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AGUANIEVE

JUAN COLETTI

AGUANIEVE

*

DEL AUTOR AL LECTOR

         Quién no se ha detenido alguna vez, en el patio de su casa, en medio del campo o en la terraza de los altos edificios que hay en las ciudades, a observar el paso de las nubes, especialmente durante los meses del verano.
         Es una práctica divertida durante la cual podemos dar rienda suelta a nuestra imaginación. Las formas más increíbles, bellas o terribles, cómicas o raras, semejantes a personas, animales conocidos o monstruosos, edificios, bosques, objetos de toda clase se van diseñando al paso de las blancas nubes empujadas por el viento.
         Y están las nubes del amanecer, pintadas de rojos y amarillos por el fuego del Sol, y las oscuras y tristes del atardecer, negras y violetas, detrás de las cuales intentan su reflejo las primeras estrellas de la noche.
         El niño y el abuelo, los protagonistas de esta historia, abandonados en medio de un territorio casi desierto, observaban diariamente las nubes  que se iban desplazando de un lugar a otro llevando con ellas su rica carga de agua. Una y otra vez, mientras aguardaban la lluvia, habrán pensado: “Cuánta agua en el cielo y qué poca en la tierra”.
         Sin embargo, creo que el hombre, las plantas, los animales, la tierra, el espacio, el aire, el agua y el fuego formamos una inmensa familia que vive desde hace millones de años en el planeta Tierra.
         Cuando lean este libro, algunos de ustedes tal vez compartan conmigo este pensamiento que escribí hace algunos años: “Los hombres creen que aman a la Naturaleza pero en realidad  Ella ama a los hombres mucho más.
         Algunas personas dicen que no puede ser cierto que una nube se enamore de un niño, pero yo creo que ese milagro es posible, pues el amor vence toda dificultad y convierte lo simple en maravilloso.
         La lectura de buenos libros nos instruye, nos enriquece, nos hace divertir, pero también nos enseña a pensar, no importa la edad que tenga cada uno.
         Aprender a pensar es aprender a ser libres. Libres como AGUANIEVE que es capaz de decidir por sí misma, transformarse y cambiar su destino y el de algunos seres humanos.

*
ALLÁ LEJOS, DONDE NACEN LAS NUBES

         En el valle de los glaciares donde el río recibe el fresco deshielo de la montaña, una gran nube comenzó a levantar su deshilachado globo de algodón hacia el azul del cielo.
         Lentamente, como cachorros lanudos detrás de la madre, graciosas nubecillas de variadas formas y tamaños comenzaron también a trepar, apoyándose en los escalones de aire caliente.
         Al medio día ya estaba formado el frente de tormenta que impulsado por el viento comenzó a vagar, perezosamente, hacia el Norte.
         -Marchen con cuidado –advirtió Nube Nodriza-. Vayan todas junto a mí, especialmente las más pequeñas. ¿Escucharon?
         -Sí –respondió Nube Aguanieve-. Seremos obedientes.
         -Te lo prometemos –completó Nube Aguamiel-, pero nos iremos divirtiendo. ¿Querés jugar, Aguanieve?
         -Sí, me gusta, me gusta. Retocemos un rato…
         -Tomaré la forma de una oveja –dijo Aguamiel-. Bée…bée…
         -Y yo seré un pollito - exclamó su hermana melliza.
         -Yo no jugaré – gritó desde lo alto Nube Rizos de Oro-, quiero viajar sola y deseo que nadie me moleste.
         -¡Boba! – tronó Nube Negra.
         -¡Tonta orgullosa! – Bramó Nube de Fuego-. Algún día te extraviarás y ninguna de nosotras irá a buscarte.
         -Por favor, dejen de pelear – rogó Nube Nodriza -, tenemos un largo viaje por delante.
         -Mirá, Aguanieve. Soy ahora un monstruo. A que no podés imitarme.
         -Eso es tan fácil. Te apuesto a quién lo hace más rápido. Soy un puma feroz…
         -Yo un carruaje con cuatro caballos…
         -Me estoy transformando en un castillo encantado.
         -Y yo en un tren fantasma. ¡Ja, ja, ja!
         Continuaban el viaje haciendo su juego favorito, que es parecerse a cosas que están en la Tierra. Rizos de Oro estaba ahora muy por encima y desplegaba su belleza bajo los rayos del Sol. Mientras, mucho más abajo, Nube Negra y Nube de Fuego susurraban:
         -Tenemos que hacer algo, ¡estoy tan aburrida!
         -Aquí no es el lugar, hermana. Ya encontraremos un sitio donde podamos divertirnos como locas.
         -Sí, esta vez pienso hacer todo lo que se me ocurra.
         -Está bien, pero hablemos en voz baja para que Nube Nodriza no nos escuche.
         Nodriza era la nube más grande de todas las nubes y viajaba muy lentamente. Apenas podía el viento, con toda su fuerza, empujar aquella enorme masa de vapor de agua donde a cada rato las otras nubes entraban a mamar. Cada vez que el calor del sol las debilitaba, se recostaban como  inquietos chanchitos sobre Nube Nodriza y al rato volvían a separarse henchidas, con sus pancitas cargadas de agua fresca.
         -Shss…  Nube de Fuego.
         -¿Qué pasa?
         ¿Ves lo que yo estoy viendo?
         -No veo nada. ¿Dónde?
         -Allá, pedazo de tonta, hacia el Este.
         ¡Oh, sí! ¡Qué maravilla! Comencemos a preparar nuestras armas.

*

UN CAMPO DONDE NUNCA LLUEVE

         El Sol de la tarde calurosa del verano quemaba la tierra reseca y un polvo fino se arremolinaba en el viento.
         La hilera de álamos junto a la vieja casa de adobes apenas sobrevivía sobre el campo yermo; y donde antes crecían las verduras sólo quedaba ahora una capa blanquecina de salitre.
         -Abuelo – dijo el niño con voz débil -, tengo sed. Por favor, deme un poquito de agua.
         El viejo no dijo una palabra. Se levantó con esfuerzo de la antigua mecedora de mimbre y acomodándose el sombrero de paja se dirigió al aljibe que estaba a unos pasos del patio.
         El niño lo seguía con un jarro de aluminio y era tanta su sed que apenas sentía el polvo ardiente bajo sus pies descalzos.
         -Vamos a ver – dijo el anciano. Dejó caer lentamente el balde mientras sostenía, con sus manos huesudas, la gastada cuerda que corría por la roldana, sujeta al brocal del pozo.
         Al escuchar el ruido del recipiente que chapoteó sobre el barro del fondo, el anciano se volvió hacia su nieto con piadosa resignación. Había una gran tristeza en sus ojos.
         -Lo siento, hijito… No hay una gota de agua.
         -Tengo sed, abuelo. Por favor, quiero tomar agua.
         -Vamos a la sombra – dijo el anciano; no debemos quedarnos mucho tiempo bajo el Sol.
         Se sentaron en silencio uno junto al otro. Sus ojos recorrían la extensa planicie donde no asomaba una sola nube. Únicamente una pareja de chimangos revoloteaba, planeando, sobre los pantanos.
         El niño entrecerró los ojos pero no dormía. Aguantaba la sed y la tristeza de aquella soledad en la que vivía sin saber por qué.
         Imaginaba que en algún lugar la lluvia estaría mojando los rostros felices de los niños que jugaban en un parque.
         Pensó en una jarra de vidrio llena de agua fresca, con trozos de hielo y rodajas de limón.
         Deseo que un río caudaloso atravesara los áridos campos del abuelo, un río no muy hondo donde él pudiera pescar y bañarse todos los días del verano.

*
FUEGOS Y PIEDRAS QUE DESCIENDEN DEL CIELO

         Lentamente, las nubes dejaron tras de sí las altas montañas cubiertas de nieve. El ancho paño marrón del desierto se cortaba donde la mano del hombre cultivaba los verdes viñedos; los campos de cebada y alfalfa; las huertas, con sus ordenadas filas de cebollas, ajos y tomates; los perfumados bosques de ciruelos, manzanos y perales.
         -Continuaremos el viaje sin detenernos –ordenó Nube Nodriza.
         -Está bien, está bien –rezongó Rizos de Oro-. No pienso molestarme en ningún tipo de trabajo.
         -De acuerdo, Nodriza –dijeron a coro Nube Negra y Nube de Fuego-. Sólo queremos descender un poco más para ver de cerca este precioso lugar.
         -Vayan, pero tengan cuidado, que los hombres están ahora preparados para defenderse. No quiero que nadie las lastime.
         -No nos harán daño, ¿verdad, querida?
         -Nadie podrá con nosotras… ¡Allá vamos!
         En un momento las traviesas hermanas se desplegaron sobre los campos cultivados, intercambiaron sus fuerzas eléctricas  y comenzaron a lanzar poderosos rayos en dirección a la Tierra.
         Los potentes truenos retumbaron en la inmensidad del espacio. Las culebras serpenteantes de las centellas cruzaban de un lado a otro  quemando los álamos y sauces que encontraban a su paso.
         -Esto es lo más hermoso que hice en mi vida. ¡Es genial!
         -¡Soy tan feliz!
         -Vamos a descender un poco más para arrojar nuestra pesada carga. ¡Esto será lo máximo!
         Nube Negra y Nube de Fuego habían perdido completamente el control sobre sí mismas. Actuaban como si nada les importara, disparando sobre los viñedos y las chacras una espesa lluvia de granizo bajo cuya violencia todo quedaba destrozado.
         Lejos de allí, Nodriza y las otras nubes se habían detenido y contemplaban con horror lo que estaba sucediendo, pero ya nada podían hacer.
         Súbitamente, desde las humildes viviendas de los campesinos comenzaron a elevarse poderosos cohetes antigranizo.
         Eran las nuevas armas que los agricultores habían adquirido para defenderse contra la violencia de las tormentas.
         Como cañitas voladoras  gigantes, los cohetes se elevaban hasta el vientre mismo de Nube Negra y Nube de Fuego y allí explotaban, produciendo un calor insoportable.
         -Tenemos que huir rápidamente –gritó Nube de Fuego, deteniendo el envío de sus dardos luminosos-. Los hombres están enfurecidos contra nosotras.
         -No puedo… No puedo…-gritó con desesperación Nube Negra-, estoy despedazada. El calor de los cohetes me está evaporando.
         -Yo también me estoy… convirtiendo en fina… lluvia…
         -No puedo controlarme… estoy muriendo… adiós, hermana mía…
         -Adiós, Nube Negra. Volveremos a vernos en el nacimiento del río… Tal vez… algún día.
         Centenares de explosiones continuaban cubriendo el cielo cuando ya poco quedaba de los cuerpos de Nube Negra y Nube de Fuego. Varios kilómetros más adelante, el otro grupo continuó su marcha hacia el Norte.
         -Yo les dije, una y otra vez –iba repitiendo Nodriza-, pero ellas siempre me desobedecían. ¡Claro, eran las guerreras de la familia!
         Las otras nubecillas viajaban calladas, muy junto a la panza de la más grande de todas las nubes.

*

LA FORMACIÓN SE APROXIMA LENTAMENTE

         -¡Abuelo! ¡Abuelo!
         El niño corrió sin parar hasta la galería de la casa. El anciano, sobresaltado por los gritos, se puso de pie, apoyándose en el respaldar de una silla.
         -¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre! Hablá de una vez, muchachito.
         -Abuelo –dijo el niño jadeando-, mire… mire hacia el Sur. ¡Vienen las nubes!
         -¿Qué estás diciendo? ¡Debe ser tu imaginación!
         -Abuelo, le juro. Vienen las nubes. Allá están. ¡Mírelas! Son enormes. ¡Qué alegría! Tendremos agua… agua…
         -Tenías razón, ahora puedo verlas.
         -Podremos sembrar los tomates.
         -Plantar cebollas.
         -Tal vez el parral no se seque y tengamos uva.
         -Y el aljibe se llenará de agua fresca.
         El anciano estaba muy cansado. Apoyó su mano derecha sobre un hombro del niño y ambos se quedaron mirando cómo el viento iba arrastrando  las nubes en dirección a ellos.
         Era la hora de la media tarde y todavía el Sol se empeñaba en quemar los últimos rastros de verdor.
         -Abuelo, tengo sed. No puedo aguantar más el calor.
         -Hágase fuerte, mi pequeño hombrecito, que dentro de un momento llegará la lluvia.
         El anciano fue hasta la cocina y trajo fuentones y baldes que acomodó en el patio para recoger el agua. Pero, en el mismo instante, escuchó que el niño se había puesto a llorar.
         -¡Mire! ¡Mire! Las nubes están pasando de largo. Siempre pasan de largo. Aquí no lloverá nunca, nunca.
         El hombre se inclinó y abrazó al niño que lloraba apoyando la cabeza en el pecho de su abuelo.
         -Abuelo, si no llueve, moriré de sed.

*
EL AMOR DE UNA PEQUEÑA NUBE

         La húmeda caravana de nubes cruzó aquella desolada región y se orientó hacia los grandes viñedos del Norte. Pasaban casi a diario por allí, pero jamás se detenían a mojar la tierra. Nadie se había interesado nunca por ese lugar inhóspito, abandonado y triste.
         Los pocos campesinos que habitaron ese páramo habían emigrado hacía largo tiempo; sólo quedaban el anciano y su pequeño nieto de ocho años.
         Permanecían atados a la tierra con la esperanza de la lluvia y porque siendo tan pobres como eran no tenían adónde ir ni  familiar alguno que los  recibiera, ni dinero para viajar en busca del mañana.
         Nube Nodriza marchaba al frente, enorme y protectora, con su rica carga de agua dulce. Acababan de atravesar los secos campos del anciano cuando se escuchó la voz de Aguanieve:
         -¡Nube Nodriza! Detengámonos un momento, por favor.
         -Aguanieve, ¿qué te pasa? ¿Estás loca? No tenemos tiempo suficiente, pronto será de noche y debemos elegir un lugar seguro para descansar.
         -Por favor, sólo le pido que mire hacia abajo. Hacia aquella casita de adobes que acabamos de dejar atrás.
         -La estoy viendo, Aguanieve. No soy ciega. ¿Qué pasa con ella?
         -Mire a ese pobre anciano y al niño, tan flaquito y descalzo, con su jarrito de aluminio. Mire cómo lo sostiene con ambas manos hacia donde nosotras nos encontramos. Si no hacemos algo morirán de sed…
         -Aguanieve, no quiero que te suceda lo mismo que a tus otras hermanas. Por hoy estoy cansada de problemas.
         -Querida Aguanieve –intervino Nube Aguamiel-, Nodriza tiene razón, no podemos detenernos aquí.
         ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué nos impide llover en este lugar?
         -Existen territorios más fértiles al Norte y es necesario que llevemos agua a esos lugares donde también viven miles de seres humanos. ¿Por qué gastar nuestra agua en este desierto?
         -El anciano y el niño también son humanos, y están desesperados. Estoy decidida a hacerlo, Nube Nodriza. No avanzaré un kilómetro más. Necesito tu permiso, por favor.
         -Aguanieve, te extrañaré –dijo Nube Aguamiel, aproximándose con cariño a su hermana melliza y rozándola para darle un poco de su agua.
         -También yo te echaré de menos, Aguamiel, pero debo hacer algo que no hice jamás.
         -Si ella quiere desaparecer, que lo haga –gritó encolerizada la argullosa Nube Rizos de Oro-. En cuanto a mí, no pienso molestarme por Aguanieve, ni por nadie.
         -Está bien, querida mía –murmuró Nube Nodriza-. Podés llover cuanto quieras, pero mañana muy temprano pasaremos a recogerte. Apenas caliente el Sol dejarás la tierra y volverás con nosotras. ¿De acuerdo?
         -Mañana será otro día. No puedo prometer hoy lo que haré mañana. Sólo quiere hacer algo importante para mí: descender ya mismo sobre esa tierra árida.
         -No bien dichas sus últimas palabras, Aguanieve se abrió como un abanico sobre la casa y el pequeño campo y empezó a llorar, lenta y suavemente.
         Las primeras gotas cayeron sobre la tierra seca levantando minúsculas motitas de polvo. Después, la huerta y los árboles y la achaparrada vegetación se cubrieron de agua fresca que corría por las acequias y los surcos con fuerza, con incontenible energía.

*
CENA BAJO LA LUZ DE LAS ESTRELLAS

         Apenas el Sol se ocultó tras la cordillera, comenzaron a brillar las lejanas estrellas. La fresca fragancia de jarilla, pájarobobos y jume perfumaban la noche.
         El anciano encendió el farol a querosén que colgaba del alero, puso en el patio una rústica mesa y dos sillas, un viejo mantel a cuadros, dos platos, los cubiertos y un trozo de pan casero.
         El niño, mientras tanto, correteaba de un lugar a otro y cantaba y cantaba no se sabe qué bellas canciones sobre la lluvia, sobre la felicidad de vivir.
         -Vamos a la mesa –invitó el anciano, ahora con su rostro suavizado por la ternura.
         -¡Hum! ¡Qué olor más rico!
         -He preparado el guiso de conejo que tanto te gusta. Podés comenzar a comer.
         -Tengo tanta hambre que dejaré el plato limpio.
         El anciano y el niño comían en silencio. Sólo se escuchaba el croar de las ranas en el estanque y el áspero violín de los grillos que se divertían ocultos en la oscuridad de la noche.
         El chico continuaba comiendo con sumo placer, pero una idea estaba dando vueltas por su cabecita.
         -Abuelo…
         -Sí, ¿qué querés decirme?
         -Esta no fue una lluvia como otras. Ha ocurrido algo muy extraño, yo lo sé pero no sé cómo explicarme.
         -¿Qué es eso de que fue una lluvia extraña? Llovió, cayó agua por todos lados. Eso es todo.
         -Perdóneme, abuelo, pero no fue así. No  se enoje por lo que voy a decirle. Yo estuve todo el día muerto de sed viendo cómo las nubes se acercaban. Lo tengo todo grabado aquí, en mi cabeza.
         -Bueno, voy a escuchar esa historia, pero antes voy a tomar un poquito de vino.
         El viejito sirvió medio vaso de vino tinto y se quedó mirando al niño, escuchando lo que éste continuaba diciendo:
         -…fue entonces que la nube más grande empezó como a dar vueltas. Parecía que quería detenerse, eso creo yo. Un momento después, una de ellas, la más pequeña y blanca de todas, se separó del grupo y regresó.
         -Pero el viento soplaba de Sur a Norte. ¿Cómo pudo volver atrás?
         -No lo sé. Me pareció que era como una persona, que tenía el deseo de ayudarnos. Sí, ella volvió hacia este lugar y se transformó en lluvia.
         -Es una hermosa historia, digna de un brindis.  ¿Qué te parece?
         -Yo brindaré con agua de lluvia. Por ella, por la nube más hermosa que he visto en mi vida.
         -Y yo lo haré con vino de esta tierra. Brindo por mi nieto, para que sea siempre un hombre de fe.

*

NO QUIERO VIVIR EN EL CIELO SINO EN LA TIERRA

         Aprovechando el silencio de la noche, Nodriza  dio la orden  a Nube Neblina para que descendiera a la Tierra a buscar a su hermana. Sabían con exactitud el lugar donde Aguanieve había llovido y tratarían de convencerla para que regresara con su familia.
         Nube Neblina se deslizaba suavemente dando a la casa y a los árboles una apariencia fantasmal.
         -¡Aguanieve! ¡Aguanieve! ¿Dónde estás?
         El lugar permanecía envuelto en un gran silencio. Los perros se inquietaron, pero la presencia de la niebla gris los atemorizó y no se atrevieron a ladrar.
         -¡Aguanieve! ¿Estás por ahí? Nube Nodriza me envía por vos. Si estás en algún lado, contestame, por favor. Aguamiel está muy triste y desea verte.
         Una voz dulce resonó en el fondo del aljibe.
         -¡Hermana Neblina! Aquí estoy.
         -¡Aguanieve! ¿Qué hacés metida en ese pozo?
         -Ya lo ves –respondió alegremente Aguanieve-, estoy totalmente transformada en agua pura.
         -¿Qué has hecho? ¡Convertirte en agua pura! ¿Cómo harás para evaporarte? El calor del Sol no llegará hasta a ese profundo lugar.
         -No me transmutaré en vapor. Jamás me iré de aquí.
         -¡Aguanieve!
         -Te repito que no me iré.
         -¿No vendrás conmigo? ¿Qué le diré a Nube Nodriza, a nuestras otras hermanas?
         -¡Oh, Neblina! No podrías entenderme. No quiero vivir en el Cielo sino en la Tierra. De ahora en adelante seré la vida para el anciano y su nieto. Haré brotar las semillas, crecer las verduras, florecer los frutales. Las gallinas…
         -Pero…
         -…pondrán huevos y los conejos tendrán su pasto. La parra dará sus frutos para que el niño coma las uvas y el viejo tenga su vino en el otoño.
         -Estoy verdaderamente triste, Aguanieve.
         -No lo estés por mí, porque estoy bien. Si regresara con ustedes no quedaría una gota de agua en el aljibe; todo lo que vive por aquí, incluyendo al niño y al anciano, moriría. Estoy definitivamente decidida.
         -Entonces no me queda más remedio que partir.
         -Así es. El  Sol ha comenzado a calentar la tierra. Tenés que aprovechar el momento para ir al encuentro de Nube Nodriza. Decile a mi melliza Aguamiel que la amo. A vos también y a Rizos de Oro, a pesar de que es tan orgullosa. Jamás las olvidaré y es casi seguro de que las vea pasar por este lugar alguna tarde de éstas.
         -Te extrañaremos, Aguanieve.
         -¡Ah!, si alguna vez observan que esta región está secándose, dejen caer un poco de agua para mi aljibe. No sean egoístas.
         -Prometo que lo haremos.
         -Adiós.

*
SOÑAR ES SALUDABLE

         Un gallo anunció con su canto la llegada del alba. Al instante, una tenue luz se encendió en la vieja casa de adobes.
         Los pájaros festejaban con sus cantos el nacimiento de un nuevo día.
         Mientras el anciano calentaba agua en el tiznado fogón, para preparar el desayuno, el niño salió al patio y se asomó al aljibe, inclinando su cuerpo como si estuviera tratando de ver algo en el fondo del pozo. Después corrió hasta la alameda y regresó a paso lento, haciendo ejercicios con los brazos y aspirando a pulmón lleno el aire fresco de la  mañana.
         Volvió hasta el brocal del pozo y nuevamente se asomó, impulsado por extraños presentimientos. Pensativo, se rascó la cabeza y entró a la cocina justo en el momento en que el anciano servía el desayuno.
         -¿Querés yerbeado solo o con leche? – preguntó.
         -Con leche –respondió el chiquillo, ocupado en cortar rebanadas de pan casero que iba untando con jalea de membrillo.
         En ese instante el Sol comenzó a mostrar su roja cresta detrás de los médanos.
         -Abuelo, quiero decirle algo muy importante.
         -¿Qué pasa? ¿Tenés algún problema?
         -Anoche tuve un sueño.
         -¿Un sueño hermoso o feo?
         -No me pareció bello ni horrible sino extraño. Creo que me asusté un poco, por eso desperté. Tiene que ver con algo que le dije ayer, sobre esa nube…
         -¡Ah!, entiendo. Y bien, contame lo que te sucedió en el sueño.
         -Yo estaba solo, de pie junto al aljibe, mirando un cielo muy azul lleno de miles y miles de estrellas. Sentía una gran felicidad, ganas de cantar y reír y bailar. De pronto escuché una voz que venía del fondo del pozo. Me di vuelta y ella volvió a decir: ¡Hola!
         -¿Quién dijo “hola” –preguntó el abuelo, intrigado-. ¡Y quién es ella?
         -La nube.
         -¿La nube?
         -Sí.
         -¡No puede ser! Ellas viven en el aire, no escondidas en un pozo oscuro.
         -Pero era ella, abuelo. Estaba allí, convertida en agua cristalina, y me hablaba.
         -¡Ahá! ¡También hablaba! ¿Y qué fue lo que te dijo esa nube tan conversadora?
         -Me dijo: “¡Hola!, mi nombre es Aguanieve. ¿Sabés quién soy?” Sí, respondí, una nube. “Pero ya no lo soy. Jamás volveré a serlo. ¿Qué te parece? He decidido transformar esta granja en mi hogar definitivo”. Entonces desperté y me quedé pensando el resto de la noche.
         -¿Pensando? –Preguntó el anciano-. ¿En qué?
         -En que tal vez no fue un sueño sino un presentimiento. ¡Sería maravilloso que fuera verdad, que ella esté allí! ¿Qué me dice?
         -¡Fantástico! –dijo el viejo riendo a carcajadas-.Verdaderamente fantástico! Esto me recuerda un dicho que repetía mi abuela cuando yo era un chico como de tu edad: “Soñar es saludable”.
         -¿Y eso qué quiere decir?
         -Que los sueños son la alegría de nuestra alma. Ellos mantienen limpia la mente de malos pensamientos y alejan las enfermedades del cuerpo.
         -Qué bonito era lo que decía mi tatarabuela. Pero yo no estoy seguro de que haya sido un sueño. Me siento bastante raro.
         -Muy bien, jovencito, mientras yo lavo las tazas, andá preparando las herramientas de trabajo, que hoy plantaremos las cebollas.

*
NO TODOS PASAN DE LARGO

                   A eso del mediodía, el niño y el anciano, cubiertos de polvo y sudor bajo el resplandeciente sol del verano, regresaban a la vieja casa a preparar el almuerzo y descansar la siesta.
         Se los veía cansados pero felices, caminando entre las verduras y los árboles frutales que renacían vigorosos gracias al milagro de la lluvia.
         -Mientras enciendo el fuego, andá a traer un balde con agua –dijo el viejo.
         -¿Qué vamos a comer? –preguntó el niño mientras colgaba su gorra en una percha de madera clavada a la pared.
         -Una comida sabrosa, la que más nos gusta a los dos. ¿A que no adivinás?
         -Sí, tortilla de papas y ensalada de tomates.
         -Eso mismo… Además no tenemos mucho para elegir.
         De un canasto de mimbre sacó unas papas y comenzó a pelarlas, pero al comprobar que el  niño permanecía pensativo, le recordó:
         -¿Y el agua?  ¿Para cuándo?
         -¡Ah!, sí –respondió el chico con una sonrisa y salió corriendo hacia el aljibe.
         Empezó a bajar el balde, despacito, sosteniendo con manos firmes la soga que giraba en la roldana. Una extraña inquietud hacía palpitar  su  inocente corazón.
         El balde seguía bajando, lentamente, hacia el fondo del pozo.
         -“¡Oh, Dios mío” –pensó-. “No es posible que sea verdad. Debe haberse ido. En estos momentos estará viajando hacia el Norte, detrás de su familia”.
         Las manos del niño sujetaban la cuerda con pulso tembloroso y el balde seguía bajando más lentamente todavía.
         -“Si ella no está –continuó meditando- todo habrá sido nada más que un hermoso sueño. La tierra volverá a secarse. Abuelo y yo moriremos de sed”.
         -¡Shaacc!...
         El balde rebotó sobre la fresca superficie del agua. Luego sobrevino  un largo silencio hasta que una dulce voz lo interrumpió:
         -¡Hola!
         -¡Ho… ho… la!... –tartamudeó el pequeño.
         El recipiente comenzó a llenarse de agua mientras los ojos del niño comenzaban a humedecerse.
         -¡Epa! ¿Qué son esas gotitas tibias y saladas que caen sobre mi cuerpo?
         -Es que yo… Aguanieve… estoy llorando de alegría…
         -¿Creías que me había marchado?
         -Sí, temía que todo hubiera sido solamente un sueño. Pero ahora… no sé…qué decirte…
         -¿Querés saber lo que decía mi abuela Copo de Nieve?
         -Sí.
         -Decía, “No todos pasan de largo”. Guardaré mi fe y tus lágrimas y me quedaré en este lugar todo el tiempo, sin pedirte nada. Esa es mi promesa.
         -Te amo, Aguanieve.
         -También yo.
         El anciano corrió la cortina de cretona de la pequeña ventana de la cocina y desde allí gritó:
         -¡Muchacho!, ¿qué pasa con el agua? ¿Acaso no tenés ganas de almorzar?
         -Ya voy, abuelo –respondió el niño desenganchando el balde colmado de agua fresca-. Luego entró a la cocina y dijo muy seriamente: -Es que estaba pensando en algo que decía la abuela de una amiga mía.
         -Jamás supe que tuvieras una amiga.
         -Es verdad, la tengo, y su abuela siempre repetía: “No todos pasan de largo”.
         El abuelo se adelantó para recibir el pesado cubo con agua.
         -No todos pasan de largo- refunfuñó para sus adentros-. Las cosas que inventan los niños de hoy en día.

*
               






        





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