverna, oscura y profunda, apenas iluminada por unas velas raquíticas colocadas a intervalos sobre rocas salientes que tenían forma de calaveras humanas y de animales. Siguieron por otra entrada en cuyo techo docenas de murciélagos chillones las saludaron al pasar. Eran docenas de espíritus de la noche que adoptaban esas figuras y allí permanecían  atentos, vigilando el ingreso de posibles enemigos.
          -Bamba ananda – repetían-. Bamba ananda.
          -Bamba ananda – contestó Sandunga.
          -¿Qué dicen? – preguntó Ana Luz, impresionada por el extraño idioma que habían utilizado.
          -Simplemente dijeron “buenas noches” y yo les contesté el saludo – respondió la Bruja Suprema.
          Ingresaron a un amplio recinto ubicado en uno de los rincones de la cueva del mal donde funcionaba la Escuela de las Brujas Novicias. Ana Luz  vio algo así como una mesa rectangular de piedra a cuyo alrededor unas rocas labradas hacían de bancos. Sobre la mesa, iluminada por una lámpara de aceite, estaba apoyado un enorme libro forrado en cuero negro que tenía unas raras inscripciones en  la tapa.
          -Siéntate en aquel extremo – ordenó Sandunga.
          La maestra en malas enseñanzas hizo lo propio, acomodándose frente a la niña que temblaba de emoción, y le señaló que abriese el libro en la primera página.
          -Ese es el Manual de Primer Grado de la Bruja Novicia. Fíjate atentamente y luego comienza a leer, pausadamente, en voz alta y clara. Como ves, está escrito en puncum, el dialecto de los brujos de las montañas, para que nadie conozca el significado de nuestros conocimientos. Desdichado sea aquel que osara tener este libro entre sus manos sin mi consentimiento. Moriría de espanto o se convertiría en un vampiro a mi servicio.
          Ana Luz se estremeció. Era ella la que en ese momento tenía entre sus manos el libro maldito, pero nada dijo y ni siquiera movió un músculo de su rostro. La profesora en ciencias ocultas continuó:
          -Lee las palabras de la primera página, una a una, y cada vez que lo hagas, levanta la cabeza y mírame a los ojos. ¿Has entendido? No vayas a equivocarte porque si lo haces… - No concluyó a propósito esperando ver la reacción de su nueva alumna.
          -Sí, pero…
          -Comienza a leer de inmediato. Es una orden. ¿Me has escuchado?
          -Jamás asistí a la escuela. ¿Cómo podré leer si no sé hacerlo?
          -¿No comprendes, niña ignorante, que ese es un libro mágico? Míralo atenta  y profundamente, penetra con tu mente en esos signos y comprenderás lo que te digo. No hagas que pierda mi paciencia.
          Ana Luz titubeó un momento. Pensó en lo que sucedería con ella si se equivocaba y comenzó a leer:
         
          Aminga sanga tau em omonga pamba tanca mao bamba.
          Ananga  pinga  men tanca em mondú bomba batú mandingo.
          Sandunga pamba tatanga vudú tau mulubú.
          Apenas leyó la primera palabra y levantó la vista para mirar en los ojos a Sandunga,  Ana Luz comprendió al instante que aquél era un libro verdaderamente mágico, extraño y terrible por los poderes que escondía. Al pronunciar el primer sonido, observó que Sandunga tenía, sobre su hombro derecho, una lechuza de ojos amarillos.
          Leyó la palabra siguiente y al levantar la vista, en lugar de la lechuza había un gato montés blanco que le mostró sus afilados dientes.
          Pronunció la tercera palabra y el gato montés había desaparecido para dejar en su lugar un lagarto verde de lengua llameante.
          Vio de ese modo innumerables imágenes y aprendió en el acto el significado de cada palabra, de cada frase, de cada símbolo.
          La bruja más  temible de todas las brujas de las Sierras Grandes permanecía en silencio, escuchando la delicada y preciosa voz de aquella niña singular que estaba tomando como su discípula predilecta a pesar de que era tan diferente, por su hermosura, a los otros niños de la comunidad.
          Sin embargo, tuvo de pronto en su malvado corazón un sentimiento de rechazo por Ana Luz, sufrió un ataque de celos porque presintió que  la niña podría transformarse en pocos años en una bruja rápida y poderosa como ella. Decidió en el acto enseñarle algunas cosas y ocultarle otras  para que tuviera solamente una parte limitada de los conocimientos de la ciencia del mal.
          Al completar la lectura del texto indicado, la niña cerró el libro cuidadosamente y se quedó esperando que Sandunga le ordenase lo que tenía que hacer a continuación, pero ésta permaneció rígida y en silencio, mirándola fijamente con sus enormes y temibles ojos y luego, golpeando sus manos con fuerza, exclamó:
          -La clase de hoy ha terminado. Veo que aprendes fácilmente todo lo que te enseño. Vendrás una noche por semana, sin faltar jamás, haga frío o calor, siempre a la misma hora. Deberás repasar continuamente  lo que vayas aprendiendo, pero no se lo  revelarás a nadie, ni siquiera a tus padres, esos pobres brujos ignorantes.
          -Sí, bruja, haré lo que me ordenas. Lo prometo.
          -¿Estás segura de que no irás a traicionarme?
          -Sí, bruja.
          -Si faltas a tu promesa no te castigaré solo a ti, también Catinga y Cabalango tendrán su merecido. ¿Está claro o debo repetírtelo?
          -No será necesario, bruja. Guardaré en completo secreto los conocimientos que me proporcionas.
          -Así me gusta. Ahora tomaremos la comida de la medianoche. La cena que compartirás conmigo forma parte de tu entrenamiento. Deberás comer lo que te sea servido sin hacer un mínimo gesto de desagrado.
          En ese momento entró por los huecos de la caverna el estridente canto del Gallo del Diablo anunciando la hora en que los hijos de las tinieblas salen a divertirse, a comer y beber y realizar sus fechorías.
          La Bruja Suprema hizo sonar una campanilla que estaba en el piso, junto a su asiento forrado con cuero de ovejas, y en el instante aparecieron varios hombrecillos del tamaño de un vaso de arcilla, que se arrodillaron ante Sandunga:
          -Te presento a mis fieles servidores, ellos son los gnomos, los pequeños espíritus de la montaña.
          -Bamba ananda – dijo Ana Luz.
          -Bamba ananda – repitieron los diminutos duendes y de inmediato, con una agilidad increíble, treparon de un salto a la mesa  donde dispusieron platos y recipientes para beber. Luego se introdujeron en una grieta de la cual salían olores variados y apetitosos.
          Regresaron con un caldero negro que sostenían entre todos y sirvieron ranas estofadas,  chipacas, arrope de piquillín y refresco de tuna.
          Ana Luz comió con apetito a pesar de la desconfianza que sentía tanto por Sandunga como por aquellos extraños seres  que jamás antes había visto ni de noche ni de día. Temió perder su voluntad, dejar de ser ella misma, aunque sorpresivamente percibió, muy en lo profundo de su corazón, un sentimiento que jamás había experimentado.
          -Será que estoy empezando a volverme bruja – pensó entre divertida y asustada en el momento en que su maestra en ciencias ocultas se ponía de pie y le decía:
          -Ya es hora de regresar junto a tus padres. Vuela directamente y no te entretengas por ningún motivo. Hay algunos brujitos muy desobedientes que a esta hora deben andar por ahí, haciendo de las suyas. Ten cuidado.
          Descorrieron la entrada, pasaron por la caverna que era la habitación de Sandunga, y por el estrecho pasadizo salieron al aire fresco de la noche.
          Oculta detrás de una roca que cubría la entrada a la Escuela de las  Brujas Novicias, estaba Calabalumba, la brujita ciega, escuchando,  sin  que nadie hubiera detectado su presencia, ni Caleufú, el brujo carnicero ni Chimbalanga, la bruja espía que en estos momentos estaban comiendo en sus respectivos escondrijos.
          -Bamba ananda,  Sandunga.
          -Lobú anda trenke.


Capítulo l0

LA LAGUNA DE LA NIÑA ENCANTADA
                   
          Asistir una vez por semana a las clases de Sandunga le permitía a Ana Luz volver a encontrarse con Tanti, la pastora de cabras, cuya amistad la ayudaba a soportar las confusas enseñanzas que le daba a propósito la soberana de los espíritus de la noche.
          Sin embargo, la bruja novicia jamás le dijo a su amiguita que asistía a las clases de magia y hechicería, tal como había  prometido, pero no jurado. No podía revelar lo que estaba aprendiendo por el temor de asustar a su compañera de juegos. ¿Cómo podría justificar  lo que hacía a la medianoche, una vez por semana?
          -Soy tan feliz viviendo bajo la luz del sol – pensaba-, que no hay nada comparable a estos paseos por el valle, jugar con Tanti, bañarnos en el agua cristalina del arroyo, confiarnos nuestros pensamientos y buenos deseos. ¡Ah!, si mis padres pudieran verme, comprenderían por qué yo lloraba cuando me mantenían encerrada en la oscuridad de la caverna.
          Así iban transcurriendo las semanas y los meses. Cierto día, Tanti le propuso a Ana Luz, una nueva aventura.
          -¿Te gustaría recorrer el arroyo y llegar a  la cascada? Dicen que allí se forma una laguna de aguas profundas donde podríamos bañarnos y nadar. ¿Sabes nadar?
          -No, pero podríamos aprender.
          -Vamos, antes de que se haga tarde.
          -Ese lugar debe estar muy lejos y puede ser peligroso alejarse demasiado.
          -Sultán nos acompañará y si algo nos sucediera, él avisará a mi madre.
          -Me has convencido,  Tanti, vayamos a ese lugar. Me gusta la aventura.
          Remontaron descalzas la corriente de agua sorteando peñascos y árboles silvestres que bordeaban el arroyo. Recién a media tarde llegaron a un lugar verdaderamente increíble. Desde lo alto de unas enormes rocas descendía la rumorosa cascada y caía sobre una pequeña laguna, casi oculta  entre el verde follaje y los paredones rocosos
          Las niñas estaban tan cansadas que sólo atinaron a refrescarse y descansar al borde del agua mientras comían un pedazo de torta con chicharrones y queso de cabra.
          -¡Qué hermoso! – dijo Ana Luz-. Jamás imaginé que existiera un lugar tan  bello como éste.
          -Aquí es donde aparece ella.
          -¿Quién es ella?
          -La Niña Encantada. Desde el tiempo de los abuelos de nuestros abuelos se cuenta que vive en lo profundo de este pozo de agua – explicó Tanti-. Yo no la he visto pero dicen que es una joven muy hermosa, pero terrible. La mitad inferior de su cuerpo tiene forma de pez y la otra, de mujer. Sus cabellos son rubios, su piel blanca como la nieve y sus inmensos ojos son verdes y brillan, aún en la oscuridad.
          -¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué guardaste el secreto? Eso no me agrada.
          -Perdóname, Ana Luz, temía que si lo hacía no hubieses querido acompañarme. Desde muy pequeña siempre quise conocer este lugar a pesar de que me lo tienen prohibido.
          -Está bien, es tarde para discutir. Quiero saber si es un espíritu del agua o qué otra cosa, animal o monstruo el que  habita en  esta laguna.
          -Es un espíritu maligno. Mi  finada abuelita decía que existe una antigua leyenda sobre este lugar. Aquellos que contemplan los ojos de la Niña Encantada se vuelven locos y se sumergen detrás de ella hacia el fondo de esta laguna que es tan profunda, como si no tuviera fin, donde mueren ahogados.
          -Vámonos  de aquí – dijo Ana Luz-. Es peligroso. ¿Para qué arriesgarnos? Es una tontería lo que estamos haciendo.
          -¡Oh, no!, de ninguna manera. Esta es la primera vez que me encuentro en este lugar maravilloso. Tengo curiosidad y no me iré hasta el atardecer. Sigamos aquí y esperemos.
          -¿Qué vamos a hacer si aparece la Niña Encantada?
          -En primer lugar, no deberemos mirarla a los ojos, para evitar que nos hipnotice.
          -¿Qué le responderemos si nos habla? ¿Lo has pensado?
          -Nos quedaremos calladas. No tenemos que decir una sola palabra, nada.
          Las dos amigas estaban tan entretenidas con su conversación que no advirtieron la presencia de Catanga,  la Bruja Solitaria, oculta detrás de unas piedras. Era tan silenciosa y astuta que ni Sultán, que estaba echado junto a las niñas, pudo advertir su presencia.
          Fue en ese momento que vieron surgir, brotando lentamente hacia la superficie del agua, a la Niña Encantada. Primero apareció su abundante cabellera, que repartió sobre sus delicados hombros, luego se vio el rostro angelical, perfecto y sonriente y aquellos ojos, verdes, transparentes y de mirar inquietante.
          Tenía pendiente de su cuello un collar de pequeñas conchillas de mar, en una mano sostenía el peine de oro con que arreglaba sus cabellos y en la otra el resplandeciente espejo que reflejaba su hermosura. Se sostenía en el agua agitando la mitad inferior de su cuerpo, recubierto de escamas, como si fuera un pez de plata brillante.
          -¡Hola! – dijo la deidad del agua.
          Tanti y Ana Luz, sorprendidas por la extraña aparición, permanecían petrificadas por el terror, con sus bocas  y sus ojos desmesuradamente abiertos.
          -¡Hola! – volvió a repetir la sirena.
          Las niñas no contestaron. Cerraron sus bocas y apretaron los labios.
          -Soy Taninga, ninfa de las aguas profundas. Hace mil años que vivo en este lugar y jamás   he visto niñas  tan hermosas como ustedes. ¿Cómo se llaman?
          Las niñas continuaban paralizadas por una fuerza superior a sus deseos de huir y de gritar. A su lado, Sultán gemía, también dominado por el susto, mientras que la diosa del agua iba y venía de una punta a otra chapoteando y riendo alegremente.
          -Por favor, no teman, no crean lo que dicen sobre mí. Solamente deseo que me digan cómo se llaman. Después me zambulliré en las profundidades y ustedes  regresarán a sus casas. ¿Son hermanas?  ¿Amigas?
          Tanti y Ana Luz se miraron tratando de decirse algo. Estaban saliendo del trance inicial y una sensación de alivio recorrió sus cuerpos. Sentían que no eran ellas las que pensaban. El miedo iba disipándose al tiempo que la increíble imagen de Taninga comenzaba a parecerles familiar y afectuosa.
          -“Es tan solo una joven del agua, maravillosa y buena” –alguien parecía decirles interiormente-. “¿Qué mal puede hacerles? Hablen con ella, miren sus ojos hermosos”.
          -Seremos amigas y compartiremos hermosos regalos – insistió la joven mitad mujer, mitad pez-. Vamos, díganme sus nombres.
          La resistencia había sido vencida. Tanto Ana Luz como Tanti habían perdido su voluntad y ya no tenían fuerzas para defenderse. Estaban a merced del espíritu del agua.
          -Mi nombre es Ana Luz y vivo con mis padres en el Cerro de las Brujas.
          -Soy Tanti, cuido mi majada de cabras y vivo al otro lado del Valle del Silencio.
          -¡Qué bellos nombres para niñas tan hermosas! Miren lo que tengo en mis manos. Son para ustedes: pececitos de colores, conchas de mar, pequeños cangrejos, caracoles, flores petrificadas. Vengan conmigo, acérquense a la laguna.
          Las dos jovencitas aventureras habían perdido en ese momento toda desconfianza y rebosantes de alegría comenzaron a desvestirse para lanzarse de cabeza a la  profunda  hoya, cuando una tremenda voz que venía desde lo alto de una roca les advirtió:
          -¡Deténganse! No se muevan, no den un solo paso.
          Las niñas se quedaron inmóviles mientras Catanga se aproximaba con paso rápido y enérgico.
          -No se muevan. Esta maldita Taninga es una mala bruja de las aguas y sólo quería que ustedes penetraran en la laguna para ahogarlas. Es una  miserable asesina.
          Tomó con ambas manos una enorme piedra y la arrojó contra la ninfa acuática, pero ésta, dando un rápido salto en el aire, se sumergió de cabeza en las  profundidades. Cuando se recuperaron de las emociones y volvieron a ser ellas mismas, Tanti y Ana Luz se aproximaron a la anciana.
          -¿Quién eres? – preguntó Tanti.
          -Mi nombre es Catanga.      
-“¡Catanga!”
          Ana Luz quedó por un momento desconcertada. Aquel nombre sonó en lo profundo de su mente y recordó vagamente lo que madre le había dicho infinidad de veces: “El nombre de Catanga es un símbolo de crueldad y malos sentimientos para nuestra familia. Cuando estén en su presencia huyan de inmediato, sálvense como puedan”.
          Sin embargo, esa mujer temible en apariencia que estaba frente a ellas les había salvado de una horrible muerte. “Si en realidad fuera una bruja como Sandunga no andaría por estos parajes y mucho menos a plena luz del sol” – pensó antes de decir:
          -Mi nombre es Ana Luz y ella es mi amiga Tanti. Ese  perro  ovejero es Sultán, cuida el rebaño de cabras y también nos protege.
          -Nunca olvidaremos lo que ha hecho por nosotras – dijo a su vez la pequeña pastora, tratando de parecer tranquila ante aquella inquietante presencia.
          -Soy una vieja muy especial que conoce estas montañas palmo a palmo. Sé lo que ocurre de día y también durante la noche. Las conozco a ambas y sé de dónde proviene cada una. Conozco sus destinos, por eso añadiré algo más: conserven su amistad y tengan fe en ella. Aunque algún día deban separarse no desesperen porque, nuevamente, se volverán a reunir.
          -¿Cómo es posible que hables de nuestro futuro? ¿Acaso eres adivina? – preguntó Ana Luz, muy seria.
          -No, mi pequeña brujita. No soy lo que estás imaginando. A veces, cansada de las  tonterías de este mundo me entretengo leyendo en el Gran Libro de las Horas, que guardo como herencia de mis antepasados que también vivieron durante miles de años en estas montañas. En ese libro está escrito el pasado, el presente y el futuro de todas las cosas y de todos los seres.
          -¿Podrías, entonces, predecir mi futuro? – volvió a preguntar Ana Luz, con manifiesto entusiasmo.
          -Sí – respondió Catanga, esbozando una extraña sonrisa-, pero jamás te lo diré pues eres tú misma quien debe descubrirlo. Ahora vuelvan con sus familiares, que se hace tarde.


Capítulo 11

EL FANTASMA DE LAS NIEVES

          Ana Luz ocultó a Sandunga su  encuentro con Catanga. Sabía que ambas eran brujas poderosas y enemigas irreconciliables. Durante sus clases llegó a saber que la Bruja Solitaria era rechazada por la comunidad de hechiceros y magos de las montañas porque, en algunas oportunidades, había auxiliado a pastores y arrieros extraviados y que, además  recolectaba hierbas aromáticas, yuyos curativos y miel silvestre que vendía en una lejana ciudad  que se encontraba mucho más allá del Valle del Silencio, transformada en una anciana de agradable aspecto y amable trato con los humanos.
          -Somos  brujas de las tinieblas –  dijo Sandunga en una reunión – que llevamos en nuestra sangre los peores pensamientos. Somos capaces de realizar los actos más perversos y terribles, felices cuando practicamos la venganza, astutas para robar, mentirosas y  sanguinarias. Aterrorizamos a la gente  que vive en el valle con nuestros gritos y maldiciones, mortificamos a los animales silvestres, comemos bazofias y sancochos, festejamos a todos aquellos que son miserables y serviles. Un villano es para nosotras un héroe, un joven repugnante y deforme nos parece la criatura más perfecta. Sepan y recuerden que quien ayuda a un humano es un traidor  que merece nuestro escarnio y el peor de los castigos.
          Ana Luz se estremeció cuando escuchó aquellas palabras, pronunciadas por la Bruja Suprema en medio de gesticulaciones y terribles gritos. Era feliz con la amistad de Tanti y estaba dispuesta a realizar cualquier sacrificio para conservarla. Venir una vez por semana a la escuela de Sandunga era insoportable, pero lo hacía para no lastimar a sus padres y para poder continuar gozando de su  libertad bajo la luz del Sol.
          Aquella noche, la pequeña novicia no podía concentrarse en el estudio, anhelando la hora de regresar a la cueva de sus padres para esperar la mañana y con ella realizar sus habituales escapadas.
          Después de las doce, como era habitual, tomó su cena, saludó a Sandunga y a los pequeños y serviciales gnomos y salió de la caverna hacia la profunda oscuridad de la noche. Había comenzado a nevar copiosamente sobre las serranías y un viento frío y ululante hacía desplazar peligrosamente su escoba voladora que parecía negarse a que la montara.
          Se cubrió con un poncho rojo y  se calzó los delicados guantes de lana que le había tejido Catinga.
          -No te preocupes – le dijo la Bruja Suprema al despedirla-, nosotras sabemos movernos en la oscuridad y no nos asustan las tormentas de nieve. Vuela en dirección a aquella luz que brilla en el noreste de las montañas; allí está tu refugio familiar.
          Ana Luz se elevó en el aire y comenzó a viajar tratando de mantener el rumbo fijo, pero apenas había recorrido un corto trayecto, vio dos pequeñas figuras que se aproximaban hacia ella volando raudamente. Cuando estuvieron cerca de ella su corazón se estremeció: eran Bombo y su amigo Congo, armados de cuchillos y hondas.
          -Déjenme pasar – gritó Ana Luz, procurando esquivarlos-. Apártense de mi camino.
          -Queremos hablar  contigo – le gritaron para que pudiera oírlos.
          -No hablo con chicos sucios y pendencieros – les advirtió la aprendiza de bruja.
          -Si no vienes a jugar con nosotros te haremos caer. Somos dos brujitos fuertes y mayores que tú, niña tonta y orgullosa. No seas porfiada, no podrás escapar. Ven, síguenos, vamos a un lugar muy especial. Ya lo verás.
          -Váyanse al mismísimo diablo, estúpidos.
          -Esta vez no escaparás.
          Ana Luz seguía avanzando por el aire helado con su cuerpo cubierto de nieve. Hacía toda clase de piruetas para huir de la emboscada pero las escobas de los otros niños eran más veloces que la suya.
          -Ven con nosotros a destruir un nido de águila que hemos descubierto.
          -Te dije muchas veces que jamás haré esas cosas, Bombo. ¿Acaso no lo recuerdas? Además eres un delator, un sucio cobarde. Te odio.
          -Ven  con nosotros –insistía el deforme Congo- te divertirás como loca.
          -Si no me dejan en paz pronunciaré una palabra mágica – dijo Ana Luz, tratando de que se impresionaran y se fueran. Pero la verdad era que ella no conocía ninguna palabra que pudiera vencer a aquellos dos demonios, y ellos lo sabían.
          -¡Vendrás con nosotros? Decídete.
          -¡Muéranse!
          -Entonces mira lo que vamos a hacer contigo, niña traidora.
          Se aproximaron uno a cada costado y tomándola de ambos brazos  la obligaron a descender sobre una pequeña planicie cubierta por una gruesa capa de nieve, un lugar conocido como Pampa del Infierno donde los brujos acostumbraban enterrar a sus muertos.
          Ana Luz comenzó a dar gritos pidiendo auxilio, pero en aquel sitio desamparado nadie podría oírla y mucho menos en una noche tormentosa. Los malvados  salteadores hicieron pedazos su escoba voladora y la dejaron abandonada mientras escapaban  gritándole:
          -Te lo advertimos, Ana Luz. Ahora ya sabes quién es el más fuerte.  Te arrepentirás por habernos despreciado.
          -Morirás,  morirás. ¡Ja, ja, ja!
          -Estoy perdida – exclamó Ana Luz, poniéndose a llorar-. ¿Qué será de mí en esta tormenta? He perdido el rumbo, jamás encontraré el camino de regreso. Moriré de frío si no encuentro ya mismo un refugio.
          La tormenta de nieve le impedía guiarse por las estrellas, de modo que empezó a caminar tratando de descender de aquellos escarpados cerros, resbalando una y otra vez a causa del agua y la nieve que caía sin cesar. El viento comenzó a soplar con mayor fuerza y por momentos sus ráfagas le hacían perder el equilibrio.
          Empezó a sentir que sus pies y manos empezaban a enfriarse, y un gran dolor en sus ojos enrojecidos por la irritación. La impulsaba la voluntad de vivir, el deseo de ver a sus padres, de encontrarse con Tanti y todas las cosas y lugares que amaba.
          Tratando de hallar un amparo entre las rocas para protegerse y esperar la llegada de la aurora, al fin pudo ubicar un pequeño hueco que la nieve todavía no había cubierto donde acomodó su cuerpo aterido.
          En ese momento la nieve y el viento se enfurecieron aún más y azotaron con violencia el lugar donde se refugiaba como si pretendieran desalojarla.
          -Debo mantenerme despierta – pensó la niña-. Si me quedo dormida no despertaré jamás. Moriré de frío y la nieve cubrirá mi cuerpo. Aunque me busquen por todos lados no podrán encontrarme.
          Se refregó el rostro con el dorso de su mano derecha y abrió bien los ojos. Empezó a frotarse  los brazos y las piernas para no entumecerse, cuando vio a Pichango, el Fantasma de las Nieves, que se aproximaba lentamente hacia donde ella se encontraba. Era una figura altísima, un descomunal muñeco de nieve que tenía dos huecos oscuros y profundos en el lugar de los ojos. Su voz era lenta y áspera como el raspar del viento  sobre los peñascos.
          Ana Luz había escuchado decir que nadie podía escapar si se encontraba con Pichango. Quien se enfrentara con el monstruo y escuchara susurrar sus palabras  que incitaban al sueño profundo, quedaría dormido para siempre. Tendría una muerte suave y silenciosa, sin dolor alguno.
          -Cierra tus ojos y descansa – dijo el espíritu de la nieve-. Relaja tu cuerpo y cierra los ojos. Tienes un intenso deseo de dormir…cierra tus ojos…descansa…duérmete…
          La alumna de la escuela de brujos sentía que sus fuerzas empezaban a abandonarla. No podía resistir la llegada del sueño, un extraño cansancio se iba apoderando de toda ella. El susurro incesante de Pichango estaba dominándola. Aquella voz melodiosa era como una canción de cuna, monótona y persistente. Empezó a cerrar sus ojos y a entregarse mansamente. Sentía que ya no podía seguir despierta un momento más cuando la sorprendió el balido de una cabra y  el tañido de una vibrante campanilla.
          Abrió sus ojos y vio que Pichango  aún permanecía próximo a ella. Los profundos huecos de sus ojos brillaban en la oscuridad.
          -Duerme, mi pequeña  niña, cierra tus ojos y descansa – continuaba diciendo el fantasma-, entrégate  al más delicioso de los sueños…duerme…duerme…
          Ana Luz, atontada por la hipnotizante voz, empezó a dormirse nuevamente. Desde lo profundo de sí misma, el irresistible imán del sueño borraba su voluntad y el deseo de vivir.
          Por segunda vez, el balido y el repiqueteo de la campanilla  volvieron a despertarla. Abrió los ojos pero no vio nada aunque continuaba escuchando los sonidos.
          -¿Dónde estará esa cabra? – pensaba la niña, temblando de frío y  de miedo-. La siento muy cerca de mí pero no la veo ni escucho sus pasos. 
          Así permaneció durante horas, luchando contra el sueño y agotamiento, hasta que aparecieron las primeras luces del alba. La nieve había dejado de caer y el viento amainaba. No quedaban sombras de Pichango ni rastros de la cabra salvadora. Las nubes empezaban a borrarse en el cielo cada vez más claro de la mañana.
          Miró en derredor tratando de ubicar el camino más corto para llegar a la caverna de sus padres. A pocos metros desde donde se encontraba se ubicaba el Cañadón de las Ánimas  y más allá alcanzó a divisar el serpenteante hilo de plata del Río de las Penas que corría atravesando el Valle del Silencio y desembocada en el lejano Lago de los Esperpentos que brillaba bajo la intensa luz del Sol.
          Caminó durante varias horas, por un lugar y otro, por momentos extraviándose y en otros encontrando señales que la iban guiando. No dejaba de meditar en los extraños acontecimientos que le tocaba vivir, tan diferentes unos de otros. Los más ancianos del pueblo de la noche decían que los seres nacen con un signo de fatalidad que no pueden modificar. “Eres lo que eres, no pretendas cambiar, el destino siempre ganará la batalla”, repetían. Sin embargo, la brujita novicia estaba segura, completamente convencida de que ella transformaría su destino porque tenía voluntad  para luchar y un gran amor por el mundo de la luz.
          Cuando llegó a la guarida de sus padres los encontró durmiendo plácidamente,  ajenos a las peripecias y peligros que había vivido su hija. Buscó su rinconcito y se acostó sin hacer ruido y de inmediato se hundió en el apacible y tan deseado sueño. Su último pensamiento fue: “Perdóname, Tanti, hoy no podré ir a jugar contigo. Mañana te contaré lo que anoche me ha sucedido. No vas a creerme”.


Capítulo 12

ENCUENTRO CON EL ESPÍRITU ERRANTE

          Nada le hizo sospechar aquella mañana a Ana Luz que los sucesos de ese día la obligarían a tomar imprevistas decisiones.
          Apenas se encontró con Tanti observó que la niña pastora venía caminando triste y cabizbaja, reflejando una enorme tristeza en su rostro.
          -¿Qué te pasa? ¿Por qué traes esa cara de preocupación? Por favor, cuéntame, ¿qué te ha sucedido?
          Por toda respuesta Tanti se puso a llorar desconsoladamente.
          -Te lo ruego, no me asustes, deja de llorar y dime lo que te sucede.
          -Ana Luz, hoy será la última vez que estaremos juntas. Lo siento, pero no depende mí, no es mi culpa.
          -¿Qué dices, Tanti? ¿Ha ocurrido algo malo? ¿A ti? ¿A tu familia?
          -Nos vamos a vivir a otro lado, lejos de aquí.
          -¡Te vas del valle!
          -Sí. Aquí estamos muy solos desde la muerte de mi padre. Además, tengo que ir a la escuela. Todavía no sé leer ni escribir.
          -Dime en dónde vivirás  para ir a visitarte. No podemos separarnos así, de un día para el otro.
          -No, Ana Luz. No creo que volvamos a vernos. Lo siento.
          -¿Por qué dices eso? ¿Acaso ya no me quieres como antes?
          -Siempre te querré porque eres mi mejor amiga. Pero sé que los hijos de los brujos viven eternamente en las montañas de las que jamás podrán alejarse. Cuando  crezcas te gustará vivir en la oscuridad y entonces empezarás a olvidarme.
          -No hables así, Tanti, jamás te olvidaré. No sabes cuánto estoy luchando  para no separarme de ti.
          -Será mejor que sea de este modo, Ana Luz. Mañana me iré muy temprano a la ciudad de Covadonga. Sus habitantes la llaman “La Ciudad de la Luz”.
          -¿Qué es una ciudad? ¿Has estado en alguna?
          -Sí, en varias oportunidades,  cuando  vamos de visita a lo de mi abuela. Covadonga es un pueblo grande, con edificios altos, plazas y jardines, escuelas y museos donde vive mucha gente, lugares donde las personas se reúnen para conocerse, para hacer amigos.
          Ana Luz tenía sus ojos llenos de lágrimas. Se abrazó fuertemente con Tanti y así permanecieron largo rato sin decir palabra. Al lado de ellas, Sultán, el perro ovejero,  las contemplaba con tristeza, como si él también compartiera el dolor que las niñas sentían.      -Adiós – dijo Tanti, limpiándose las lágrimas-. Ojalá que en algún día no muy lejano volvamos a encontrarnos.
          -Te prometo – respondió Ana Luz-, que  iré a buscarte. Mientras tanto, no me olvides, por favor.
          -Adiós, te estaré esperando.
          -Hasta siempre, Tanti. Adiós, Sultán. Sigue protegiendo a mi amiga.
          Apoyándose en su cayado, seguida por el perro, la niña pastora arreó la majada hacia los corrales de su casa que estaba en los confines del Valle. Ana Luz emprendió el camino de regreso hacia el Cerro de las Brujas, caminando lentamente, agobiada por la tristeza. De vez en cuando volvía su rostro hasta que la imagen de  la pastorcita se borró en la lejanía.
          Estaba culminando la tarde. Los últimos rayos del Sol se hundían al otro lado de las montañas formando una aureola roja y amarilla que lentamente se iba apagando. Ana Luz no tenía deseos de regresar junto a los suyos. La vida le parecía en esos momentos hueca y sin sentido. ¿Qué haría a partir de mañana en sus horas libres?
          Se había sentado sobre una piedra, pensando y dando vueltas alrededor de sus problemas, cuando la alertó el sonido de unos pasos que se  aproximaban.
          -¿Quién anda por ahí? – preguntó,  asustada.
          -Soy yo – dijo la débil voz de alguien que se había detenido a pocos pasos de la piedra donde continuaba sentada.
          -¿Quién eres?  ¿Qué deseas de mí? ¿Qué estás haciendo a estas horas?
          -Mi nombre es Candonga. Lo único que te pido es que me permitas permanecer junto a ti aunque sea un instante. No te vayas, por favor. No puedo hacerte daño alguno y a cambio de tu  presencia le entregaré las bendiciones de mi corazón.
          Ana Luz observó detenidamente la aparición. Era una joven de unos diecisiete años, ni fea ni hermosa, vestida  con una túnica gris que la cubría hasta los pies. Su piel era intensamente pálida y los ojos, pequeños y  ausentes,  parecían estar envueltos en una enorme tristeza. Se expresaba con voz pausada, apenas audible y a cada momento leves sollozos convulsionaban su raquítico cuerpo.
          -¿Qué haces en este lugar? ¿No tienes, acaso familia o un lugar donde vivir? – preguntó Ana Luz.
          -Soy un Espíritu Errante – respondió la joven -  que sólo tiene vida en el breve  momento en que el día se transforma en noche y la noche en día.
          -¿Quién te obliga a padecer una vida tan triste? ¿Por qué no te quedas del lado de la luz o eliges, por lo menos, la noche?
          -¡Ay! Nadie me obliga, yo soy la única culpable de mi propia desdicha.
          -¿Qué te ha sucedido?
          -Hace mucho tiempo, un siglo o tal vez dos (ya he perdido la cuenta), vivía en el mundo de las tinieblas.
          -¿Eras una bruja?
          -Sí. Era una joven bruja, inteligente y astuta a la que nadie podía superar. En uno de mis viajes extravié el rumbo y me sorprendió la llegada de la luz. No encontré un mísero lugar donde ocultarme. Tuve, al principio, un miedo terrible, pero pronto advertí que la luz del sol era buena y perfecta y que podía habitarla sin riesgo ni dolor. Viví de ese modo en ambos lados sin que nadie lo supiera. De noche era una bruja fea y arrogante; de día me convertía en una joven cuya belleza deslumbraba a los pastores y arrieros que cruzaban por este lugar, en este camino que conduce al Valle del Silencio.
          -¿Qué sucedió entonces?  Cuéntame.     
          -Con el paso del tiempo me cansé y comprendí que no podía seguir viviendo en dos mundos, tan  diferentes, a la vez. Quise tomar una decisión, pero no pude. Estaba indecisa y confusa. De un lado o de otro la vida me resultaba igual. Nada me causaba mayores alegrías ni tampoco tristezas. Me era indiferente tanto volar  durante la noche convertida en una infame bruja como vivir el delicado amor de los humanos. Demasiado tarde comprendí que me estaba transformando en un ser vacío e inútil, en una cosa sin valor alguno.
          -¿Cómo es posible que eso sucediera? ¿Nadie te ayudó?
          -Poco a poco me fui volviendo invisible para los demás y también para mí misma, hasta que solamente me quedó este trozo de existencia que dura unos pocos minutos durante el alba y otros en el crepúsculo. Dentro de un instante ya no podrás verme porque seré invisible.
          Ana Luz se había quedado sin habla, escuchando asombrada el relato de Candonga mientras la imagen de la joven empezaba a disolverse. Escuchó, apenas musitadas, las siguientes palabras:
          -Ignoro si eres una niña bruja o una persona humana. Seas lo que fueres no me olvides nunca. Búscame apenas nace la luz del Sol o cuando llegan las primeras sombras de la noche. Allí estaré aguardando el consuelo de tu presencia. Nadie en el mundo puede comprenderme mejor que tú.
          El Espíritu Errante dejó de brillar apenas la oscuridad se hizo más intensa, y desapareció.
          Ana Luz, sin salir de su asombro, repitió mentalmente las últimas palabras que la fantasmal aparición había pronunciado: Nadie en el mundo podrá comprenderme mejor que tú.
          -¿Qué me habrá querido decir? ¿Será porque yo…? ¡Oh, no!


Capítulo 13

LA CABRA INVISIBLE

          Habían transcurrido dos largos meses desde el último encuentro de Ana Luz y Tanti. La pequeña pastora vivía desde entonces con su familia en la lejana ciudad de Covadonga mientras la solitaria habitante del Cerro de las Brujas no encontraba  consuelo para su tristeza.
          Caminaba descalza por el arroyo y correteaba detrás de las vivaces y coloridas mariposas que abundaban en el valle para llenar las horas vacías. Por momentos le parecía escuchar los ladridos de Sultán  o  la  risa juguetona de su amiga. Miraba hacia todos lados y sólo contemplaba los verdes pastos y las altas montañas, áridas, silenciosas e imponentes.
          Cuatro clases faltaban para completar su noviciado de bruja    , y Sandunga ya le había anticipado que debía tomar una decisión. Si se negaba a ser una Bruja Mayor sería expulsada junto a sus padres de la comunidad de hechiceros de las Sierras Grandes. Este asunto a Ana Luz no le importaba en absoluto, pero sabía que vivir lejos de su pequeña patria sería para Catinga y Cabalango un deshonor insoportable. Además, ¿adónde podría ir un par de feos e inútiles brujos?
          -No sé qué hacer – pensaba-. Irme significaría abandonar a mis padres y eso no lo haré jamás. Si me quedo, deberé ingresar al pueblo mágico como Bruja Mayor y abandonar para siempre el mundo de la luz. Si debo hacer un juramento deberé cumplirlo. No tengo otra salida.
          Apenas había completado este último pensamiento escuchó el tañido del cencerro de una cabra madrina. Se sobresaltó porque a su alrededor no había la presencia de ningún animal. Permaneció atenta, conteniendo la respiración, y nuevamente escuchó el sonido, ahora más próximo.
          -Es sonido de la campanilla que me salvó de quedarme dormida y morir en las  garras de Pichango, el Fantasma de las Nieves – pensó Ana Luz.
          De inmediato escuchó los pasos de un animal que se aproximaba y un melodioso balido.
          Su corazón comenzó a latir apresuradamente. No era temor lo que sentía en ese momento sino una viva curiosidad por lo que estaba sucediendo. Tuvo el claro presentimiento de que algo sorprendente iba a suceder en los instantes que venían. Se irguió cuanto más pudo y observó en derredor. ¿Cómo podía ser? No había nadie. Sólo el gran silencio que imponen las montañas al mediodía y la vibrante luz del Sol la rodeaban.
          Repentinamente, como si surgiera de la nada, dijo una voz femenina, suave y delicada:
          -“Quien se alimente con la leche de mis ubres tendrá el privilegio de ver lo que otros no ven, escuchar los sonidos que nadie escucha y comprender lo que pocos comprenden”.
          -¿Quién habla? – preguntó Ana Luz levantando el tono de su voz.
          -“Soy Cabana, la Cabra Invisible que pasta en las praderas del silencio que están al Otro Lado de la Luz y cuya leche sagrada alimenta el deseo de ser un espíritu libre y luminoso”.
          -¿Eres, acaso, quien me salvó de morir congelada en la nieve?
          -“Sí, fui yo quien con el sonido de su cencerro de plata te mantuvo despierta durante la noche y evitó que te quedaras dormida para siempre”.
          -¿Por qué lo hiciste? ¿No sabes que soy una pequeña bruja de las montañas mágicas, indigna de vivir para siempre en la luz?
          -“¿Por qué te expresas de ese modo? ¿Te avergüenzas de vivir en la región resplandeciente del mundo?”
          -Estoy confundida y tengo miedo.         
          -“¿Miedo a qué?”
          -A quedarme atrapada para siempre en la oscuridad donde he nacido. La indecisión está destruyendo mi voluntad. No sé qué hacer.
          -“Escucha atentamente, Ana Luz. Si puedes vivir fuera de las tinieblas y soportar y amar la luz del Sol es porque nunca  podrás ser una auténtica bruja. Todo depende de tu verdadera vocación. Tienes que decidirte pronto, porque si no lo haces te convertirás en una sombra, en un espíritu errante”.
          -No, no quiero ser como Candonga y vivir penando por el resto de mi vida. Deseo ser libre pero ignoro el modo de lograrlo. Lo único que encuentro son problemas, toda clase de dificultades. ¿Qué debo hacer? ¿Podrías  ayudarme?
          -“Nadie te podrá ayudar si primero no te ayudas a ti misma. Sé fuerte, decidida y no temas hacer tu elección”.
          -¿Cómo puedo saber que no estoy equivocada?
          -“Aprendiendo a no mentirte a ti misma. Seguir los pasos de la propia verdad proporciona una dulce beatitud”.
          -No entiendo lo que acabas de decirme. Por favor, explícamelo con otras palabras.
          -“Querida Ana Luz, una decisión justa produce felicidad, una decisión equivocada  sólo provoca dolor y sufrimiento. ¿Comprendes ahora?”
          -Sí, ahora te entiendo mejor.
          -“Entonces,  ¿estás dispuesta a realizar una prueba? ¿Serás capaz de arriesgarte?”
          -Estoy decidida. Ya nada me importa. No daré un solo paso atrás.
          -“Date vuelta y mira lo que hay detrás de ti”.
          Ana Luz giró rápidamente sobre sí misma y vio, sobre una pequeña piedra cuadrada, un vaso de arcilla lleno de leche.
          -“Toma el vaso y bebe” – dijo la voz de la Cabra Invisible-.” Esa es mi leche y quien la ingiere recibe el poder de la visión que hace posible descubrir los ocultos enemigos y las acechanzas del mal”.
          -Si salvaste mi vida y ahora guías el camino de mi vocación, debe ser porque eres un espíritu protector –dijo Ana Luz, tomando el pesado vaso con sus dos manos.
          -“Espera”  - dijo la voz de Cabana-, “no bebas todavía. Piensa un momento en lo que voy a decirte. ¿No has sospechado que pueda  yo ser Sandunga y que sólo esté jugando contigo para mortificarte y darte una verdadera lección de brujería?”
          -Tengo la esperanza de no equivocarme – dijo Ana Luz, acercando sus labios al vaso, dispuesta a beber.
          -“¿Cómo sabes que cuando tomes esa leche no te transformarás en una araña repulsiva o en una víbora de coral?  ¿Eres  imprudente o valerosa?”
          Ana Luz tomó un primer sorbo de leche. Hizo una pausa y luego dijo:
          -Sólo puedo decirte que ya no tengo temor y también que no eres Sandunga, porque en este preciso momento te estoy viendo.   
          Sobre la hierba resplandeciente apareció el cuerpo  blanquísimo de una pequeña cabra cuyos grandes ojos transmitían una intensa paz espiritual.     
          La niña que no quería ser bruja sonrió, luego empinó el recipiente de barro cocido y bebió hasta la última gota la leche. Tuvo de inmediato la seguridad de que jamás había probado algo tan exquisito al tiempo que sus piernas se le aflojaban y todo su cuerpo se entregaba a un profundo sueño.     
          Cuando despertó, el Sol  se iba inclinando pesadamente hacia el oeste, proyectando las alargadas sombras de los cerros sobre el verdor del valle.
          Estaba recostada sobre una manta roja al pie de unos árboles y a su lado, Catanga, la Bruja Solitaria procuraba aliviarle, con paños de agua fría, la fiebre que quemaba su frente.


Capítulo 14

EL SECRETO DE CATANGA

          Ana Luz permaneció enferma durante tres días en la cueva de Catanga. El lugar era amplio y confortable y extremadamente limpio en todos sus detalles. Las paredes de rocas estaban tapizadas con vistosos tejidos. El piso, también de piedra, estaba  cubierto por una espesa alfombra de lana. En el centro de la caverna había un gran caldero negro sujeto por tres patas de hierro en el cual la Bruja Solitaria preparaba sus pociones mágicas.
          La niña permanecía acostada sobre un pequeño catre de madera de tamarindo, cubierta con una manta roja y dorada que tenía bordada en su contorno una extraña guarda con la figura de animales y aves desconocidos por ella, y en el centro, algo así como un signo geométrico de seis puntas cuyo significado no pudo descifrar.
          La fiebre había disminuido y empezaba a recuperar sus fuerzas. No podía olvidar con cuanta paciencia la había tratado durante esos días aquella vieja mujer que se movía, sin embargo, con la agilidad de una persona mucho más joven. 
          Pensaba en la preocupación que tendrían sus padres por su prolongada ausencia y en el furor de la Bruja Suprema por haber dejado de concurrir a una de las últimas clases del noviciado mágico.
          Miró a su alrededor, tratando de comprender algo que le daba vueltas por su cabecita. Catanga era, evidentemente, otro tipo de bruja, muy distinto a las que ella conocía. Su rostro se veía suavizado por una actitud de permanente simpatía y embellecido por unos ojos grandes e inteligentes que parecían saber y decirlo todo en cada mirada. Además, era limpia y cuidadosa, hablaba con tonos suaves y jamás pronunciaba aquellas terribles palabras que estaba acostumbrada a escuchar entre los brujos de su comunidad.
          De Catanga se decían cosas terribles y repugnantes. Sólo bastaba pronunciar su nombre para que las hechiceras y magos comenzaran a chillar como enloquecidos y a golpear todo lo que tenían a mano. ¿Cuál sería la verdad? ¿Estaría la niña bajo los poderes de la Bruja Solitaria? ¿Estaba despierta o sufriendo los efectos de la fiebre?
          Cerró un momento los ojos y  procuró  descansar, tratando de serenar sus confusos pensamientos. Estaba en eso cuando la interrumpió la voz de Catanga:
          -Buenos días. Parece que nuestra enferma  se siente mejor hoy.
          -¡Oh! Buenos días, Catanga. Es verdad, me encuentro de buen ánimo y con un apetito feroz.
          -Te he preparado un exquisito caldo de tortuga y una tortilla de huevos de perdiz.
          -¡Qué rico! Eso me gusta, aunque jamás he comido esos manjares porque tú sabes que entre nosotros la comida es diferente.
          -Está bien, basta de charlas y a comer.
          Ana Luz comenzó a  alimentarse mientras observaba los movimientos de Catanga. La anciana salió un momento de la caverna y regresó con un ramo de flores amarillas de retama que puso en un rústico florero de arcilla. Luego atizó el fuego que ardía bajo el caldero, revolvió su contenido con una larga cuchara de madera. Tomó un peine tallado en hueso y ordenó sus largos cabellos de color plateado mientras canturreaba una antigua canción:
                  
                   Sólo la flor que nace en las montañas
                   Puede llevar al valle su fragancia.
                   Cuando muere la flor queda el perfume
                   Y si el aroma perdura la semilla está a salvo.

          Ana Luz terminó su comida, se incorporó del lecho y lavó el plato y los rústicos cubiertos. Ordenó la cama donde había pasado su convalecencia y se alisó el pelo con las manos.
          -Bien – dijo con una sonrisa de agradecimiento-, la comida estuvo deliciosa.
          -Me alegra verte recuperada.
          -Gracias a ti, Catanga. ¿Qué hubiera sido de mí sin tu ayuda?
          -No, Ana Luz, no es como tú crees. Todavía no sabes por qué suceden algunas cosas. Ven, vamos a sentarnos un momento – dijo Catanga, indicando un rincón donde había dos piedras en forma de banco-, tengo algo importante que decirte.
          -¿Por qué vine a este lugar? – comenzó preguntando Ana Luz-. ¿Qué me  pasó? Lo último que recuerdo es que bebí un vaso de leche y luego me quedé dormida.
          -Lo que realmente ocurrió hace unos días, Ana Luz, es un acontecimiento único y extraordinario.
          -Por lo que estoy viviendo en este momento, creo que fue como tú dices, aunque por más que me esfuerzo no puedo saber qué me pasó.
          -Por ahora parecerá que has olvidado esa experiencia, pero llegará el momento en que el suceso brotará nuevamente dentro de ti, con mayor fuerza y claridad. Entonces sabrás qué paso, por qué fuiste elegida para realizar semejante experiencia.
          -Dime, Catanga, ¿por qué apareces cada vez que estoy en peligro? Mi familia te maldice continuamente y Sandunga dice que eres un monstruo. ¿Cuál  es la verdad? ¿Por qué me proteges tan especialmente?
          -No existe un porqué que deba ser explicado. Fue porque así tiene que ser.
          -No entiendo lo que tratas de decirme.
          -Muchas cosas, mi pequeña, te parecen extrañas, incomprensibles, ¿verdad?
          -Sí, es cierto. Están ocurriendo  hechos raros a mi alrededor y por eso me siento confusa, desorientada.
          -Recuerda para siempre, Ana Luz: nada sucede en vano, todo tiene un sentido, un significado. Algunos acontecimientos son hermosos, otros terribles. A pesar de todo no puedes detenerte, sientes que debes continuar por tu sendero  sin importarte los peligros que te acecharán. Algo, más fuerte que tu propia vida, te atrae, irresistiblemente. ¿Estoy en lo cierto?
          -Completamente. Cuanto más amo mi vocación por ser libre más se complica mi vida y aparece un inconveniente tras otro.
          -¿Serías capaz de dejarte vencer por el cansancio o el temor? ¿Dejarás de luchar por ti misma?
          -No, Catanga. ¡Jamás! ¡Jamás!
          -Eso me gusta. Quien lucha por su libertad debe hacerlo sin importarle las consecuencias. Todo o nada, sin términos medios.
          -Gracias, Catanga, gracias por tus buenas enseñanzas. Ahora me siento mejor y más segura sobre lo que deseo para mí y para mis seres queridos.
          -Muy bien, pequeña guerrera, ya es hora de partir. Vete, que tus padres te están esperando. Muy pronto volveremos a vernos.
          -¿Cómo haré para regresar? – preguntó Ana Luz-. No tengo ni la menor idea sobre el lugar en que me encuentro.
          -No te preocupes. Te enseñaré la  manera de recorrer el camino hasta tu hogar sin demora – dijo la Bruja Solitaria, sonriendo-. Acércate y cierra los ojos.
          Puso sus manos sobre los hombros de Ana Luz  que se mantenía quieta y anhelante. En el mismo instante en que Catanga susurraba Purucutú mangatunga (que tengas un feliz viaje) se encontró, imprevistamente, delante de la caverna de sus padres.


Capítulo 15

¡MUERAN LOS BRUJOS TRAIDORES!



          Las clases en la Escuela del las Brujas Novicias terminaron normalmente y Ana Luz quedó sorprendida por los buenos modales que aparentaba  la Bruja Suprema.
          Se daba cuenta, sin embargo, de que la horripilante hechicera actuaba de ese modo porque estaba esperando la oportunidad para maltratarla públicamente y hacer, con esa humillación, un escarmiento para los demás brujitos de su edad.
          -Bien – le dijo aquella noche Sandunga -, la etapa inicial ha sido superada. A pesar de algunos problemas de los que hoy no deseo hablar, has demostrado ser una alumna aplicada y lista. Ahora, cuando estás por cumplir l2 años de edad, tendrás la oportunidad para anunciarnos que serás una Bruja Mayor. ¿Has meditado en las numerosas responsabilidades que deberás asumir?
          -Estoy en eso, bruja.
          -Piensa  seriamente en el paso que vas a dar. Ser una verdadera Bruja significa permanecer para siempre de este lado de la realidad. Te será prohibido, para toda la vida, salir a la luz y comunicarte con los humanos, nuestros despreciables enemigos.
          Ana Luz palideció cuando escuchó estas últimas frases pero hizo el máximo intento para ocultar sus pensamientos y emociones.
          -No te hagas la sorprendida – dijo Sandunga elevando el tono de su voz-, sé que estás pensando en Tanti, tu amiga, la pastora de cabras, que ahora vive en  la ciudad de Covadonga y estudia tonterías en una escuela. En realidad y para que te quede claro, pienso que es una niñita estúpida y torpe que no vale nada. Si todavía sientes por ella el sucio sentimiento del amor, deja de hacerlo y no sigas pensando en tu amiga. Bórrala definitivamente de tu memoria porque siendo una Bruja Mayor te convertirás en su enemiga.
          La brujita novicia procuró que ni una sola lágrima asomara a sus ojos.
          -Si sigues creyendo que esa maldita amiga tuya es más importante que la comunidad a la que perteneces y te debes, entonces puede suceder que uno cualquiera de estos días la pastorcita tenga un accidente, muera envenenada o se ahogue en el Lago de los Esperpentos. ¿No crees en lo que estoy diciéndote? ¿Quieres comprobar lo que soy capaz de hacer? ¡No me desafíes!
          Ana Luz contuvo su indignación y su repugnancia por el discurso  de su superiora. Tanti representaba para ella el único contacto con el amado mundo de la luz. Era su única y verdadera amiga y sólo ansiaba el momento de volver a verla.
          La siniestra amenaza que Sandunga terminaba  de pronunciar le hizo sentir frío en la espalda. Sabía que las hechiceras eran capaces de cualquier maldad para demostrar su voluntad de dominio. Apretó los dientes y guardó, prudentemente, las respuestas que le hubiera gustado expresar.
          Estaban sentadas junto a la enorme mesa de piedra negra. Maestra y alumna se miraban atentamente procurando descubrir por las ventanillas de los ojos lo que la otra ocultaba. Se sintieron, de golpe, verdaderamente enemigas y aunque hacían el máximo esfuerzo por mantener una apariencia amable y discreta, no podían lograrlo plenamente.
          -Hemos  terminado – dijo Sandunga-. Salgamos, nos espera una importante reunión con  los principales cabecillas de nuestro pueblo que han viajado expresamente desde los rincones más apartados de nuestra mágica nación para  asistir a este cónclave.
          Tomaron por una de las galerías laterales de la caverna  y se dirigieron al Salón de las Maldiciones, donde se habían reunido los brujos y hechiceras, magos y videntes en medio de un escándalo de voces, risas y gritos. Apenas Sandunga, alta y poderosa, seguida por la pequeña Ana Luz se hicieron presente,  un murmullo sobrecogedor invadió el recinto.
          El Salón de las Maldiciones era la cavidad más grande de aquella  tenebrosa madriguera, apenas iluminada por las débiles luces de algunas velas malolientes.  La Bruja Suprema, dando un ágil salto en el aire, trepó al centro mismo de una piedra rectangular de color verde oscuro, que se erigía en la parte más alta de aquel lóbrego sitio.
          -Bamba ananda – dijo en voz alta, levantando ambos brazos, mostrando sus largas uñas y sus joyas que no eran otra cosa que víboras, arañas y espantosos bichos que sólo viven en las galerías internas de la tierra.
          -Bamba ananda – gritaron a coro los monstruos de la noche y empezaron a reírse y a insultar.       
          -¡Silencio! – Gritó Sandunga-. No quiero que nadie abra la boca sin mi permiso. ¿Escucharon?
          -Sí, bruja – contestaron a coro.
          -Los he convocado porque tengo asuntos muy importantes que tratar en esta ocasión. Esta pequeña brujita que está a mi lado, cuyo extraño nombre es Ana Luz, ha completado sus estudios básicos y se prepara para ser una Bruja Mayor. Todos ustedes, viejos magos, pitonisas, adivinos y encantadores saben que nadie  debe abandonar nuestra comunidad ni traicionarnos. Como esta novicia tiene algunas dudas, les pido que pronuncien esta noche palabras de aliento que estimulen su vocación. Pueden hablar, pero no todos a la vez.  Estoy escuchando.
          -¡Ollantaj pirisqui sumay! – dijeron las mellizas Huchula y Huiñaj, en el dialecto de las brujas santiagueñas, que quiere decir: “Mueran los brujos traidores”, y continuaron diciendo: Un perro encadenado junto a las llamas del infierno sería más feliz que aquél que huya de nuestro mundo de tinieblas.
          -Te conozco desde el día que naciste – intervino Quilino, a cuyo lado se encontraban  su mujer Copina y el atolondrado brujito Bombo, su malvado hijo-. Eres como una hija para mí pues  te he visto nacer. No te pido otra cosa sino que seas fiel a tu familia y a la tribu donde has recibido los primeros dones del poder.        -Aprende de nosotras – dijeron Caraguatá y Cululú-, que somos felices por todo el mal que hacemos en el río Paraná. Sembramos peste para los peces y hundimos las barcas de los pescadores durante las tormentas. El dolor de los humanos nos hace más poderosas e invencibles, es como si nos alimentáramos del sufrimiento ajeno. Decídete a formar parte de nuestra alianza y olvídate del Sol y de su maldita luz.
          -Siendo numerosos dominaremos las montañas y las llanuras y luego tomaremos otros lugares de la Tierra – dijo Carrilobo, el brujo que tenía el aspecto de un zorro rojo-. La noche en que ataquemos a la ciudad de Covadonga no será igual a ninguna otra por el dolor y el espanto que sembraremos entre sus habitantes.
          -Hijita mía – exclamó Catinga, secándose las lágrimas-, en ningún otro lugar podrás ser más feliz que entre nosotros. Todo lo que hay del otro lado es un espejismo, una ilusión que produce la luz. Al pie de estas montañas están los enemigos de nuestro pueblo, gente que no sentiría pena de clavar una afilada estaca en el corazón de tu madre.
          Ana Luz permanecía impasible aunque su corazón latía aceleradamente.
          -Mira a ese pobre diablo, borracho e inútil de tu padre. Ha jurado que dejará de beber la noche en que prometas solemnemente  ser para siempre una Bruja Mayor. ¿Acaso no sientes compasión por tu pobre padre?
          De un brasero encendido surgieron, repentinamente, las llamaradas rojas y azules de las salamandras Talamuyuna, Cuipán y Quichagua, espíritus de la naturaleza que viven en el fuego. Crecieron hasta  fundirse en una sola figura de descomunal tamaño.         
          -Si intentas huir – se escuchó una voz potente que venía del interior de las llamas-, se abrirán grietas en las montañas, en las serranías y en los valles de donde brotará fuego y azufre que te seguirán hasta convertirte en cenizas. Esta es nuestra advertencia.
          -Nosotras somos Malal-Huina y Tulumaya, brujas de la cordillera de Los Andes – dijeron dos enormes águilas -. Si en algún momento te atrevieras a cruzar el Valle del Silencio, te alcanzaremos y nada podrás hacer para defender tus ojos de nuestros picos y garras.
          -Por mi parte – intervino el mago Luán Toro-, sólo deseo agregar  que si Ana Luz supiera lo que les ha sucedido a varias brujitas rebeldes en las llanuras pampeanas, no dudaría un instante en formular su juramento. ¡No subestimes nuestros consejos!
          -¡Basta!  Es suficiente – dijo Sandunga levantando una mano-. Lo que hemos escuchado demuestra que somos inseparables y que no estamos dispuestos a tolerar la más mínima desobediencia. Llevamos miles de años luchando de este lado de la vida para conservar nuestros hábitos, nuestro lenguaje, nuestras costumbres. Si hoy toleramos un capricho, mañana habrá otros y en poco tiempo nuestro pueblo habrá llegado a su fin-. Hizo una breve pausa y dirigiéndose a Ana Luz, le preguntó: ¿Tienes algo que decirnos?  Estamos ansiosos por escucharte.
          Hubo un prolongado silencio durante el cual aquellas inhumanas criaturas esperaban contemplar las súplicas  de la niña y ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Pero ella, erguida e inmutable, con una leve sonrisa en la comisura de sus labios y relámpagos de inteligencia en sus grandes ojos verdes, contestó:
          -No es justo que me llamen traidora ya que nuestra Bruja Suprema en persona ha dicho que aún no se ha cumplido el plazo para que yo tome una decisión. Tampoco es necesario que me amenacen ni que sugieran represalias porque deben saber que no les temo-. Observó uno por uno a los concurrentes y agregó: -A ninguno de ustedes, por más astutos y asesinos que sean. Cuando llegue la hora  les comunicaré cuál será mi última decisión y, desde ese preciso momento, por nada ni por nadie en el mundo renunciaré a mi vocación.


Capítulo 16

AGUARDIENTE DE PIQUILLÍN

          Un plazo de tres lunas concedió Sandunga para que Ana Luz tomara una decisión, plazo que extrañamente coincidía con el cumpleaños de la niña. A su término magos y brujas volverían a reunirse para recibir el correspondiente juramento de lealtad y las maldiciones que acompañan  las ceremonias de los hijos de las sombras.
          Mientras tanto, Ana Luz pasaba los días caminando en soledad por el valle o sentada junto al arroyo escuchando el armonioso canto del agua, agobiada por los duros acontecimientos que debía enfrentar. Se sentía cada vez más sola y desamparada, sin tener a quien recurrir en busca de consuelo y de sanos consejos.
          De sus padres poco y nada podía esperar, Tanti vivía en una ciudad lejana y Catanga no había vuelto a aparecer. Ana Luz frecuentó cada uno de los lugares conocidos por ella en toda la región, pero por más que lo intentó le resultó imposible ubicar el lugar donde tenía su cueva secreta la Bruja Solitaria. Había permanecido tres días en el refugio de Catanga pero no recordaba cómo había ingresado allí por más que buscaba un indicio tras otro, una huella, alguna señal.
          Sus padres habían modificado su relación con ella y apenas le dirigían la palabra, la trataban fríamente haciéndola  sentir  responsable por las críticas y burlas que los otros brujos hacían a la familia.
          Durante las noches disfrutaba de sus vuelos observando las constelaciones en el maravilloso firmamento, las ondulaciones del imponente paisaje de las sierras y el espejo bruñido del Lago de los Esperpentos que brillaba intensamente bajo la luz de la Luna llena.
          Sucedió al regreso de uno de aquellos viajes nocturnos cuando encontró a su madre, Catinga, sollozando a la entrada de la caverna, con los pelos revueltos y la ropa hecha jirones.
          -¡Mamá! ¡Mamá! ¿Qué te ha sucedido? ¿Por qué estás herida?
          -¡Ay, Demonio de las Tinieblas, ten piedad de esta pobre bruja!
          -Por favor, dime qué te ha sucedido – dijo abrazando amorosamente a su esquelética madre que apenas tenía fuerzas para ponerse de pie.
          -Fueron Rancul y Cayupán, los magos jabalíes. Sandunga los envío a castigarnos a tu pobre padre y a mí.
          -¿Por qué? ¡No es posible!
          -Porque no te has decidido a dar tu juramento como Bruja Mayor. ¿Por cuál otro motivo desearía hacernos daño?
          -Mamá, eso no puede ser. Aún no ha vencido el plazo concedido para que yo medite y tome una decisión. Lo prometió delante de todo el pueblo.  ¿Por qué actúa así?
          -Hijita mía, deberías saber que nosotras, las brujas, no tenemos palabra de honor. ¡Honor! ¿Qué demonios significa esa palabra? ¿Qué vale para una hechicera una promesa? Siempre decimos una cosa y hacemos otra. ¿Qué esperabas?
          -Pero, mamá, yo no sabía que esto pudiera ocurrir. Lo lamento.
          -Mira el sufrimiento que estamos padeciendo por tu culpa. No tienes piedad ni respeto por tus padres.
          Ana Luz miró el rostro demacrado de su madre, los ojos pequeños y llorosos, la boca de labios finos y la nariz puntiaguda que sobresalía de una larga y despeinada cabellera. Sus brazos, extremadamente delgados terminaban en manos de dedos largos y afiladas uñas. A pesar de su fealdad, la niña tuvo en su corazón un profundo sentimiento de amor y de compasión  por su madre. Abrazó a Catinga fuertemente, la besó y se quedó llorando junto a ella durante un buen rato hasta que les llegó la voz vacilante de Cabalango.
          También él había sido atacado por los feroces brujos pampeanos y caminaba con dificultad a causa de la herida que tenía en una pierna. Se detuvo frente a Catinga y Ana Luz con las piernas entreabiertas para mantenerse de pie, sujetando en sus manos una tinaja de aguardiente de piquillín  de la que había estado bebiendo.
          Su cuerpo  pequeño, casi enano, se recortaba en la penumbra de la noche destacando la barriga abultada y la enorme cabeza con un par de ojos saltones e hinchados, la boca de labios gruesos y amoratados por el alcohol  mostraban sus dientes sucios y deformes.
          -¿Estás feliz, hija mía? Mira cómo nos han dejado. Míranos bien a mí y a tu madre. Casi nos matan a golpes.
          -Papá, ¿por qué me hablas así? ¿Crees que podría sentirme feliz en estos momentos? ¿Por qué eres tan injusto?
          -¿No sientes vergüenza por lo que nos ha sucedido? ¿Acaso ese par de carniceros nos han atacado por nuestra culpa?
          -No, no siento vergüenza sino pena, por ustedes y también por mí.  
          -Si aceptas la propuesta de Sandunga – insistió Cabalango -, serás después de ella la Bruja Mayor más poderosa de estas montañas. La gente de nuestra comunidad ofrecerá toda clase de regalos, a tu madre y a mí, y nadie se atreverá a tocarnos. Tendremos una cueva más grande, más comida, más…
          -Déjala en paz – intervino Catinga, de mal humor-. Estás completamente borracho y no sabes lo que dices.
          -Encima de la paliza que nos dieron esos brutos y de las humillaciones que estamos padeciendo, ¿quieres que no reprenda a nuestra hija? ¿Eso quieres? ¿Ah?
          -No todo lo que ha sucedido es por su culpa, grandísimo puerco.
          -¡Ah! ¿No? ¿Quién pagará por la mayor vergüenza que he pasado en mi vida?
          -Alguien pagará y te aseguro que no será nuestra hija. Ahora vete a dormir, desvergonzado, no tienes el menor respeto por tu hija. ¿Qué tienes en tu corazón?
          Ana Luz se separó de los brazos de Catinga e, inesperadamente, caminó hacia uno de los costados de la cueva, mirando a un lado y otro.
          -¿Dónde está? – le preguntó a Cabalango.
          -¿Dónde está qué cosa? ¿Qué quieres saber?
          -Dime dónde escondes el alambique con el que fabricas el aguardiente – dijo la niña con voz firme y autoritaria.
          -Allá – respondió Cabalango, indicando con una mano en dirección a un promontorio de rocas, una especie de pirca elevada.
          -Está bien, papá, ahora vete a dormir, por favor. Yo  no estoy feliz por lo que está sucediendo y ya que me pides que tome decisiones, ya mismo estoy tomando la primera: destruiré esa construcción maldita y dejarás de beber para siempre. No más aguardiente de  piquillín. No más borracheras.
          -Espera, hijita, te prometo que beberé sólo un trago cada noche. Aguarda un momento, no te precipites.
          -Ya no podré detenerme, papá. Todos empezaremos a cambiar a partir de hoy.
          Cabalango bajó la cabeza, resignado e impotente frente al carácter decidido de su hija.  Ingresó tambaleándose a la caverna y tal como estaba, sin cambiar sus ropas, se acostó en su camastro. Poco después sus ronquidos  se  empezaron a escuchar mientras Ana Luz se daba a la tarea de arrojar el alambique a las profundidades del abismo que llegaba hasta el fondo de la Quebrada de las Ánimas.
          Catinga tomó en brazos a su hija y así permaneció  el resto de la noche sin decir palabra, con sus tristes ojos perdidos en el vacío, pensando en los terribles tiempos que se avecinaban.
          Apenas vio la lejana bruma del alba entró temerosa a la cueva y selló cuidadosamente el orificio que les servía de entrada, para que no se colara la más mínima claridad. Repitió tres veces:
          -Gudaluga pamba chigasta.  (La luz del día transforma y destruye).


Capítulo l7

EN EL NOMBRE DE LA LUZ

          Ana Luz bajaba, como todas las mañanas, a pasar el día en las proximidades del Valle del Silencio, con su corazón oprimido por una gran pena. Dentro de muy pocas noches se cumpliría el plazo concedido por Sandunga para que le entregara su vida, sumisa,  y definitivamente. Presentía que a partir de ese instante ingresaría a una cárcel de tinieblas de la que no saldría jamás.
          -Tengo que encontrar una salida – pensaba-. Si continúo dudando me transformaré en un espíritu errante, como aquella desdichada Candonga que vi  aparecer y desaparecer en el atardecer.
          Sin darse cuenta, mientras continuaba encerrada en sus pensamientos, sus pasos se orientaron por el Cañadón de las Ánimas. No recordaba haber estado allí, aunque ciertas formas del terreno, algunos árboles chamuscados por el fuego de los rayos y el polvillo que levantaba el viento en ligeros remolinos, trajeron a su memoria  imágenes  confusas y lejanas de un suceso en el que había tomado parte.
          Inesperadamente, escuchó el balido familiar de una cabra y el tañido del cencerro de plata.
          -¡Es la Cabra Invisible! – exclamó  llena de júbilo y sin pensarlo más corrió entre los peñascos hacia donde partían los sonidos pero, al llegar al supuesto lugar, escuchó que los pasos de Cabana se alejaban velozmente hacia una zona profunda, rodeada de espinillos y llena de pájaros de vivos colores que jamás había visto.
          Cuando ella se detenía, la Cabra Invisible también lo hacía; entonces volvía a escuchar el balido y el repiqueteo de la campanilla. Al reiniciar su marcha las pisadas volvían a alejarse, como invitándola a llegar a un lugar determinado.
          Así continuó la larga persecución durante más de una hora hasta que, al final del estrecho sendero que corría entre los arbustos, Ana Luz divisó una pequeña gruta disimulada detrás de unas rocas descomunales.
          Mientras se aproximaba cautelosamente, le pareció reconocer el lugar. El sonido del cencerro sonó ahora dentro de la caverna. Ya no tenía dudas: aquella era la morada de la Bruja Solitaria.
          El cuadro que vio con sus ojos espantados la hizo retroceder unos pasos. Se repuso y corrió hacia el interior donde Catanga yacía en el piso con su cuerpo cubierto de golpes y heridas sangrantes.
          Todo allí era caos  y destrucción. Por el suelo,  en completo desorden, estaban  los bellos tapices que Ana Luz había admirado durante su convalecencia, las tinajas, el caldero, los muebles y algunos libros.
          -Catanga – dijo Ana Luz -, ¿qué ha sucedido?
          -Fue Sandunga – respondió la anciana con un hilo de voz-. Descubrió mi refugio y anoche  envió a sus carniceros a matarme. Debo haberme descuidado, porque este accidente no debió haber ocurrido jamás.
          -Lo mismo le hicieron a mis padres – dijo la niña mientras ayudaba a incorporarse a la bruja que vivía en perpetua soledad.
          -Han comenzado a reclamar tu decisión, hijita. Te están acorralando por medio de la violencia y no descansarán hasta que lo logren.
          -Pero no se lo permitiremos, ¿verdad? – preguntó Ana Luz mientras se dedicaba a curar las heridas de su protectora.
          -Ya te dije que eso depende de ti, pequeña guerrera. Es tu problema y tienes que resolverlo sola. Yo he cumplido más de doscientos años de vida y tengo un cuerpo débil y enfermo. ¿Qué podría hacer contra esas bestias? Ya  no poseo ni la astucia ni la agilidad suficiente para enfrentarlas.  Ellos se están multiplicando y distribuyendo por cada rincón de estas montañas. Se han hecho poderosos y cada vez más crueles.
          -Lo que no entiendo – prosiguió Ana Luz-, es por qué Sandunga ha decidido darte muerte. ¿Qué está sucediendo?
          -Sospecho que ella ha descubierto nuestros encuentros y no aceptará perdonar nuestra amistad. A partir de ahora hará todo lo posible para doblegarte, para que te rindas y le ofrezcas tu voluntad.
          -Es por mi culpa que están ocurriendo estos ataques, contra ti, contra mis padres.
          -No te culpes. Lo que  ha sucedido es porque me he confiado,  porque no tomé las debidas precauciones-. Hizo una pausa y luego indicando cierto lugar, le dijo a la niña: -por favor, Ana Luz, alcánzame aquel frasco de ungüento.      
          Catanga tomó el recipiente y con su contenido, una crema rojiza, untó sus heridas que rápidamente empezaron a cicatrizar.
          -Bien, ya me siento mejor. Ahora tomaremos en paz una taza de té-. De un fogón con carbones encendidos tomó un recipiente con agua hervida, echó un puñado de manzanillas y pétalos de rosa y sirvió en dos tazones.
          Ana Luz necesitaba resolver algunas dudas que hacía tiempo daban vueltas en su cabeza. Tomó coraje y preguntó:
          -Estoy segura de que entre tú y Sandunga existen otros motivos para que sean absolutas enemigas. Ambas son poderosas y conocen a la perfección los trucos de la magia,  el arte de los encantamientos y la  elaboración de  elixires y venenos. Sin embargo hacen cosas diferentes. ¿Por qué?
          -Por aquello que un día te enseñé y que consiste en saber cuál es la verdadera luz y cuál la oscuridad auténtica. Si estamos confundidos podemos cometer graves errores y hacer las cosas al revés creyendo que las hacemos al derecho. ¿Has entendido?
          -No tenía en claro esas ideas, por eso te pregunté.
          -Entonces debes confiar en mí. Para librarte de Sandunga y sus secuaces, tienes que estar preparada en forma conveniente puesto que deberás luchar completamente sola contra todos ellos. Te dije que soy vieja, y por lo tanto poseo cierta sabiduría cuyos secretos quiero darte. Te voy a enseñar cómo luchar contra la Bruja Suprema y su ejército de malos espíritus, la forma de salvar a tus padres y borrar la oscuridad  hasta que no queden ni rastros del pasado.
          -No deseo otra cosa que continuar aprendiendo de ti, pero no me iré hasta no verte sana y a salvo. Esas bestias podrían regresar.
          -No temas por mi seguridad. Mira cómo mis heridas están sanando rápidamente. Antes de que pasen dos días estaré restablecida. Tu tiempo se cumple y tienes que partir para  completar  los pasos que faltan y  obtener lo que tanto deseas.
          -Rancul y Cayupán podrían regresar para comprobar si estás muerta. Estarás en peligro constante y eso me preocupa.
          -Esta vez no me encontrarán porque estaré oculta de tal forma que, aunque pasen junto a mí y me rocen, no podrán verme, aunque recibirán su merecido.
          -¿Quieres decir que puedes hacerte invisible?
          -Si no fuera capaz de hacerme invisible, ¿cómo podría enseñarte el secreto de vencer, por ti misma, a cientos de espíritus del mal que están esperándote?
          -Está bien, lo comprendo, ¿pero cómo pudieron atacarte Rancul y Cayupán y herirte? Pudiste haber desaparecido, simplemente, de su vista.
          -Cometí un error que hasta los grandes brujos de la luz pagan muy caro: subestimé a mi enemiga, supuse que ella jamás podría sorprenderme, pero no fue así. No olvides lo que a mí me ha sucedido  y vive en alerta permanente. Vigila tus pasos y mide tus propias fuerzas. Aunque te sientas poderosa, desprecia la soberbia; aún sintiéndote invencible, no abandones la prudencia.
          -No olvidaré tus consejos, Catanga, especialmente ahora, cuando estoy más decidida que nunca a seguir adelante. No me importa el sacrificio que me espera si puedo ser libre y rescatar a mis padres del terror y el fanatismo de Sandunga.
          Apenas la niña expresó su voluntad  de luchar hasta las últimas consecuencias, se escucharon los pasos de la Cabra Invisible que ingresaba lentamente a la caverna.
          Llena de asombro, Ana Luz vio formarse sobre la arena las pisadas de Cabana que se detuvo frente a Catanga.
          -Su nombre es Cabana – dijo la Bruja Solitaria, señalando  con su mano el  lugar donde aquélla, aparentemente, se encontraba-, y su misión es la de ser un espíritu protector.
          -La recuerdo bien – respondió Ana Luz-, pues ella me salvó de morir en la nieve cuando me atacó Pichango. Tiempo después volvimos a encontrarnos y cuando bebí su leche me quedé dormida y desperté en tus brazos. Hoy me ha conducido a tu refugio guiándome con el sonido de su campanilla.
          -“La leche de mis ubres” – se oyó la dulce voz de la invisible Cabana-, “ha vigorizado tu vocación  y  ha fortalecido tu inclinación hacia la libertad. La primera vez caíste en un profundo sueño porque tu cuerpo  estaba asimilando ese luminoso alimento que viene del cielo. Ahora beberás nuevamente, aunque será la última vez que lo hagas. Si en verdad quieres ser libre, adquirirás una fuerza invencible, y de tus manos surgirá en la lucha un  impresionante poder. Pero si eres una niña mentirosa y simuladora, si eres una brujita perversa que ha estado burlándose de nosotras, al beber esta leche elaborada con la luz de los mundos resplandecientes, te transformarás en una piedra hasta el fin de los tiempos. ¿Estás dispuesta a realizar la prueba?”
          -Sí, ahora mismo. No tengo temor alguno pues sé lo que deseo.
          -“Entonces toma esa escudilla de madera que está a tu derecha y acércate. Extiende, con cuidado, tu mano derecha hasta tocarme”.
          Ana Luz sintió una emoción tan profunda que su corazón  aumentó sus latidos. Tomó el recipiente y se adelantó unos pasos. Buscó tanteando en el aire hasta que sus manos rozaron un par de cuernos. Acarició la cabeza del animal, luego recorrió su cuello y el armonioso lomo y encontró, debajo del vientre, las pequeñas y tibias ubres. Apretó con fuerza y de inmediato un chorro de blanquísima leche cayó en la escudilla. Repitió la operación siete veces. Luego tomó el recipiente con ambas manos y bebió su contenido. Se sentó al lado de Catanga y esperó a que la leche hiciera su efecto. Al principio se sintió un poco mareada pero, poco a poco, como surgiendo de una pizarra oscura, se reveló el brillante cuerpo de Cabana.
          Al ver la aparición, Ana Luz sintió que su cuerpo se estremecía agitado por una nueva energía. Tuvo ganas de volar, de reír, de correr por las montañas, zambullirse en el agua del arroyo, cantar, comer, jugar  como jamás lo había deseado.
          -Has vencido – dijo Catanga, abrazando a la niña-. A partir de este momento estoy segura de que triunfarás. Ahora escucha atentamente lo que voy a decirte. Te revelaré los  tres secretos prometidos, pero antes cubriré este lugar para que nadie pueda oírme.
          La Bruja Solitaria levantó sus manos con las que hizo un extraño giro en el aire, mientras pronunciaba en el dialecto puncum las siguientes palabras:
                            
                             Deranga banga buturú
                             Cóngoro urunda bulú
                             Ana Luz em Catanga.

          Eso quiere decir: “La sombra del silencio cubra el sonido de las palabras secretas que Catanga dirá a Ana Luz”.


Capítulo 18

LA MANZANILLA DEL OLVIDO

          Mientras cruzaba el Valle del Silencio, Ana Luz  iba recordando las recomendaciones de Catanga: “No viajes de noche para evitar que los espíritus del mal te sorprendan. Debes atravesar esa extensa pradera caminando siempre hacia el norte, guiándote por la posición del Sol y la sombra que  proyectan los árboles más altos”.
“Al final del viaje te hallarás en una región serrana cubierta  por una espesa vegetación. Buscarás el lugar donde se encuentra la Cueva de los Sueños y penetrarás hasta lo más profundo en ella hasta encontrar un hilo de luz que pasa a través de una delgada grieta que la naturaleza ha calado en las rocas”.
          “Debajo de ese rayo luminoso encontrarás un pequeño jardín donde crece la Manzanilla del Olvido. Corta un ramo de sus flores y regresa de inmediato. Aunque te encuentres fatigada no te quedes a descansar un solo momento en ese lugar porque te quedarás dormida. Si eso ocurriera, al despertar te morirías de espanto pues a esa hora la cavidad  es invadida por las monstruosas pesadillas que sueñan las brujas de las montañas”.
          La niña atravesó a paso rápido la verde alfombra de la llanura sin perder de vista la elevada Torre Negra, una formación pétrea  que le servía como punto de referencia.
          No encontró a nadie en el camino, y eso le llamó la atención. Por aquel extenso valle, aunque colindaba con la región dominada por las brujas, solían venir los pastores con sus cabras y ovejas para aprovechar la abundancia de pastos frescos y el agua limpia de los arroyos.
          También recordaba haber contemplado, cuando con Tanti se divertían en aquellos espléndidos lugares, el arreo de caballos salvajes y el paso de viejos troperos con sus perros cazadores y los rifles cruzados en bandolera.
          Se sentía cansada y con ganas de comer pero no había por allí un solo árbol a cuya sombra pudiera sentarse y reparar las energías. El sol empezaba a abrasar y todavía le faltaban varias horas para llegar al punto indicado por la Bruja Solitaria. Sabía que debía recordar cada uno de los detalles de su itinerario para no extraviarse. Esta era su única oportunidad y no debía desperdiciarla.
          Próximo a la huella de carros que estaba transitando encontró un rancho abandonado y un corral de cabras en el que no había un solo animal. Decidió aproximarse para ver por primera vez lo que había sido una vivienda de seres humanos.
          Por lo que estaba viendo, presintió que aquel había sido el hogar de Tanti, la niña pastora. Sintió al mismo tiempo una intensa emoción y una viva tristeza. Entró tímidamente a una de las habitaciones cuyas paredes estaban cubiertas   de polvo y telarañas. Algunos muebles rotos y trozos de papel se esparcían por el piso de tierra.
          Aunque el rancho aquel era pobre no tenía comparación con la rústica cueva donde ella vivía desde que había nacido. Sin embargo, el cuadro de desolación y ruina que estaba presenciando le dejó una impresión de amargura, de decepción y fracaso. Comprendió que no tenía sentido permanecer allí y  comenzó a salir cuando, al atravesar una de las puertas, observó que en una de las paredes, semioculto por la penumbra, había un cuadro colgado. Lo descolgó, limpió  el polvo que cubría la imagen y allí estaba, un retrato de Tanti, sonriente y feliz como en los mejores épocas de su amistad, hacía ya más de un año. ¿Habían olvidado al mudarse ese cuadro en la pared o era una señal que alguien había puesto en su camino?
          -Algún día saldré de esta región y te buscaré, donde sea que te encuentres – dijo Ana Luz en voz alta observando el cuadro que había vuelto a colocar en su lugar, y lo besó.
          Salió enseguida al patio, bebió agua fresca del aljibe, se refrescó las manos  y el rostro y  llenó la cantimplora. Buscó la dirección que venía siguiendo desde las primeras horas de la mañana y empezó a correr.
          Era ya casi el mediodía y debía ingresar al laberinto de la Cueva de los Sueños a la hora precisa: cuando el Sol se encontrara, exactamente, en el cenit.
          Lo primero que tenía que hacer era ubicar un pequeño bosque de algarrobos y el vistoso lapacho a cuya sombra sus flores formaban una delicada alfombra. Pasó raudamente un conejo blanco, luego un lagarto verde en dirección opuesta. Eso significaba, según los datos de Catanga, que se encontraba en las proximidades de su objetivo.
          A la entrada de un estrecho sendero  rodeado de espinillos, vio los restos de una cabra y las huellas de Rancul y Cayupán, los brujos jabalíes, y de Caleufú, el sanguinario puma de Sandunga.
          -Se han vuelto locos – dijo Ana Luz-, llegan a los límites de su territorio y destruyen a los animales de los hombres únicamente por el placer de provocar la muerte.
          Caminó un trecho más y al fin descubrió la profunda boca del laberinto. El lugar, espacioso y fresco, se hundía en las entrañas de un cerro de rocas ferrosas de color marrón oscuro.
          Cuando Ana Luz había penetrado unos veinte metros, la cavidad cambió de posición y dejó de recibir la luz del Sol. Se detuvo un momento y cerró los ojos para acostumbrarse a la oscuridad, como lo hacía durante las noches en el mundo de los brujos. Siguió, ahora con mayor cautela, tratando de no tropezar o ser sorprendida por alguna de las bestias que la estaban buscando. Los contornos de la extensa cueva parecían tallados a mano por la perfección  que lucía. En todo el trayecto observó una cuidada limpieza, como si alguien  (¿quién?)  se ocupara de mantener en orden el extenso túnel.
          Mientras seguía avanzando a derecha e izquierda, por momentos descendiendo y en otros trepando con dificultad, la oscuridad se volvió tan impenetrable que le resultaba imposible ver a un metro de distancia.
          Caminaba ahora con los brazos extendidos para no golpearse el rostro con las rocas. La marcha se hacía más lenta y agobiante en la medida en que también sus temores aumentaban.
          -No debo detenerme – pensó- porque de este viaje depende el futuro de mi vida. Debo continuar confiando en mis fuerzas y en las enseñanzas de Catanga.
          En ese momento ya no veía absolutamente nada y empezó a guiarse apoyándose en las lisas paredes de piedra. De repente, sus ojos se estremecieron por el impacto del chorro de luz que inundaba un maravilloso y diminuto jardín, alrededor del cual giraban veloces rundunes.
          El haz de blanquísima luz descendía a través del techo de la gruta iluminando las  Manzanillas del Olvido, cuyas flores de pétalos blancos se abren únicamente al mediodía, en el preciso instante en que sobre ellas desciende  la luz, tal como estaba sucediendo en ese momento.        
          Sin perder un segundo, Ana Luz arrancó un puñado de aquellas misteriosas flores y las guardó en un pequeño bolso de cuero que pendía de su cuello en el mismo instante en que desde lo alto del firmamento el Sol declinaba hacia el oriente y su rayo luminoso se disipó, dejando el lugar en la más intensa oscuridad.
          La pequeña viajera había memorizado, mientras iba ingresando, cada uno de los detalles de la topografía del laberinto donde se encontraba, así que procurando no extraviarse en alguna de las numerosas cavidades secundarias, comenzó a salir tanteando las paredes y el ondulado y traicionero piso.
          Al aproximarse al último recodo descansó un momento. Tenía unos inmensos deseos de entregarse al descanso pero las advertencias de Catanga la mantuvieron alerta. Fue en ese preciso momento en el que escuchó un sordo rumor que parecía provenir de cada uno de los rincones del intrincado laberinto. Se predispuso a salir corriendo pero quedó inmovilizada por el terror.
          Se oía un tumulto de voces, gritos, llantos, alaridos, maldiciones, quejidos que surgían del centro mismo de la Cueva de los Sueños, allí donde se concentraban  los malos pensamientos y las pesadillas de cientos y cientos de brujas, magos,  adivinos, espíritus de la oscuridad que a esa hora dormían ocultos en sus madrigueras dispersas a lo largo y ancho de la extensa región. Si en ese instante alguien hubiese quedado atrapado en alguno de los recovecos de la profunda cavidad jamás hubiera podido salir con vida. 
          Ana Luz recordó las recomendaciones de Catanga. Hizo un esfuerzo supremo para poner en marcha sus piernas inmovilizadas por el pánico y salió tambaleándose hacia la salida. Ya a salvo tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran nuevamente al resplandor de la luz y de inmediato se dispuso a iniciar el largo camino de regreso. Como tenía hambre y sed comió un pedazo de tortilla, bebió un par de sorbos de agua y sintió que una desconocida felicidad recorría  su cuerpo.
          Apenas inició su caminata contempló, perdidas en la bruma de la tarde, las tétricas formaciones rocosas del Cerro de las Brujas y pensó con afecto en sus padres que a esa hora dormían plácidamente.
          Tenía el rostro bañado en transpiración y pequeñas heridas en los pies, una insignificancia, pensó, con lo que aún tendría que padecer a causa de su amor por la libertad. Introdujo una mano en el bolso y sonrió al sentir la suave superficie de los pétalos de las flores con  cuya sustancia se elabora la mágica poción que modifica el recorrido de los sueños.
          Buscó el  punto  que le servía de referencia para llegar a destino y comenzó a caminar, con pasos resueltos, hacia su lejano hogar.
          Detrás de las rocas que ocultaban el ingreso a la Cueva de los Sueños, apareció la silueta de Calabalumba, la brujita ciega que  según contaban, vivía sola en la mayor pobreza y soledad. Bajo la luz del sol brilló su larga cabellera de un color rojo intenso. Sonrió, apenas, de modo enigmático. Sus ojos grandes, oscuros y ciegos tenían el brillo que surge de los espíritus astutos que jamás descansan hasta que no logran sus objetivos.


Capítulo 19

¡DESTRUYAN A ESA MALDITA NIÑA!

          Apenas se ocultó el Sol, Sandunga descubrió la entrada de su sucia caverna y salió a respirar el aire fresco del anochecer.
          Rodeaban su cuello, brazos y cintura reptiles de vivos colores,  dientes afilados y relampagueantes lenguas. A su alrededor, docenas  de enanitos correteaban chillando y golpeándose entre ellos, felices por la inminente llegada de la oscuridad.
          Sobre uno de los hombros de la Bruja Suprema se posaba la agorera lechuza Chimbalanga, temible bruja que había llegado años atrás desde Tierra del Fuego, y cuyos potentes ojos pueden transformar en gusanos o lombrices a quienes se atrevan a mirarlos. Su maldad, que no tenía límites, hacía que los demás magos y brujas la evitaran. Por eso, y por otros motivos que  pocos conocían, era la consejera y la principal aliada de la soberana de los espíritus nocturnos.    
          Entre Sandunga y Chimbalanga existía una fraternidad  inseparable. Conocían sus respectivos poderes y se confiaban sus secretos y por esa razón era la envidiosa lechuza quien había ejercido una mayor y maligna  influencia   en la Bruja Suprema para que persiguiera de un modo tan obsesivo y cruel a la pequeña Ana Luz.
          Caleufú, el puma carnicero,  salió de atrás unas rocas y se echó a los pies de Sandunga mirando con sus ojos torvos hacia la lejanía. Él también, como los otros miserables espíritus del mal, aguardaban la formación del aquelarre, noche de locuras y blasfemias que se organizan para propiciar el más grande de los males: la muerte del prójimo.    
          Unos tras otros fueron llegando los seres encantados provenientes  tanto de las Sierras Grandes como de otros lejanos lugares de la gran nación  mágica, ocultos a la visión humana en toda clase de escondrijos  en los que permanecen multiplicándose sin cesar.
          Tenían diferentes tamaños y apariencias: los había con cuerpos semejantes a los del hombre, con formas de animales del monte, reptiles y aves, fantasmas deformes, duendes de cuerpo pequeño y cabeza de cerdo, sapos de largos cuernos, cuervos y buitres, ninfas de lagunas y ríos, ardientes salamandras y un sinfín de figuras que en un segundo podían mimetizarse como piedras o árboles para pasar desapercibidos.
          Se distinguía entre todos la enorme silueta de Sandunga, apoyada en su báculo en cuyo extremo se veía la imagen del Diablo, representando  el papel de Diosa de la Noche Tenebrosa, cubierta con una túnica oscura en la que sobresalían signos y jeroglíficos cuyo significado sólo ella podría interpretar. Observaba con sus ojos amarillos cómo se iba colmando el Socavón de los Lamentos con aquellos ruidosos visitantes.
          Al principio apenas se escuchaba un leve murmullo que fue creciendo a medida que el griterío y la impaciencia de la multitud aumentaban. Los espíritus encantados se apretujaban buscando cada uno la mejor ubicación, chillaban por cualquier motivo, se cruzaban insultos y golpes esgrimiendo destrezas manuales y trucos mágicos con los que trataban de  impresionar y prevalecer.
          La Bruja Suprema sonreía maliciosamente ante aquella escena pavorosa. Cuanto mayor era el bullicio y el desorden, más grande era el orgullo que sentía de ser la soberana única e indiscutida de aquella sombría comunidad.
          -Creo que han llegado todos – dijo Chimbalanga al oído de Sandunga.
          -¿Cómo puedes decir que no falta nadie? ¿No ves que todavía no han llegado Catinga y Cabalango? –, respondió  Sandunga  mientras daba golpes en el piso con su pie derecho-. Ellos también son brujos y pertenecen a mi pueblo. ¿Por qué ya no están aquí como es su obligación?
          -¡Oh! –,  exclamó Chimbalanga  señalando con su cabeza hacia el noreste-. Observa lo que ocurre en aquel lugar. ¿No es aquella la cueva de los padres de Ana Luz?
          -¡Maldición! – dijo Sandunga, pegando un grito aterrador-. Esa niñita acaba de colmar mi paciencia. Miren lo que ha hecho: ha protegido su caverna con un círculo de luz y de ese modo evita que sus padres puedan salir a la vez que no nos permitirá atacarlos. ¡Juro por los inclementes dioses del mal que no escapará a mi venganza!
          Los asistentes al cónclave se irguieron para contemplar aquel extraño fenómeno que jamás habían imaginado ver en sus largas y violentas vidas: ¡La cueva de unos brujos rodeada por un halo de luz!
          Hicieron sentir sus voces de odio pidiendo a la Bruja Suprema la inmediata destrucción de aquella familia de traidores. El griterío retumbaba como truenos en la oscuridad y hacía eco en los socavones de las montañas.
          -Silencio –ordenó Sandunga levantando una mano-. Tenemos que ser precavidos y esperar una mejor oportunidad. No olviden que ellos también son brujos y sabrán defenderse, especialmente Ana Luz, esa insolente y desagradecida niña que me sigue desafiando con sus pretensiones de ser un espíritu libre.
          -¡Muera Ana Luz!
          -Ordeno que los visitantes extranjeros permanezcan en los refugios existentes en esta región. Que cada uno busque un lugar en la casa de otro brujo o cave su propia madriguera. ¡Cuidado con la luz del Sol. Quien sea sorprendido se convertirá en cenizas. Recuerden que estamos en una situación de emergencia. Si alguien se queda dormido en su cueva y deja las piernas o la cola fuera de la misma, la luz se las cortará como si fuera un afilado duchillo y quedarán inválidos o rabones para siempre. ¿Alguna pregunta?
          -Tendremos en cuenta tus consejos, pérfida bruja Sandunga  - dijo Huchula, la bruja santiagueña de aspecto humano-. Pero antes de retirarnos y como la noche aún permanece a nuestra disposición, te pedimos que nos permitas llegar hasta las proximidades de la cueva de los padres de Ana Luz y hacerles llegar nuestras maldiciones.
          -Sí, eso es lo que queremos – empezó a corear la multitud-. Hagamos una demostración de nuestro poderío para que se haga evidente el tamaño de nuestro ejército maléfico y la magnitud de nuestros deseos de venganza.
          -¡Destruyamos a esa niña rebelde!
          -¡Deseamos escuchar sus llantos y súplicas!
          -¡Verla de rodillas pidiendo perdón!
          -¡Arrastrarse y beber  el trinkim  venenoso!
          -¡Mueran Cabalango y Catinga!
          Las brujas y magos, pitonisas y videntes se atropellaban en completo desorden, enloquecidos, alterados, buscando la mejor posición para iniciar la carrera en dirección al lugar donde Ana Luz y sus padres permanecían protegidos por un anillo que resplandecía en lo profundo de la noche.
          -Mantengan el orden, grandísimos imbéciles – gritaba Sandunga, avanzando por la cornisa de piedra que daba al socavón-. Yo ordenaré lo que debe hacerse. Aquellos que vuelan por sus propios medios o en escobas, viajarán en perfecta formación y dejarán caer sobre la cueva de nuestros enemigos toda la cantidad y variedad de insultos y maldiciones. Los que puedan transformarse correrán por las laderas de los cerros arrojando piedras y gritando desaforadamente. Las salamandras quemarán con sus cuerpos llameantes los árboles que rodean el lugar donde atacaremos. Recuerden que se trata de un simulacro de guerra y no de una batalla. Los niños se encerrarán en sus habitáculos y no saldrán hasta nuestro regreso. ¿Está claro, grandísimos rufianes?
          -Yo quiero ir – dio Bombo, el Brujito Loco-. Odio a ese niñita con todo mi corazón. Le arrancaré los ojos con mis manos.
          -También yo, Bruja Suprema – intervino Congo, su  inseparable cómplice en mil fechorías-. Sabemos cómo tratar a esa maldita  rebelde. Ya lo hemos hecho en otra  ocasión, ¿verdad, Bombo?
          -Ustedes dos – replicó Sandunga – jamás  llegarán a ser  verdaderos brujos porque son inútiles, tontos  e ignorantes. Caminen ya mismo a sus cuevas y no digan una sola palabra si no quieren que los transforme en dos asquerosos gusanos.
          Los dos aspirantes  a la guerra de exterminio bajaron sus cabezas y desaparecieron en un instante. Sandunga montó en su poderosa escoba voladora y se elevó en el aire a la velocidad del rayo. Detrás de ella, en correcta formación, volaban cientos de brujas y brujos de corazón de piedra. Más abajo, unos corriendo, otros trepando sobre las ásperas rocas, se desplazaba un batallón de animales salvajes, sedientos de sangre.
          Ana Luz, de  pie sobre el  patio de lajas  los veía venir. A sus espaldas, Catinga y Cabalango miraban la escena,  confundidos, sin saber qué hacer. Temían a Sandunga  y al mismo tiempo se daban cuenta de que su hija era igualmente temible cuando montaba en cólera.
          La niña que no quería ser bruja recordó las palabras protectoras que había aprendido de boca de Catanga y las dijo en voz alta:
          -Binga deranga turubuga, que significa “el silencio proteja nuestro hogar”.
          Sandunga y sus huestes pasaron rasantes sobre la caverna iluminada lanzando improperios y amenazas, empleando palabras feas y sucias como expresión de sus  promesas de pronta venganza y clara señal de última advertencia. Sonriendo satisfecha, Ana Luz abrazó a sus padres. Estaban protegidos por las palabras de poder que los mantuvo alejados del infernal griterío y sólo escucharon el latir de sus corazones.
          -Pronto nos enfrentaremos – dijo Ana Luz en voz baja mientras contemplaba la retirada del ejército de la noche-. Si triunfo seré libre para siempre, si fracaso moriré junto a mis padres y nadie se acordará de nuestra existencia.
          En el otro extremo, Sandunga descendió de su máquina voladora que entregó a su fiel Cayupán mientras Chimbalanga se hacía cargo de su pesado manto. Detrás de  las rocas que ocultaban la entrada a la caverna, estaba la brujita ciega Calabalumba. A  una señal se aproximó a la Bruja Suprema que la fue abrazando mientras ingresaban a la Casa del Mal.





Capítulo 20

¡SALGAN DE LA OSCURIDAD!

          Ana Luz salió en dirección del Arroyo de las Murmuraciones a juntar flores en una canastilla de mimbre. Se sentía liviana y llena de una intensa alegría como jamás había experimentado en su vida. El miedo y la incertidumbre acerca del futuro  iban disminuyendo en la medida en que aumentaba su voluntad de ser libre, de salir  para siempre de la prisión espiritual en la que se hallaba sometida.
          Recorrió descalza un buen trayecto del arroyo, luego cosechó algunas rojas frutillas de piquillín y almorzó  a la sombra de unos árboles, con sus pies sumergidos en  el agua fresca.
          -Esperaré a que la luz del Sol sea más brillante – dijo para sí, pensando en sus padres-. Les demostraré cómo es posible vivir en un mundo distinto. Recién entonces podrán comprender que siempre los he amado y que todo cuanto estoy haciendo es para sacarlos de la oscuridad  en la que han vivido desde que nacieron.
          Después salió a recorrer el valle, los lugares donde había pasado tantas horas de felicidad en compañía de Tanti. Tenía el presentimiento de los días que vendrían y al mismo tiempo  sentía la nostalgia de la infancia que iba quedando  atrás.
          -Algunas horas de camino más arriba – empezó a recordar-, se encuentra la Laguna de la Niña Encantada, donde Tanti y yo casi morimos ahogadas por culpa de Taninga. No lejos de aquí tuvo lugar mi encuentro con Candonga, el espíritu errante de aquella joven que penaba entre la luz y la oscuridad y a la que no he vuelto a ver. ¿Qué será de ella? Por aquel Cañadón encontré cierto día la cueva de Catanga y allá, hacia el sur,  en la parte más alta y fría de las altas montañas, casi me entregué al sueño eterno de Pichango, el Fantasma de las Nieves. Y aquí, en medio de este verde silencio, bebí por primera vez la leche de la Cabra Invisible; del otro lado, cerca de la Torre Negra, arranqué flores de la Manzanilla del Olvido, cuya esencia pronto beberé.
          Estaba metida en sus recuerdos, repasando los acontecimientos más importantes en los que había participado, cuando la sobresaltó una voz conocida:
                             Solo la flor que crece en las montañas…
          -¡Catanga!
          -Bendito sea el cielo, mi pequeña Ana Luz. ¡Esto sí que no me lo esperaba!
          -¡Hola, Catanga! Debo decirte que eres una viejita maravillosa.
          -¿Por qué?
          -Porque no sabes mentir. Por lo menos a mí.
          -¡Eh! ¿Cómo es eso?
          -No finjas porque ahora, gracias a ti, comprendo muchas cosas que antes ignoraba. Siempre supiste lo que me iría sucediendo a lo largo de mi vida. Primero anunciaste mi nacimiento, siete años antes de que yo naciera; después me salvaste dos veces la vida; luego me transformaste en hija de la luz y ahora vienes aquí porque sabes que me encontrarías, precisamente en este lugar. ¿Es verdad lo que estoy diciendo?
          -Has aprendido muy rápido las buenas enseñanzas, Ana Luz. Es verdad que sé muchas cosas acerca de ti, pero recuerda que el futuro no puede predecirse a la perfección.
          -Gracias por venir. No sabes cuánto necesitaba de tu presencia.
          Durante un largo momento ambas quedaron mirándose en silencio, transmitiéndose a través de los ojos el mutuo amor y la admiración que cada una sentía por la otra.
          -Mañana es el día – dijo Ana Luz -, estoy ansiosa porque llegue el momento esperado.
          -Así es, mi pequeña, mañana es el día decisivo.
          -¿Sabes que cumpliré doce años de edad?
          -Lo sé. ¿Cómo podría haberme olvidado?
          -Sabes que, si triunfo, pronto me iré de las montañas con mis padres.
          -Siempre supe que sería así.
          -Catanga, ¿por qué no vienes con nosotros? Estoy segura de que mis padres aprenderán a amarte, como lo hice yo,  cuando sepan quién eres realmente.
          -No, Ana Luz. Eso no podrá ser.
          -¿Por qué? ¿Acaso no deseas irte de aquí, tan sola y con tantos enemigos?
          -Escucha, hijita. Hace más de doscientos años que estas montañas son mi morada y espero vivir aquí otro largo tiempo.
          -No entiendo esa porfiada decisión. ¿Qué es lo que te retiene? ¿Quién?
          -No olvides que, pase lo que pase, siempre habrá por aquí magos y hechiceras, brujas supremas, espíritus crueles y toda clase de criaturas salvajes y demoníacas. Recuerda lo que voy a decirte: mientras haya luz en el mundo también habrá oscuridad.
          -¿Qué significa ese pensamiento y qué tiene que ver contigo?
          -Quiero decir que cada cincuenta años, aproximadamente, nace en algún lugar de brujos un niño o una niña semejante a ti. ¿Qué sería de ellos si alguien como yo no estuviera en estas montañas para reconocerlos, protegerlos y orientarlos? ¿Comprendes ahora?
          -Sí, Catanga… Eso significa que nunca más volveremos a vernos.
          -No te anticipes a los acontecimientos. Nadie sabe si volveremos a encontrarnos o si ésta será nuestra despedida definitiva. Dejemos que el destino sea quien lo decida.
          -Está bien.
          -Ahora ve a donde están tus padres, despiértalos y muéstrales la luz del Sol.
          -Eso haré, Catanga. Además, quiero decirte que sea cual fuere lo que me espera, no me detendré un solo momento. Estoy preparada.
          -¿Lucharás hasta el fin?
          -Con todas mis fuerzas.
          La Bruja Solitaria se aproximó a Ana Luz y la besó en ambas mejillas.
          -Antes de separarnos – dijo Catanga - , te daré, como te había prometido, parte de mi poder.
          Ana Luz adelantó sus manos que Catanga estrechó fuertemente con las suyas y de inmediato comenzó a sentir que un intenso calor penetraba en todo su cuerpo, sofocándola. Le parecía que su sangre hervía, que sus sienes iban a explotar, que la piel de todo su cuerpo enrojecía.
          -No temas – dijo Catanga-, en un momento el calor desaparecerá y te sentirás bien. He realizado una transfusión de luz desde mi cuerpo al tuyo, para que tengas  un arma imbatible en la batalla. Junto a la sustancia de la leche de la Cabra Invisible que está en tu cuerpo, he depositado el poder de la divina luz que a través de mí viene del Otro Lado de la realidad.
          -Me siento bien, mejor que nunca. Ya estoy en condiciones de hacer lo que debo hacer.
          -Suerte, mi pequeña guerrera. No vuelvas sobre tus pasos, jamás.
          -Adiós, Catanga.
          Ana Luz comenzó a trepar, ágilmente, por la ladera del Cerro de las Brujas, rumbo a la cueva de sus padres, sin el menor signo de dudas respecto de lo que iba a hacer.
          Había pasado el mediodía cuando llegó, transpirando, bajo la resplandeciente luz del Sol. Descubrió de par en par la entrada y gritó:
          -Mamá, papá. ¡Despierten!
          Catinga y Cabalango dormían acurrucados en la parte más profunda y oscura de la caverna. Se levantaron sobresaltados  por el vibrante llamado de su hija.
          -Mamá, papá. ¡Salgan de la oscuridad!
          Desde el lugar donde aquellos se encontraban vieron aterrorizados la boca abierta de la caverna por la que entraba un chorro de luz solar, blanca y radiante.
          -Cierra esa entrada, Ana Luz. No podemos resistir esa claridad – suplicaba Catinga.
          -¿Qué estás haciendo, hija? ¿Has venido a matar a tus padres? – imploraba Cabalango, con la voz entrecortada por el pánico.
          -No nos mortifiques. Déjanos vivir en la oscuridad  en la que nacimos. Por favor, no nos hagas daño – repetía Catinga, envuelta en lágrimas.
          -¡Salgan de la oscuridad! – volvió a decir, imperativamente, Ana Luz.
          Catinga y Cabalango empezaron a moverse en dirección a la salida. Cuanto más se aproximaban más doloroso era el efecto que la luz producía en sus ojos y en sus cuerpos. La silueta de Ana Luz se recortaba en la entrada. Sin detenerse continuaba guiando a sus padres:
          -¡Salgan de esa cueva inmunda! La luz no hace daño. Vengan hacía mí, no teman.
          -Nos han enseñado desde niños que el día mata a los brujos – decía Cabalango caminando torpemente-, pero ahora no sé qué decir. Estoy confundido...
          -Sigan avanzando.  Acérquense y denme sus manos. Sin miedo, confiando en mí…así…así…
          Mansamente, cubriéndose los ojos con las manos, Catinga y Cabalango fueron aproximándose a Ana Luz. Daban un paso y luego otro y otro, lentamente, dudaban un instante y luego avanzaban  otro trecho hasta que por fin se dieron cuenta de que la luz del Sol no les hacía el mínimo daño. Era, más bien, una lluvia bienhechora que iba borrando, en sus tristes rostros, los antiguos rasgos de la maldad y la ignorancia.
          Cuando estuvieron junto a su hija, se abrazaron fuertemente y los tres lloraron por la alegría de ese encuentro que las tinieblas y el poder del mal habían postergado durante casi doce años.        


Capítulo 21

LA BATALLA DEL DÍA DEL ECLIPSE

          Ana Luz abrió con precaución la puerta de la cueva y salió en el momento en que el sol anunciaba su llegada. Hizo un ademán y el círculo luminoso que protegía su caverna desapareció. Luego volvió a sellar la entrada y se dispuso a enfrentar  los acontecimientos del día.
          El error de un brujo es no saber cuál es la verdadera oscuridad y cuál la verdadera luz – le había dicho Catanga-. Caen por ello en graves equivocaciones que pagan con sus vidas. Mantente alerta porque se acerca un raro fenómeno en el cielo: sucederá que aparecerán tinieblas donde estaba la luz y resplandeciente luz donde estaban  las tinieblas. Cuando tal acontecimiento se produzca, será la señal de que ha llegado la hora de enfrentarte en dura batalla con los espíritus malignos. Si malogras esa única oportunidad, estarás perdida.
          La niña bajó hasta la vertiente a buscar agua en una calabaza. Se lavó cuidadosamente las manos y la cara y luego peinó  sus largos y sedosos cabellos y los recogió en un rodete sobre su nuca. Se cubrió con un vestido blanco y se calzó las sandalias rojas que le había fabricado su padre.
          -Muy bien – se dijo a sí misma -. No está mal para una jovencita que hoy cumple doce años. No pareceré muy elegante, pero estoy cómoda.
          Mientras tanto, en las entrañas de los cerros circundantes, cientos de siniestros brujos y pérfidas hechiceras dormían plácidamente aguardando  el llamado de Sandunga para acudir a la gran  batalla en la que todos deseaban participar.
Tenían sus corazones envenenados por el odio y aún en sueños se movían inquietos y pronunciaban maldiciones y conjuras a los demonios de la noche.
          Desde tiempos inmemoriales, aquellas montañas guardaban en su vientre una multitud de seres violentos y rencorosos, herederos de una forma de vida en la que prevalecía la ignorancia, la superstición y la más indomable soberbia. Confundían su capacidad para hacer el mal con el verdadero conocimiento. Se creían indestructibles porque sabían algunos juegos de mano y trucos tan simples y tontos como volar en una escoba o transformarse en animales.
          Se consideraban felices en el oscuro mundo en que vivían, detestaban el universo de la luz y se ensañaban con los humanos, especialmente con los más humildes, mientras ofrecían  una completa sumisión a los mandatos de la repulsiva bruja  Sandunga.
          Ana Luz, atenta a las recomendaciones de Catanga, tenía sus ojos fijos en los poderosos astros del firmamento, el  Sol y la Luna, que iban acercándose,  siguiendo una aparente  órbita común.
          Próxima a la Tierra, en los confines de la atmósfera, se veía la Luna de nácar y, mucho más allá, en el centro de nuestro sistema, en la inmensidad del universo, el Sol de oro, amo todopoderoso de la vida, se preparaba para la pasajera conjunción con nuestro satélite.
          Apenas la  Luna se ubicó al borde  del  Sol, éste comenzó a ensombrecerse. Lenta, muy lentamente, hasta que ambos se fundieron en un disco único, totalmente oscuro en su parte interior, con una levísima aureola en el contorno que semejaba un anillo dorado.
          Confundidos por el fenómeno celeste, los espíritus de la oscuridad creyeron que había llegado la noche. En el preciso momento en que el Gallo del Diablo entonaba su estridente canto, Ana Luz apuntó con su mano derecha hacia la caverna de sus padres y la rodeó con un círculo de luz que la protegería contra los embates de sus enemigos.
          El sinuoso paisaje de las montañas se había tornado súbitamente en una densa sombra mientras que en el lejano cielo empezaban a brillar miríadas de estrellas.
          Sandunga se despertó sobresaltada por el erróneo anuncio del canto del gallo.
          -Es extraño – dijo - incorporándose de un salto de su lecho-, algo muy raro está sucediendo. Saldré a ver qué demonios está pasando.
          Salió como un violento rayo y en el acto observó en el cielo la luna negra que jamás había visto en su larga vida. Comenzó a desconcertarse y a perder el control  sobre sus nervios. Por un momento no supo qué hacer. Consultó con la bruja Chimbalanga que en ese instante se posaba sobre su hombro.
          -Esto no me gusta nada, ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué significa la presencia de esa extraña Luna Negra?
          -Es la noche, bruja Sandunga, ¿no lo ves? Mira, por todos lados nuestros hermanos también están despertando. La hora de nuestras expansiones y disfrutes ha llegado imprevistamente.
          En los más apartados rincones se escuchaban voces, pasos, gritos y chanzas de las brujas y sus compadres, los magos, que salían de sus madrigueras dispuestos al goce de la vida nocturna.
          De pronto, y ante la sorpresa de los seres encantados, se escuchó resonar en las montañas la potente voz de Ana Luz:
          -Sandunga. Sé que estás ahí, rodeada por tu ejército del mal. Escucha lo que voy a decirte.
          -¿Qué significa todo esto? –, gritó  la Bruja Suprema, tomándose la cabeza, colmada de una súbita ira-. ¿Cómo te atreves, maldita criatura, a hablarme de ese modo? ¿No has calculado el terrible escarmiento que te daré?
          -Estoy anunciándote, bruja soberana de los malos espíritus, que ya he tomado una decisión. ¿Acaso no era eso lo que esperabas?
          Sandunga se  elevó bruscamente hacia una alta roca y desde allí, tratando de ubicar el lugar preciso donde se encontraba Ana Luz, contestó con una voz cavernosa que repercutió  de modo siniestro.
          -Dinos, pequeña rebelde, que estás completamente loca y que te arrepientes de tus actos. Júranos de rodillas que reniegas de la luz y que ahora mismo te entregarás con tu juramento a la noche perpetua de la brujería.
          -¿Eres, vieja Sandunga, una hechicera tan miserable que piensa que seré su sirvienta? ¿Crees, acaso, que todo cuanto aprendí en tu Escuela de las Malas Enseñanzas me obligará a postrarme a tus sucios pies? Mira hacia allá, en dirección a la cueva de mis padres. Como ves, la he protegido de tus huestes sanguinarias con un aro de luz impenetrable. Cualquiera de ustedes, brujos de mala muerte, que se aproxime a ese lugar quedará fulminado en el acto.
          -¿Eso significa que te insubordinas definitivamente,  grandísima traidora? ¿Has meditado sobre las consecuencias de tu insolente actitud?
          -Tú lo has dicho. No solamente te desobedezco sino que te desafío a una batalla sin cuartel en la cual una de nosotras triunfará. En cuanto a las consecuencias, ya verás de cuanto soy capaz. Es mi última palabra.
          -Tú lo has querido, desdichada criatura. Ahora vas a comprobar en carne propia lo que significa desatar mi violencia. No habrá piedad. Primero iré por ti y luego le llegará el turno a tus padres.
          Sandunga multiplicó en su sangre la violencia de su espíritu brutal. Dando atroces alaridos se lanzó en dirección al sitio donde se encontraba Ana Luz, cuya silueta se divisaba sobre la roca más alta del Cerro de las Brujas.
          El numeroso ejército de la noche imitó a su jefa, la Bruja Suprema, y en medio de una batahola ensordecedora se lanzó al ataque. Las montañas temblaron  bajo el estampido de los feroces y deformes seres que atronaban el aire con el zumbido de  escobas voladoras y de alas.
          Los primeros en llegar al campo de batalla fueron Tatón, Guaminí y Chulca en precipitado vuelo. Ana Luz, con un rápido movimiento de sus manos les lanzó tres bolas de luz que se estrellaron contra los atacantes cuyos cuerpos  se precipitaron al abismo dando horribles gritos de dolor.
          Los próximos fueron Carrilobo, Quilino, Calilehua y Soconcho, seguidos metros atrás por Malal-Huina, Caraguatá y Tulumaya, los que también se enfrentaron con el torrente de luminosos proyectiles que la joven guerrera les lanzaba con increíble puntería.
          En la parte del cuerpo donde recibían el impacto, los brujos y hechiceras sentían que se les formaba un hueco y, llenos de espanto, huían o caían haciéndose pedazos  sobre las piedras al fondo de los precipicios.
          Las pequeñas y fulminantes esferas que arrojaba la niña giraban continuamente en torno del lugar, como si una inteligencia superior las guiara, buscando a sus víctimas y perforándolas  hasta que se desplomaban con sus ojos abiertos por el terror. Parecían fuegos de artificio, subiendo y bajando en todas las direcciones, girando en círculo, tocando aquí, destruyendo allá, persiguiendo a los que huían del fragor de la batalla, elevándose y descolgándose en veloces arremetidas.
          Los siguientes en caer fueron Rancul y Cayupán, los feroces magos jabalíes y luego le tocó el turno a Tancacha, la serpiente voladora. Siguieron en la lista Huiñaj, la bruja santiagueña, Chuchucarauana, Samuhu, Quitilipi  y Urutango, el brujo lobisón, el mago Coliqueo que tenía el aspecto de un perro sarnoso, Malincué, la bruja araña y Huemul, el ciervo mágico de los bosques de arrayán de la Patagonia.
          La batalla sucedía a una velocidad increíble. Ana Luz continuaba de pie, en su atalaya de combate, firme y resuelta, lanzando sus dardos luminosos, penetrantes proyectiles que hacían estragos sobre el desorganizado ejército en desbande, disminuido en  su número y en su capacidad moral para continuar la lucha.
          Las manos de la pequeña guerrera se movían rápidas y certeras, disparando sobre cada blanco fijo o móvil, sobre cada silueta que se desplazara frente a ella, la mayoría en el aire mientras otros grupos procuraban sorprenderla trepando por las laderas de los cerros.
          Sandunga continuaba contemplando la escena sin comprender lo que estaba ocurriendo. Una vez más, demostrando su cobardía, se había ocultado tras unas rocas y desde allí dirigía la batalla. De nada le servían los maleficios que había aprendido en su larga vida frente a esos extraños puñados de luz, blanquísimos e infalibles que Ana Luz arrojaba con máxima destreza.
          El odio que sentía la Bruja Suprema hacía que su cuerpo se estremeciera y convulsionara mientras gruesas gotas de un sudor negro y nauseabundo corría por su rostro desfigurado por una terrible furia. La mayor parte de sus cómplices había sucumbido  o escapado por lo que no le quedaba otra alternativa que echar mano a sus últimos recursos.
          -Ve hacia ella y de un solo picotazo arráncale los ojos – le ordenó a Chimbalanga, y de inmediato la negra lechuza de ojos amarillos se lanzó directamente hacia Ana Luz en el preciso momento en que la niña le arrojaba una brillante esfera que le dio de pleno en el cuerpo, enviándola a lo profundo del abismo.
          Los  que quedaban del  desmantelado ejército comenzaban a retirarse justo en el momento en que el tiempo del eclipse iba terminando. El Sol y la Luna  siguieron separándose y cuando lo hicieron totalmente, un torrente lechoso de luz cayó sobre las montañas, valles, arroyos y ríos sumergiendo en el espanto y la muerte a los combatientes que no habían podido ocultarse en sus madrigueras.
          Ana Luz contempló el amplio campo de batalla ahora bajo la luz resplandeciente del Sol. Plumas y pedazos de escobas voladoras, jirones de ropas y calzados, montículos de cenizas humeantes, gritos de espanto y de dolor que provenían de los socavones, túneles y cuevas donde los sobrevivientes curaban sus  heridas y quemaduras, era todo lo que quedaba de los soberbios habitantes de la noche.           Aparentemente no quedaban enemigos a la vista cuando Ana Luz dio un brinco:
          -¡Sandunga! Debo encontrarla de inmediato. ¿Qué habrá sido de ella?
          Descendió rápidamente del sitio fortificado donde había permanecido y corrió en dirección a una pared de rocas donde  había visto refugiarse a la Bruja Suprema cuando la balanza de la lucha se inclinaba en su contra.
          -Debo asegurarme de que ya no hará más daño a nadie ni continuará persiguiéndome. Jamás te descuides, le había advertido Catanga, no subestimes a tus enemigos porque podrías pagarlo muy caro. Recuerda lo que a mí me sucedió cuando fui atacada por sorpresa.
          Al llegar al punto señalado no encontró ni rastros de Sandunga, ni una señal de su cuerpo,  ni una marca que indicara que había estado allí. Lo que sí pudo ver fue  pedazos de una escoba voladora chamuscada junto a la cual surgía un repugnante hongo venenoso: el final de la existencia de la que había sido la más poderosa bruja de las Sierras Grandes.   
          Ana Luz elevó sus brazos hacia el cielo mientras de sus ojos brotaron  lágrimas de triunfo y felicidad. La profecía  que  la Bruja Solitaria había hecho,  en la noche de bodas de sus padres, se había cumplido.
          -¡Soy libre! ¡Soy libre!
          Parecía una estatua blanca como la propia luz del Sol, de pie sobre una altísima roca desde la cual podía contemplar el Valle del Silencio,  el Arroyo de las Murmuraciones, el Lago de los Esperpentos y mucho más allá, perdida en la bruma de la distancia la ciudad donde Tanti estaba aguardando el reencuentro  prometido.
          El tañido de un cencerro de plata sonó  muy próximo a ella. Giró su cabeza a un lado y otro pero no había nadie. Después de una breve pausa, volvió a escucharse nuevamente el repiqueteo de la campanilla que la Cabra Invisible llevaba en su cuello. Luego, sin que tampoco pudiera distinguirla, escuchó la inconfundible voz de Catanga, oculta en las praderas del misterio:

                             Sólo la flor que crece en las montañas
                             Puede llevar al valle su fragancia.
                             Cuando muere la flor queda el perfume,
                             Y si el aroma perdura la semilla está a salvo.

          -Adiós, Catanga… adiós, Cabana…- murmuró Ana Luz en una plegaria de agradecimiento mientras iba descendiendo rumbo a su hogar.


Capítulo 22

LA HEREDERA

          El día en el que había tenido lugar la batalla del eclipse de Sol estaba  llegando a su fin. Desde  el  lejano oeste iban  apareciendo  las sombras de la venidera noche  durante la cual comenzarían a producirse hechos inesperados, acontecimientos que ni los más sagaces adivinos podrían haber imaginado en los largos años de reinado de la implacable bruja Sandunga.
          No quedaba un lugar sin rastros de la lucha descomunal en la que había desaparecido,  bajo los efectos de la luz, una gran parte de los seres de la noche. Los que habían llegado de distantes comarcas y se habían salvado, ya estaban emprendiendo un veloz retorno. Los pocos que se habían ocultado a tiempo en las Sierras Grandes, estaban tan lastimados y asustados que no se atrevían a moverse de  sus escondites.
          Todos los que ya no estaban habían sido adultos. Ninguno de los numerosos brujitos había tomado parte en la contienda y en esos momentos estaban encontrándose con sus mayores. Un grupo reducido se había ocultado en la Caverna Mayor por orden de Sandunga y allí estaban congregándose en el comienzo de la noche oscura que se avecinaba, para  saber qué sería de ellos. Sombras fugaces iban, inquietas,  de un lado a otro, cuando  se escuchó una voz juvenil, aguda, imperativa, que comenzaba a impartir silencio y a poner orden. Era la jovencita ciega, de cabello rojo y abundante, que durante años había sido conocida como una pobre huérfana y que, en realidad, era la nieta que Sandunga había ocultado aún a sus principales secuaces: Calabalumba.
          -Quien fuera durante siglos la dueña y señora de este mundo, mi abuela Sandunga,  dispuso en vida que en caso de que ella faltara, yo sería su heredera según las leyes que están escritas en este libro que nadie podrá tocar con  sus manos sin mi permiso.
          Calabalumba era alta, delgada, y representaba un poco más de los quince años que entonces tenía. Se dirigió a la pesada mesa donde estaba el Libro Negro y se arrodilló ante él. Luego tomó el manto de poder de la antigua soberana y se lo puso. Acomodó sus largos cabellos y se sentó en una especie de trono de piedra desde  el cual  la maestra en ciencias ocultas acostumbraba impartir sus enseñanzas y maldiciones.
          El grupo que la rodeaba estaba compuesto por una docena de brujitos seleccionados por su precoz brutalidad, por el odio que sentían hacia los humanos y por los conocimientos que habían recibido en la Escuela de las Malas Enseñanzas. Más de uno de ellos aspiraba a ocupar ese lugar de privilegio y  la mayoría había realizado proezas propias de los malos espíritus para ganarse la confianza de Sandunga. Entre ellos se contaban Bombo y Congo que no pudieron controlar sus lenguas venenosas:
          -¿Quién te concede el derecho de considerarte, a partir de ahora, Bruja Suprema? ¿No es un asunto que debiéramos considerar entre todos los que hemos sido discípulos de tu abuela?
          -Estoy de acuerdo – afirmó Congo, uniéndose a los reclamos de su compinche Bombo-, ¿quién te crees que eres?, sólo una pobre ciega que no puede ver más allá de sus narices. Yo no te obedeceré porque no eres superior a mí.
          -Yo tampoco me rendiré a tus pies, Calabalumba – dijo con voz firme la brujita Maitén-, porque no confío en ti como heredera de esa gran Bruja que fue Sandunga. Ni loca juraría servirte y obedecerte.
          -Propongo que posterguemos esta decisión para otro día.  Debemos  pensar   en lo que más  convenga a nuestro pueblo.
          -Estoy de acuerdo. No nos apresuremos en decidir.
          Calabalumba se puso de pie. Acomodó su manto verde oscuro donde se reflejaban signos y jeroglíficos que pocos podrían traducir. Paseó su mirada sobre el grupo, hizo un chasquido con sus manos y pegó un grito tan infernal que hasta los mismos diablos habrían temblado al escucharlo. En apenas segundos Bombo y Congo quedaron convertidos en dos dogos blancos y Maitén en una gata negra que se echaron con mansedumbre a los pies de la brujita ciega.
          -Así permanecerán mientras yo lo desee. Serán mis protectores, los guardianes de este lugar en el que han vivido durante cientos de años mis antepasados. ¿Alguno de ustedes desea hacer una pregunta? ¿Alguien más va a presentar una queja?
          Por toda respuesta se hizo un silencio que se interrumpió con  la llegada de los fieles gnomos.
          -Bamba ananda,  Calabalumba.
          -Bamba ananda,  mis pequeños. ¿Qué tenemos esta noche para cenar?
          -Gusanos blancos de la madera fritos en  grasa de iguana y salsa de hígado de sapo. Dulce de mora amarga y jugo de tamarindo.
          -Me agrada. Pueden comenzar a servir. Estos tres –dijo señalando a los dogos y a la gata, que coman las sobras.
          En un instante, docenas de pequeñísimos seres ordenaron la mesa,  pusieron manteles y vajilla,  y en fuentes que despedían un olor apetitoso, los manjares que comenzó  a  comer con la avidez acostumbrada la joven corte de la nueva Soberana.
          Terminada la cena, Calabalumba invitó a sus comensales a tomar el aire fresco de la noche. Se sentaron sobre unos bancos de piedra y esperaron  a que la nieta de Sandunga se dignara ofrecerles algunas palabras.
          -Es bueno que desde la primera noche pongamos las cosas en su lugar. No voy a contarles mi vida porque eso es un secreto que no pienso compartir con nadie. Debe quedar en claro que a partir de este momento nadie pronunciará en mi presencia el nombre de mi abuela. La palabra Sandunga será borrada de nuestro idioma. Más les vale cortarse la lengua que pronunciar ese nombre. ¿Han comprendido? ¿Quién es la Bruja Suprema de las Sierras Grandes? A ver, tú, Panquehua, respóndeme:
          -Eres tú, Calabalumba, nuestra única soberana, nuestra guía y maestra.
          -Así se habla. ¿Recuerdas, pequeño Catriel, quien era Sandunga?
          -No recuerdo ese nombre, Bruja. Jamás escuché pronunciarlo.
          -Nos vamos entendiendo. Ahora, para que no digan que todo lo que sé lo guardo en secreto, les diré quién soy. Desde muy niña, cuando mis padres murieron quemados por la luz del Sol,  fui adoptada por mi abuela. De ella recibí los conocimientos sobre magia, encantamientos, preparación de pócimas venenosas, el arte de adivinar el futuro y leer el pensamiento. Es verdad que soy ciega de nacimiento pero puedo ver con mi mente mejor que todos ustedes juntos.
          -¿Conociste  a Ana Luz? – se atrevió a preguntar el brujito Catriel.
          Calabalumba se movió, inquieta, en su asiento, antes de contestar:
          -No deberías haberme hecho esa pregunta, pero por hoy te perdonaré. Esa niña maldita,  que tanto daño nos hizo hoy, engañándonos con las malas artes que le enseñó  la detestable Catanga, es la persona que más odio en el mundo. Ella jamás supo,  cuando venía a estudiar para ser bruja, que yo la espiaba y la seguía a todos los lugares donde ella iba. Como soy ciega y  vivo en la más completa oscuridad, ningún daño puede hacerme la luz del Sol.
          -¿Escuchabas las lecciones que le daba…quiero decir tu abuela?
          -Por supuesto. Yo sabía qué pasos daba, qué estudiaba, qué conversaba con aquella pobre pastora, Tanti, su inseparable amiga, pero jamás pude descubrir  los conocimientos que recibía de la Bruja Solitaria. Ahí estuvo la diferencia entre ella y nuestro pueblo. ¡Maldita Ana Luz!
          En ese momento se escucharon los balidos de una cabra y el tañido de un cencerro en las  proximidades del refugio secreto de  Calabalumba.  Los dogos comenzaron a ladrar y ante un simple ademán de la joven soberana, salieron a la disparada hacia lo profundo de la noche.
          -Cualquiera sea lo que encuentren, destrúyanlo. Si es una cabra, devórenla sin piedad.
          Al rato regresaron los perros sin señal de haber encontrado presa alguna. El Gallo del Diablo señaló con su canto que era la medianoche.
          -Vamos adentro. Ha llegado la hora de estudiar pero antes, como es nuestra costumbre, elevaremos al aire nuestras maldiciones  nocturnas.


Capítulo 23

VIAJE A COVADONGA

          Había llegado el momento de la partida.
          La mañana, fresca y luminosa, traía desde el sur, el vaho frutado que provoca la lluvia cuando moja los campos cultivados y el aromático lomo de los cerros.
          Frente a la cueva donde Catinga y Cabalango habían vivido desde la noche de su boda, dos burritos grises y dóciles aguardaban impasibles la iniciación del largo viaje.
          Sobre el rústico fogón de piedras hervía agua en una olla de hierro de tres patas. Ana Luz depositó sobre el  recipiente un puñado de perfumados pétalos y dispuso tres tazones de barro cocido sobre una mesa  de escasa altura.
          -Tomaremos una taza de té antes de partir-, les dijo a sus padres que todavía estaban vistiéndose.
          -Sí, hijita – respondió Catinga-. Pero antes ayúdame con el cierre de este vestido. ¿Te gusta como luzco?
          -Te ves como una señora bella y elegante.
          -¡Oh! ¿Es verdad que me veo más hermosa? ¿No lo dices sólo para complacerme? Nunca he sido una mujer hermosa.
          -Lo has sido para mí, mamá. Siempre, a pesar de todos los problemas que nos ha tocado vivir, fuiste la más maravillosa de las madres. No hubo ni hay nadie como tú en el mundo.
          -¡Qué exagerada! Ojalá tu padre dijera lo mismo. ¡Eh! ¿Qué dices, Cabalango?
          -Que Ana Luz dice la verdad – respondió mientras terminaba de peinarse-. Estoy de acuerdo con ella: nunca te he visto más encantadora que hoy. ¡Qué elegancia!
          -Tú también te ves muy diferente, con ese traje azul y la corbata roja. Ve a limpiarte los zapatos y luego tráeme el agua de rosas para perfumarme. Por favor, hija, alcánzame  ese espejo, que deseo colocarme esta flor amarilla en el cabello.
          Prepararon unos bultos con las pocas cosas que tenían y las cargaron sobre las grupas de los burros. Luego se sentaron alrededor de la mesita y sirvieron el té de Manzanilla del Olvido, la mágica poción que espanta las visiones del mal y borra el pasado para siempre.
          -Cuando hayamos bebido el contenido de estas tazas – dijo Ana Luz, levantando la suya en un brindis-, sólo sabremos que somos Catinga, Cabalango y Ana Luz. No recordaremos por qué hemos vivido aquí y sentiremos ansiedad por salir de inmediato de estas  montañas.  Después descenderemos hasta el Arroyo de las Murmuraciones por un puente de madera y ya estaremos en el Valle del Silencio. Más allá de la Torre Negra hay un camino que nos conducirá a nuestro nuevo hogar entre los hombres y mujeres que viven sin temor en Covadonga, la ciudad de la luz.
          Bebieron los tres al mismo tiempo y luego arrojaron los tazones  de arcilla contra las rocas, haciéndolos pedazos, como expresión de su definitiva voluntad de ser libres.
          Apagaron el fuego y taparon el orificio de la caverna. Enseguida, con mucho cuidado para no estropear sus ropas, Catinga y Cabalango montaron en  los asnos y empezaron el lento descenso, a través de estrechos senderos, dejando a sus espaldas la fantasmal arquitectura del Cerro de las Brujas.
          Ana Luz iba al frente, con paso firme, contemplando con viva emoción el deslumbrante  paisaje que le iba anunciando la proximidad de una nueva vida.

*

4 comentarios:

  1. Este cuento me trae hermosos recuerdos de mi infancia, yo se lo robaba a mi hermana para leerlo. Con el tiempo se perdió y hace unos meses lo encontramos en esta página y compartimos está historia a la distancia. Ella vive en salta y yo en Santa Cruz...nos reímos mucho GRACIAS a ustedes

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  2. El cuento que me acompañó en mi última infancia, soy de córdoba y siempre que recorro esos paisajes vuelve Ana Luz y todos los brujos. Ahora lo leeré con mi hija, gracias por compartirlo, una alegría encontrarlo.

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  3. Gracias Juan por esta historia tan hermosa. También la leí cuando era chica y me marcó mucho la imágen de Ana Luz arrojando bolas de luz y protegiendose con la misma. Fue una sorpresa muy linda buscarla ayer recordando el nombre, encontrarla de nuevo en esta página y volver a leerla. Un abrazo!

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  4. Por fin lo encontré! En mi infancia lo leí. Siempre lo recuerde. Mi primera hija se llama AnaLuz por esta bellísima historia gracias

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