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LA MEDITACIÓN


¿Cuál de estas visiones del mundo es la correcta?
¿Somos sólo animales orientados a la supervivencia
o somos también dioses que despiertan? ¿Cómo
saberlo? La visión materialista nos induce a explorar
el mundo físico y, a través de él, explorarnos a nosotros
mismos; la filosofía perenne nos induce a explorar
nuestras propias mentes y nuestra conciencia, y a
través de ellas explorar el Universo.

ROGER WALSH


LA MEDITACIÓN Y SU FINALIDAD
                   
La mayoría de las personas se ven a sí mismas como
olas, olvidando que también son agua. Habituados a vivir
en el marco de nacimiento-muerte, todo lo olvidan acerca
de aquello que no tiene nacimiento ni muerte. Como la
ola vive la vida del agua, nosotros vivimos la Vida que no
       nace ni muere. Lo único que necesitamos es saber que                        vivimos esa vida.

                                        Tich Nhat Hanh

Son innumerables los métodos y tipos de meditación que han ido siendo formulados desde hace siglos con diferentes objetivos según fuera la corriente religiosa o mística que los impulsaron y pusieron en práctica. Sin embargo, a pesar de la variedad y multiplicidad, la meditación sigue siendo una, porque  una es la búsqueda, uno el objetivo más allá de toda diferenciación y separatividad.
La mayoría de las escuelas propician la transformación integral del hombre, no sólo intentando variaciones en su mundo conceptual sino, y muy especialmente, en el dominio de su sensibilidad, de sus emociones, de sus hábitos. Y para alcanzar tan difíciles fines recomiendan el empleo sistemático de la meditación, tal como se verá a lo largo de este libro.
La meditación comprende la totalidad del ser. Con su inteligencia propone los temas, diseña los cuadros imaginativos y pone en juego su capacidad para lograr (ése es el desafío) un ejercicio técnicamente perfecto.
Para no caer en el abandono, la negligencia o la distracción, la voluntad es el sostén de todos los esfuerzos para que el meditante realice su trabajo imponiendo vigor y rigor a sus propósitos.
La memoria es el mecanismo mediante el cual se pueden extraer del subconsciente las vivencias del pasado para purificar la sensibilidad y quitar de ella los residuos afectivos que han quedado enlazados a lo vivido.
La meditación se aprende practicándola asiduamente. Con la experiencia se desencadenan estados de conciencia insospechados. Esas experiencias conmovedoras ponen en movimiento la intuición mística y una visión más aguda  de la mente. Aunque tales experiencias cumbre duren apenas unos segundos, su trascendencia transformadora hace posible captar la evidencia de una  dimensión superior, transpersonal. El meditante presiente que está tocando los límites de lo real, tal como dice un antiguo proverbio hindú: Así como el agua se unifica al agua, el fuego con el fuego y el aire con el aire, también la mente se unifica con la mente infinita y así alcanza su liberación.
El practicante va recibiendo  suficientes estímulos para  continuar profundizando su auto-indagación hasta alcanzar lo que está más allá de su mente ordinaria.
Con el paso del tiempo se va experimentando, por otro lado, beneficios al cuerpo, a la totalidad del ser del meditante. La práctica se va transformando en bienestar físico, mental y emocional, en la mejor medicina, en la solución de los conflictos internos, en el dominio de la naturaleza primaria.
La capacidad para concentrarse, adueñarse de la voluntad, ordenar la mente, las emociones y el universo sensorial son eslabones en el largo camino de la liberación.
La meditación no debe limitarse a los momentos del ejercicio diario. Con el tiempo se va descubriendo que la conciencia permanece lúcida mientras  se trabaja, se estudia, se ama, se saborea una taza de café, se gozan o  padecen las cambiantes circunstancias de la vida.
En lugar de perderse en los eclécticos y confusos campos de la intelectualidad y las fantasías filosóficas, en las divagaciones insustanciales y difusas, nada mejor y más recomendable que aprender a meditar.
Es importante tener en claro qué es para cada practicante el ejercicio de la meditación. Existen cientos de definiciones y no todas son coincidentes; incluso algunas se oponen a otras según sean los intereses confesionales, filosóficos, incluso políticos que las exponen.
Sin ser limitativos, resumiremos lo que a nuestro juicio es necesario tener en cuenta, aceptando de antemano que los conceptos pueden expresarse por lo que es y también por lo que no es la meditación.
Meditar no es pensar. Razonar, reflexionar no es suficiente para movilizar en profundidad la dimensión anímica. El pensar es una parte del ejercicio y es útil para delinear con precisión los objetivos y provocar los estímulos indispensables para su resolución final.
Meditar no es sentir. El sentir es la plasmación de lo que se piensa, el paso que sigue al acto de pensar.
Meditar no es hablar, formular un discurso vacío y sin sentido. El lenguaje en el transcurso del ejercicio sirve para expresar y describir las imágenes que se van diseñando, las sensaciones, emociones y propósitos  que el ejercitante va desarrollando.
Solo mediante la práctica sostenida, el principiante irá descubriendo el inmenso poder que está recibiendo mientras aprende a meditar, a descubrir realidades  ocultas a su conciencia adormecida.

INSTRUCCIONES PARA EL ACTO DE MEDITAR

·       Aunque el ejercicio de la meditación puede hacerse en cualquier momento, se recomienda practicarlo diariamente, a la misma hora, en un lugar silencioso, preferentemente en la penumbra.
·       La postura puede ser la que el practicante elija aunque la experiencia recomienda mantener una posición estable, con la columna erguida, la cabeza ligeramente inclinada, los ojos suavemente cerrados y enlazando las manos sobre el regazo. Esta disciplina es indispensable para el control mental y emocional.
·       Debe evitarse cualquier tipo de distracción para que el esfuerzo se oriente directamente hacia el objetivo planteado. Hay que intensificar la atención sobre el tema elegido ignorando los pensamientos parásitos que se agolparán para entorpecer la meditación.
·       El ejercicio debe realizarse en un estado de serenidad, evitando las tensiones mentales y las ansiedades emocionales haciendo  un esfuerzo sostenido pero sin perder el control sobre el tema del día.
·       El apuro, la excesiva vehemencia junto a la falta de experiencia alteran la serenidad indispensable  e impiden la concentración. No hay que preocuparse por el éxito que pudiera lograrse ni pensar en los méritos que significa estar practicando la meditación.
·       El tiempo dedicado a cada ejercicio, para el tipo de meditación que propone este libro, queda librado a  la decisión y voluntad de cada meditante hasta que  adquiera el hábito y una mayor confianza.  A partir de entonces podrá disponer a su necesidad y comodidad el lapso que dedicará a cada práctica. Hay que evitar tanto la pereza como el excesivo afán por lograr todo en poco tiempo.
·       Como se ha dicho anteriormente, el sentido de la meditación no debe limitarse al acto en sí sino que debe permanecer en la conciencia del meditante durante el resto del día. El proceso integral de la ejercitación va seduciendo paso a paso  a la mente, facilitando la concentración y predisponiéndola para captar con mayor profundidad sobre el sentido de lo que se ha meditado.
·       ¿Por cuál de las siete etapas de la meditación se puede comenzar? Una primera aproximación pone en evidencia  que existe una relación entre cada una de ellas. El orden enunciado es un proceso, una secuencia que debe realizarse una y otra vez desde los estados más elementales de la sensibilidad hacia el logro de las más altas posibilidades. Es posible que algunos meditantes rechacen al principio empezar por la Dama Negra. Sin embargo, es probable que en algún momento descubran la necesidad de recorrer las etapas gradualmente, de conformidad a sus íntimas necesidades mentales y emocionales.



LOS CINCO PASOS DE LA MEDITACIÓN


·       INVOCACIÓN
·       VISUALIZACIÓN
·       SENSACIONES
·       PROPÓSITOS
·       CONSECUENCIAS




INVOCACIÓN
                                      
Hay un ser invisible y perfecto. Nació antes  que
nacieran la tierra y el cielo. ¡Cuán tranquilo!
¡Cuán inmaterial!
Está solo y no tiene mudanza.
Se lo puede considerar la  Madre del Universo.

LAO TSÉ

                                      
Se deben predisponer la mente, las emociones y la sensibilidad  hacia el estado de meditación mediante la invocación a una entidad o fuerza superior que aleje al meditante de sus estados habituales de conciencia.
Hay que penetrar en lo profundo de uno mismo para lograr el objetivo y esa introversión se logra únicamente mediante el contacto con la dimensión superior invocada.
Desde el inicio se debe comprender que la invocación no es pronunciar bellas palabras mediante un discurso dirigido a la Divinidad. El ejercicio consiste en elevarse hasta encontrar el clima, el silencio interior, el estado de la meditación. Debe producirse un verdadero movimiento interior y no una mera formulación verbal de ruegos y pedidos.
Se sugiere invocar a la Divinidad, a Dios, a Entidades o Maestros  en los cuales el meditante crea o tenga fe según su formación religiosa o filosófica. El estado que se logre es el punto de encuentro desde el cual han de desarrollarse las otras secuencias de la meditación.
La invocación se inicia mediante una simple exposición de la necesidad de conseguir un objetivo relacionado con el motivo de la meditación. Ha de expresar con claridad el porqué se ha elegido tal o cual tema exponiendo los problemas o dificultades que se desea corregir o los goces espirituales a los que se aspira.
Cuando el meditante considere que ha formulado correctamente la invocación, se debe cerrar el círculo mediante una breve imploración en pocas y precisas palabras que signifiquen una sincera postura, un sentido de pequeñez frente a la superioridad invocada procurando  que la misma irrumpa en su conciencia y la colme de sentido y de un poder tal que hagan posible el logro de los objetivos inicialmente fijados.


VISUALIZACIÓN

Este segundo  paso consiste en  visualizar un cuadro que puede pertenecer a experiencias vividas o imaginadas con el propósito de despertar un movimiento profundo de la sensibilidad. La sensibilidad no podrá ser purificada o ampliada por simples reflexiones de carácter moral o por consideraciones  vulgares y comunes.
El cuadro visual imaginado ofrece al meditante sus vivencias, las expone visualmente para que las examine a la luz de una nueva afectividad para aprender a definirla, a cultivarla, a perfeccionarla.
De la claridad de la visualización  dependerá el resto del ejercicio. Por eso se considera necesario imaginar cuadros de contornos definidos, colores claros que permitan el logro de una reacción rápida y categórica.  Los claroscuros, las líneas esfumadas e imprecisas, impedirán traer a la superficie mental las vivencias anheladas y solo aportarán confusas sensaciones que a nada conducirán.
Deben exagerarse las formas y colores para que la sensibilidad sea puesta en movimiento. Es fundamental lograr una fuerza sugestiva e intensa para que produzca los efectos buscados los que, una vez logrados, deben mantenerse un breve tiempo en la mente hasta identificarse con los mismos.
Un exceso de palabras produce que las imágenes   se diluyan  y en lugar de que la imaginación se sostenga sobre el cuadro, se pierde detrás del discurso. Una vez que la  visualización ha cumplido su cometido hay que abandonarla. No es prudente almacenar cuadros sino renovarlos y provocar nuevas oportunidades en subsiguientes meditaciones.


 SENSACIONES

Las sensaciones es uno de los pasos más importantes durante el desarrollo de la meditación. El meditante va logrando dominio sobre su emotividad en la medida en que logra darle forma y tonalidad.
Debe tenerse en cuenta que no es  mientras el ejercitante está describiendo lo que siente  cuando se producen las sensaciones. Estas, necesariamente, se producen mientras se va desarrollando el paso anterior, la visualización. Lo que realmente se hace en esta secuencia es tomar conocimiento de lo sentido, es identificarse conceptualmente con el estado de sensibilidad vivido hace instantes.
Por ejemplo: mientras se imagina que la nieve cae pausadamente produciendo una sensación de paz interior, la sensación se ha producido en el mismo momento de la visualización. Mediante las sensaciones el meditante toma conciencia de la percepción  de paz y bienestar que ha experimentado, la identifica, la estabiliza. Cuando se dice qué se siente es cuando se percibe y se posee el sentido. La sensación, pues, como paso de la meditación, es la percepción mental del efecto del estímulo.
Esta operación debe realizarse de manera progresiva, es decir que empieza describiendo los detalles de la sensación y por la afirmación sugestiva de que se la está sintiendo, se la conduce progresivamente hasta adquirir la sensación definitiva que se ha estado buscando.
Cuando se ha conseguido concretar una sensación determinada: aborrecimiento, desolación, gozo, etc., hay que suspender el discurso ya que el exceso de palabras disuelve los efectos logrados. Hay que fijarse en ella, sostenerla para que, con esa fuerza renovada, se puedan formular correctamente los propósitos. Si no se logra captar las sensaciones los propósitos tampoco serán efectivos.
En el transcurso de este paso de la meditación es cuando se puede afirmar que el meditante se va adueñando se su sensibilidad y que está operando sobre ella, la está conquistando como fruto de su voluntad.


PROPÓSITOS

Durante el transcurso de las sensaciones  se lleva la emotividad a un más alto nivel que el habitual. Si el ejercitante suspendiera en ese momento  la meditación aquella volvería al estado inicial y nada se habría incorporado como nuevo estado de conciencia. Esto quiere decir que el buen resultado del ejercicio dependerá del uso que se haga de ese elevado estado de conciencia.
Precisamente, los propósitos consisten en la decisión de hacer permanecer la sensación que había comenzado a buscarse y que se ha obtenido para que quede al servicio de la voluntad. Nunca será, a partir de ese momento, la emotividad anterior puesto que ha sido transportada a un estado cumbre y fijada a él mediante una firme decisión.
Los propósitos deben ser enunciados de manera clara y ser sensatos y de posible realización. La confusión de ideas y las imprecisiones malograrían el efecto del ejercicio de meditación. No deben ser extravagantes, fantásticos y extraños a las posibilidades humanas. Si por ejemplo la necesidad fuera abandonar la bebida, el propósito no debiera ser arrancar los viñedos y dinamitar las bodegas  sino en la firme decisión de aborrecer intensamente la debilidad, la falta de voluntad inducida por los instintos  para abandonar ese nocivo hábito.
Vale aquí también la necesidad de no perorar en demasía para evitar que se diluya la fuerza que impulsó los propósitos que deben ser pocos y no tantos que al final ni siquiera el meditante recuerde lo que se propuso.
Debe empezarse mediante la formulación de propósitos sencillos y de fácil e inmediata aplicación en la vida cotidiana. No grandes y utópicas batallas sino firmes propósitos de defensa o de ataque al enemigo en la primera oportunidad que se presente. Siguiendo con el ejemplo antes formulado, la intención debe estar en el propósito de combatir a la Enemiga apenas se presente con su batería de tentaciones, aborrecerla a través del olor del vino o cualquier bebida alcoholizada, de una copa llena o una botella, a través del gusto que experimenta el paladar, la vergüenza de sentirse borracho, la humillación que supone verse vomitando, tirado en el piso, delirando o colmado de la ira del alcohólico violento.
Los propósitos no deben ser una cadena de enunciados mentales, sino que deben ser expresados enfáticamente mediante pensamientos impulsados por los logros obtenidos en el cuadro sensitivo. La clave consiste entonces en combinar los dos elementos: sensibilidad y voluntad, para que los propósitos no resulten anulados y con ello el fruto de la meditación.
Luego de la formulación de los propósitos el ejercitante no debe permanecer en estado de relajación como cuando se ha culminado un trabajo, sino que debe permanecer despierto, atento puesto que recién en el quinto y último paso el ejercicio quedará completado.



CONSECUENCIAS

Con relación a la técnica del  ejercicio, las consecuencias tienen una doble finalidad.
La primera consiste en tomar conocimiento del efecto que la meditación ha producido mediante un rápido resumen de lo que ha podido lograrse hasta el momento.
La segunda finalidad es la de afirmar con la máxima convicción la fuerza sugestiva del ejercicio, asegurándose y reiterando enfáticamente haber logrado el efecto buscado según sea la etapa de la meditación de que se trate. Ha buscado un efecto y lo ha logrado.
Para asegurar el logro de esa doble finalidad se recomienda efectuar este quinto paso del siguiente modo: resumir lo que la totalidad del ejercicio ha proporcionado al meditante sabiendo con anticipación que nadie está libre de defectos, pasiones o inclinaciones viciosas. Suponer lo contrario invalidaría en el acto la necesidad de practicar meditación alguna.
En segundo lugar ha de conocerse lo que ha sucedido en el mundo de las sensaciones. Existen personas que no creen o han renunciado a la posibilidad de obtener estados superiores de conciencia y de gozo espiritual porque tal vez nada sublime jamás había tocado su dormida sensibilidad. La práctica de la meditación les irá revelando fuentes increíbles y desconocidas de potencialidad espiritual, auténticas vislumbres de la presencia de la Divinidad nunca imaginada ni soñada.
Como en los pasos anteriores, las consecuencias deben ser breves, precisas y no argumentadas. La claridad y la concisión permiten un conocimiento ajustado de lo que se ha logrado y una afirmación segura de lo que se ha experimentado. La seguridad es indispensable a fin de que se fije la conquista que el meditante se atribuye. No argumentar evita una larga exposición discursiva que siempre atentará contra el efecto final buscado.
Un resumen breve y final tiene un objetivo fundamentalmente didáctico pues aporta al meditante, a través de claros y precisos términos, un elemento para que la memoria le recuerde durante el  resto del día esas últimas palabras, impregnadas con la energía del ejercicio  y el sentido de realización que en ellas se encierra.



COMENTARIO SOBRE LOS EJERCICIOS

Cada uno de los pasos de la meditación es presentado en el capítulo siguiente  por una breve introducción  a la que le sigue un ejercicio de meditación correspondiente al tema.
Así como cada ser es único y diferenciado y la sustancia de su meditación será siempre única, personal e intransferible, el texto titulado EJERCICIO DE MEDITACIÓN tiene como único propósito mostrar como alguien, otro, un ejercitante cualquiera  ha expresado sus necesidades, angustias, miedos, decisiones, esperanzas, visiones, propósitos y consecuencias. No es un modelo para copiar  sino un simple texto  que  podrá servir como punto de referencia, o no, a quien se inicie en este camino cuyo final no es otro que el encuentro consigo mismo, con el misterio de Ser.


LA SIMBOLOGÍA ARCAICA
         
Un símbolo auténtico nos lleva al centro del círculo, no a otro punto de la circunferencia. Es mediante el simbolismo que el hombre entra efectiva y conscientemente en contacto con su propia persona más profunda, con otros hombres y con Dios…
                                                                     Thomas Merton

Como veremos en el próximo capítulo, cada uno de los siete  pasos de la meditación está enunciado mediante  símbolos, antiguos arquetipos que funcionan como un metalenguaje que procura trascender  los pares de opuestos, la pinza binaria que inmoviliza nuestros  mínimos intentos de libertad espiritual.
Según la tradición, hace más de 5.000 años, ante la inminencia de la destrucción de su cultura por las continuas guerras religiosas,  los egipcios diseñaron un juego de naipes, el Tarot, que conserva y transmite hasta hoy cientos de símbolos, ideogramas y signos cuyo estudio y desciframiento  parece estar destinado a  pocos investigadores cuyos libros, en papel o en Internet, están hoy al servicio de cualquier lector. Por milenios, tahúres, jugadores y  aprendices de magos conservaron intactos tesoros de la sabiduría para que hoy, tal vez modesta y superficialmente, sean nuestras herramientas para meditar y contemplar  los misterios de nuestras vidas. 
La mitología, la filosofía oriental, la poesía  y la literatura se han servido durante siglos de estos  extraños símbolos. ¿Quién no ha leído o conoce la existencia de dos libros traducidos a la mayoría de los idiomas: ELLA y AYESHA del novelista inglés Sir H.Ridder Haggar? Se comercializan, a precios populares,  como sendas novelas para adolescentes que pueden adquirirse en cualquier librería  cuando en realidad  fueron y continúan siendo   un tratado de iniciación en los misterios de la búsqueda de una realidad superior: Ahehia y Hes, Ayesha y Ella y tantos otros nombres simbólicos  que representan el largo Camino, el Tao,  que de un modo virtual el meditante está invitado a  recorrer.
¿Cuál es el encanto, más allá de lo literario,  que hace posible que esos libros sigan siendo leídos con devoción por cientos de  miles de personas? ¿Qué mecanismos del profundo subconsciente nos conectan con ese instrumental que nos legaron civilizaciones perdidas?
Debiéramos preguntarnos, entre otras cuestiones: ¿por qué los niños de todas las culturas, de siglo a siglo, más allá de sus lenguas, se identifican de manera espontánea con figuras que provienen de los cuentos de hadas tradicionales: la Bella Durmiente, el Dragón, el Principito, la Bruja, el Castillo Encantado, Mendigos, Unicornios, Magos y toda clase de Seres dotados de Poder?
Indudablemente, más allá de las modas y los cambios existe una Filosofía Perenne, tan antigua  como el acto de meditar, de contemplar la realidad con la conciencia excitada por la percepción simbólica  que hace posible movilizar la inteligencia, la intuición, la afectividad y la imaginación que nos transportarán al centro indivisible del Sí-Mismo:   

SOY LO QUE ES.

*


LAS SIETE ETAPAS DE LA MEDITACIÓN

         
Ø La Dama Negra
Ø El Abismo
Ø Los Dos Caminos
Ø El Estandarte
Ø El Templo de Oro
Ø El Velo de Ahehia
Ø La Resurrección de Hes



1
LA DAMA  NEGRA

La Dama Negra simboliza el pasado que se resiste a ser abandonado: las fuertes pasiones, las inclinaciones viciosas, los afectos vividos. La tendencia natural de los sentidos es volver a gustar aquello que ha sido y que fue motivo de placer. Las potencias más elementales se conjuran para volver a brindarnos  los gozos muertos del ayer. 
Regresar al pasado y tratar de revivirlo sería como permanecer en estado vegetativo, estancado en una ciénaga que impide todo progreso espiritual, sometido por una pulsión enfermiza que nos aparta de las vivencias del presente.
La Dama Negra no es mala ni perversa ni demoníaca. Representa la divinidad de ayer para el ser renovado y la deidad suprema para el hombre instintivo, aquel que  se debate  en la exaltación de las fuerzas de la naturaleza primaria.
Ella, la Gran Enemiga, corrompe el trabajo interior, aparta al hombre y a la mujer de todo ideal, es la permanente voz velada que justifica la inacción, las burdas tentaciones, las pasiones enfermizas, los vicios, el temor que disminuye frente a sí mismo y a la sociedad, el pánico a la muerte.
Invade con sus susurros seductores la totalidad del ser, diciéndonos que no meditemos, que toda lucha contra Ella será inútil. La experiencia enseña que cuánto mayor es el empeño por salir de ese círculo perverso, mayores serán las dificultades. Una energía sobrehumana impide la más pequeña decisión.
El efecto a lograr en esta primera etapa es el aborrecimiento, el desprecio, el odio, la intolerancia absoluta, la más plena repulsión.  Hay que aplicar una fuerza de choque, una oposición contundente que impida a la Dama Negra hacerse presente en nuestra vida.
La Enemiga puede ser contenida pero jamás muere. Despreciarla mediante el aborrecimiento no significa atacar la vida, nuestra vida.  Pensar de este modo significaría operar a media máquina cuando  lo real es arremeter hacia ella con la máxima intolerancia posible.
Para iniciar la meditación es necesario recordar algo que ha sucedido en nuestra vida, algo que a la luz del entendimiento de hoy consideremos como reprobable, despreciable, aborrecible.  El proceso es como extraer del archivo de nuestra memoria todo lo que permanece oculto, enmascarado, como una serpiente que en el momento más inesperado salta y muerde.



EJERCICIO DE MEDITACIÓN

Divina Madre del Universo: Con las primeras luces de una silenciosa mañana de otoño, doy comienzo a mi meditación, la misma que he practicado durante la mayor parte de mi vida, cargado de incertidumbres y con el cansancio moral que  proviene de comprobar mi ineptitud para dejar de caminar cargando todavía los viejos y sucios envoltorios de lo que en mí ha sido y que ya no debe ser; sobras compuestas por ideas, emociones y sensaciones vacías de contenido, ya lo sé, pero que se ajustan a mí como trozos de hierro al imán, a pesar de mis intentos. Presiento que la Gran Enemiga está ahí, asechándome y todavía vencedora en cada batalla, reiterándome sus ofertas viciosas y perversas, todo lo que mi fidelidad a nuestro mutuo amor no ha podido superar porque sigo siendo débil e indulgente con mis propias flaquezas, enfermo por las nostalgias del pasado, cavando en los antiguos cementerios de mi memoria, ávido como un buitre en devorar la carroña, empecinado como el escarabajo en transportar su bola de estiércol, con la babosa avidez del avaro que cuenta sus monedas falsificadas, con una detestable hipocresía  que oculto en público porque me avergüenza mostrar mi estancamiento, el nicho inmundo que todavía habito a la vera del Camino. ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? , me he preguntado mil veces. Sé que soy un extraño en este lugar y, sin embargo, como el adicto a las drogas que la Dama Negra ofrece generosamente, sigo sin moverme, apenas lamentándome, pero leal a los antiguos mandatos de la que fue mi dadora de placer, mi carga de energía instintiva, ella, la Enemiga que ha corrompido mis mejores propósitos, mis juramentos, mis promesas de amor a mi Señora, la que duerme en su templo dorado y aguarda el beso que la despertará. Esos murmullos tras los velos de la oscuridad que me llaman por mi nombre, me incitan y excitan,  no con natural mesura sino con la incontrolable pulsión que viene del deseo de vivir, de comer, de gozar con mi cuerpo, de abandonarme a la dichosa contemplación de mi fracaso. Te suplico, Divina Madre, que te aproximes en esta meditación y me ayudes a superar el miedo que a mis propios ojos y a los tuyos me disminuye, el horror ante la muerte que es la prueba de mis morbosos apegos y apetitos desmesurados. ¿Qué puedo hacer? Me siento como un niño cuya madre no viene en su socorro, perdido, sin aliento, con mis últimas fuerzas para suplicarte que me ayudes a multiplicar mi aborrecimiento hacia la asesina de mi vocación.  He descubierto la inmundicia del pasado pero también dispongo de las sabias herramientas que los Antiguos Maestros diseñaron para alcanzar la liberación. Voy a extraer de mis propios archivos una serie de imágenes  para ejercitar mi repulsión, como la pornográfica escena del salón de la promiscuidad, hombres y mujeres yacientes, borrachos de sus placeres inútiles, malolientes, desnudos como gusanos en medio de la podredumbre, alimentándose con sus propias heces y vómitos, colmados sus rostros con la risa ausente de los idiotas, gimiendo y contorneándose sobre colchones sanguinolentos que multiplican los espejos, sucios de sudor  y de semen, de escupitajos y fetos malparidos. Me reconozco entre tantos extraños y a la vez tan semejantes, puedo ver mi rostro y mi cuerpo estremeciéndose en ese basural humano. Como si me proyectara en un vuelo, salgo del salón inmundo y camino por una senda que presiento me lleva al encuentro de una atroz concupiscencia. Me desplazo entre cadáveres y blanquecinos esqueletos, tropezando con grandes pájaros comedores de carroña. Me complazco en la lujuria que presiento, me deleito ante esa imagen que se aproxima, la mujer de mis sueños, sonriente y desnuda, con sus pezones erectos, el pubis tantas veces acariciado en distintas mujeres y sin embargo siempre en la misma, la diosa perpetua de mi egoísmo sexual, ella, la Tentadora, la divinidad suprema de mis apetitos orgiásticos, la que se apresura en venir a mi encuentro, a besar y ser besada, tocada y penetrada, mitad mujer y mitad bestia, como yo, el animal macho intempestivo que se derrama en la cavidad tibia del molde tantas veces deseado, una y otra vez hasta desaparecer en una masa de gusanos resplandecientes que mana de la boca de la Gran Impostora, la que es pura lascivia, la aniquiladora de toda esperanza. Despierto del sopor del orgasmo y retorno hacia ningún lado, ahora sobre el prado verde de un cementerio en cuyas lozas de mármol asoman gotas del rocío del amanecer. El espacio del parque está vacío y sólo puedo observar a lo lejos, a un hombre arrodillado sobre una de las lápidas. Me aproximo lentamente y puedo contemplar el cuadro imaginativo más insólito: el hombre es un anciano vestido de negro, arropa a un bebé recién nacido en un canasto de mimbre. Soy yo, repetido como anciano y como niño, fruto del deseo voluptuoso de la reencarnación, el regreso al pasado para empezar de nuevo, el círculo vicioso de una vida que se imita a sí misma, que reproduce y permanece sin padecer escándalo alguno. Hay mucho más para contemplar en esta odisea matinal, pero me detengo y suspendo mis visiones para tomar conciencia de las emociones vividas, ejercer un dominio sobre lo experimentado, rescatar en palabras lo que produjeron tantas imágenes y sus significados. Lo primero que experimento es una sensación de asco, de repulsión al verme envuelto en una orgía promiscua que me cubre de olores fétidos, de asquerosidades sin nombre: aborrezco con todas mis fuerzas la Presencia Maldita que asoma en la penumbra del salón, odio esas imágenes y me avergüenzo de mis gesticulaciones y ridículas posturas, de esos ayes pavorosos cuyo coro es la sinfonía infernal que ahora me espanta. ¿Cómo puede ser que yo todavía conserve, después de tantos años de lucha, estas inclinaciones que son la ausencia de la más mínima voluntad de dominio?, ¿cómo puedo ser el mismo que busca un estado superior de conciencia y el que sucumbe a los impulsos primitivos que creía controlados? Experimento repugnancia frente a la cópula ilusoria con la mujer que no existe y es apenas un sueño evanescente; qué fastidio siento al verme desviado del camino emprendido hace años; qué incontrolable violencia me domina ante ese ser, hombre primitivo, especie letal que aún me habita en todas las dimensiones de lo que soy y de lo que pudo ser; qué inmensa ira proyecto hacia la oscura dispensadora de mis males, la Enemiga que ahora me dice al oído que deje de meditar, que no siga pensando, que abandone la lucha, que todo esfuerzo será inútil si no me entrego a sus encantamientos. Me aparto gritando maldiciones, me agito con la fuerza necesaria para despegarme y tener un total desprecio por ese viejo avaro que quiere acumular toda la vida para sí, que no acepta morir, que se proyecta en la carne fresca de un niño recién nacido, viejo impostor alucinado que repruebo y rechazo, que niego y aparto de mi vida, lo disuelvo en el polvo del olvido, me  libro de esos infelices propósitos de perpetuación, beso tímidamente al bebé para que retorne a la sagrada Nada, permanezco un momento en paz y en completo silencio, y anoto mis propósitos  para que todas y cada una de las emociones vividas hace unos instantes no se diluyan, que los pasos que di en dirección a mis decisiones no tengan retorno. Como eslabones de una larga cadena, cada meditación debe ser un sustento, un trozo de pan que calme en parte mi hambre y mi sed por todo aquello que en palabras simples llamo lo sagrado que hay en mí, lo divino que apetezco. Me propongo no caer en la tentación de lo superfluo que en su carnadura real es perversión y despropósito, es sufrimiento, humillación y desaliento, es perder parte de mi precioso tiempo vital. ¿Cómo lo haré? Con disciplina y rigor,  procurando permanecer despierto y atento en las tareas cotidianas. Tirar al fuego cartas y fotografías, recuerdos y nombres del pasado, cortar los lazos mentales y emocionales con la historia del mundo y de la familia, quebrar los tallos de las plantas carnívoras que jamás se saciarán con mi sangre. Mi atención y mi intención, Divina Madre, será constante y selectiva. No me apartaré de las decisiones que me sostengan  y me alejen de las alucinaciones de mis sentidos elementales. Estoy formulando mis lealtades en estos momentos apacibles que me regala la meditación. No juraré porque sé que mi Enemiga se alimenta del perjurio pero sí prometo que resistiré a las incitaciones de la banalidad, las fantasías inconsistentes y a la superficialidad  intelectual y emocional. Estoy fusionando las sensaciones experimentadas con la naturaleza mental de mis propósitos, de las decisiones que me están empezando a desplazar hacia otros estadios posibles ya avizorados. Puedo afirmar que he logrado con plenitud el aborrecimiento a los hechos reales, a sus imágenes y figuras emblemáticas, y que las consecuencias del ejercicio de la meditación han sido estabilizadas en mí como una fuente de energía que iré renovando paso a paso, con la  preciosa guía del Superior que preside mis estados de conciencia, el mismo que vigila y se percata, que discierne en el momento preciso. Siento que es bueno y saludable dejar en la bruma del olvido hechos, circunstancias y personas que afectaron mi desplazamiento en el Camino de mi búsqueda. Me iré librando de repetir ideas y emociones  sensaciones, gozos y experiencias que siento ajenos, como si pertenecieran a otro, a otra vida, en otro tiempo y en un lugar que apenas reconozco. Buscar tu compañía, Divina Madre, es mi consuelo cotidiano, es mi contento y al mismo tiempo mi pena al saber que cuando te nombro es porque aún permanezco fuera del círculo de nuestra fusión, de nuestra Divina Unión.



2
EL ABISMO

 El Abismo es la analogía entre el cuadro gráfico que sugiere esta palabra y el ambiente en el que vive la mayoría de los seres humanos, lugar al que la Simbología denomina el Mundo. Es la sima, lo profundo, el precipicio en el que permanece sumida la conciencia ordinaria del meditante. Es el campo de  vida, permanencia, lucha, trabajos, gozos, sufrimientos, experiencias y muerte de todos y de cada uno de nosotros.
El abismo sugiere un lugar oscuro, siniestro y desolado. El excesivo afán por permanecer en ese ámbito produce el apego, el fortalecimiento de ciertos hábitos, la reiteración  de emociones intensas, la repetición mecánica de las actividades. También significa el subconsciente colectivo, la mente masiva, el lugar en donde prevalece el Cerebro del Mundo frente al cual el ser individual no tiene oportunidad alguna de encontrarse con su verdadera identidad y destino.
Es cuando huimos de la soledad cuando caemos en la felicidad ilusoria del mundo colectivo, en el engaño de creer que sus apariencias son reales, en  los espejismos y alucinaciones, en confundir el sueño con la vigilia.
La meditación  es el mecanismo por el cual se logra un estado de conciencia que permite el aislamiento de lo vulgar, de la mediocridad mundana, de las reglas y mandatos colectivos, de las ideas, gustos y emociones que prevalecen en la cultura en la cual se viva.
El efecto que se busca en esta meditación es la desolación que produce un desconsuelo frente a las proporciones y el poder del subconsciente colectivo. Poco a poco se va descubriendo el dominio extraordinario de esa fuerza que impide extirpar el velo de Maya, la ilusión, la percepción de los mundos manifestados.
Los ruidos y bullicios, las ideas mediocres, las burdas emociones y goces del mundo hacen que uno se sienta solo, extraño, desolado. Viene una y otra vez la pregunta: ¿Qué hago aquí? Se comienza a sentir pena por uno mismo y por el destino de la humanidad.



EJERCICIO DE MEDITACIÓN

          Divina Madre del Universo. Otra vez, como tantas en muchos años, estoy aquí en las primeras horas del día, dispuesto a practicar mi diaria meditación. Hace apenas momentos estaba yo sumido en el sueño, ajeno a mí mismo, olvidado de mis trabajos y búsquedas. Te suplico que me ayudes a superar mi desolación, este aislamiento que significa permanecer prisionero en la naturaleza del abismo del mundo, ese pozo inmundo, cavidad siniestra en la que desperté un día, latiendo, luchando, en una batalla que parece no tener fin, recorriendo una y otra vez los círculos tenebrosos en que me he perdido sin encontrar las huellas de mi verdadera  identidad, la que aún es borrosa pero que intuyo cuando a través de tus velos asoma un vestigio de luz. En este valle del olvido, soy uno más en medio de la muchedumbre  apática que proviene de las más primitivas formas de reproducción. Aquí se nace y se permanece en largos años de labores, obligaciones y sufrimientos, apegados a los hábitos, disciplinados en el vicio de las repeticiones, en un ir y venir sin salidas ni significados, cada uno murmurando necedades, cada uno de rodillas frente al altar de su propio ego, el único dios indiscutido por el cual vegetamos en un tiempo cuyas medidas no sabemos apreciar, para después morir sin saber que hemos nacido. Los innumerables egos durmientes yacen inconscientes pero rigurosamente conectados al Cerebro del Mundo, el señor del Abismo, el que establece el orden y las relaciones colectivas para que todo intento de escape sea detectado, para que nadie pueda sobresalir un ápice sin riesgo de ser eliminado, sospechado de traición y vuelto a someter sin piedad. Cada vez que hice contacto con los primeros sabores de la soledad individual, la fuerza del mundo me volvió a sumergir en la pasividad anónima de lo vulgar, convirtiéndome en un ser pasivo y temeroso, en obediente y servicial a las reglas y gustos, a las ideas y ritos y emociones y placeres más elementales, absurdos y grotescos, que me humillan y al mismo tiempo me hacen celebrar este abandono a la felicidad ilusoria de la conciencia colectiva. Por momentos  me doy cuenta de que he permanecido aletargado pero, cuando creo despertar, me sobresalta el desconsuelo frente a mi propia ruina. ¿Por qué, Divina Madre, debo aceptar esta fatalidad? ¿Cómo superar el pesimismo que me domina? Es demasiado grande y dominante la fuerza del mundo contra mi pequeña conciencia individual. ¿Cómo podré sobrevivir a los ruidos y bullicios que vibran imponiéndose a mi fragilidad? ¿Hasta cuándo seré el testigo de mi impotencia, del desastre que me impide dar apenas  un paso fuera de estos muros abismales? Lo sé, siempre supe que nada puedo hacer sin recibir una pequeña dosis de tu poder, Divina Madre. No estoy aquí pidiendo, estoy implorándote para que me ofrezcas una señal, apenas una señal en dirección a la puerta de salida. Recuerdo haber estado algunas veces en una sala de recién nacidos. Cada uno en su cuna, varones y hembras, llegando por millones en cada jornada para continuar engrosando las multitudes anónimas. Tan tiernos y desvalidos, incapaces de sobrevivir un día sin el auxilio de los mayores, apenas cubiertos por los primeros lienzos, vitales y hermosos y, sin embargo, víctimas anunciadas de la muerte que ya puso su data sobre las fichas de identidad. Si en este instante yo dispusiera de una visión sobrenatural, podría captar las imágenes de los millones de seres que acaban de salir del vientre de sus madres. Masas de bebés y también masas de individuos camino del trabajo, las muchedumbres en las ciudades y en los campos de batalla. Veo territorios fértiles, fábricas de alimentos, camiones y barcos transportando comida para amenguar el apetito de miles de millones. Fabricantes de armas y ataúdes que jamás detienen las máquinas en sus talleres, millones de espectadores gritando en los estadios deportivos, las rutas y autopistas sembradas de automóviles destrozados y cadáveres, la gente alrededor  de las mesas en restaurantes y cantinas, los cocineros apresurados, multitudes corriendo y bebiendo y millones de gusanos alimentándose de la carne alimentada con manjares o sobras de los tachos de basura. Contemplo como en una ampliada pantalla de televisión, las escenas de batallas del pasado que puedo imaginar y las que hoy veo en directo desde Afganistán o Irak, desde Ruanda o Israel, los huesos de millones de víctimas de Stalin y de Hitler y de los pequeños monstruos que gobiernan las naciones pobres. Allí están los jóvenes en el día de la primavera, vestidos a la moda, escuchando la música que el Hermano Mayor ha seleccionado para ellos, jugando y riéndose por motivos nimios, y los viejos hacinados en asilos y en míseros manicomios, con la mirada ausente, con el olor a excrementos y orines que cubren las vergüenzas y las humillaciones de la ancianidad. Mis visiones son estas y muchas otras que procuro apartar para poder soportar la pena y la desolación que siento  penetrar en esta tambaleante estructura que me soporta. Como en una ráfaga percibo las emociones que provienen de los cuadros que elaboré con mi imaginación, amor y ternura por esos bellos ángeles recién llegados a la maternidad, consternación por tantos sufrimientos y muertes, piedad por los que deambulan hambrientos en las calles repletas de viandantes sumidos en la semivigilia y en la indiferencia; horror por los muertos que muy pronto serán completamente olvidados, por las montañas de jóvenes víctimas de esas máquinas veloces y carnívoras que llamamos automóvil; misericordia por aquellos que en el instante creen gozar de la felicidad más pura y que luego sucumbirán en la embriaguez, en el desenfreno, en la separatividad y en la muerte consecuente del alma. Jamás he sentido estremecerme como ahora por esta desolación que me invade  en esta  pausa de soledad y meditación. Siento impotencia frente a mi propio destino personal y también frente a las visiones de una humanidad que se compacta en anillos concéntricos que aceran sus bordes, por capas que cubren sus risas y gritos, sus suspiros y llantos, por súplicas semejantes a la mía. Mi capacidad sensorial se multiplica por efectos de mis nuevos estados de conciencia. Mis  ojos tienen el poder de una luz que ilumina con nitidez este abismo gris y melancólico. Escucho las voces, los ayes y quejidos, las murmuraciones, el ruido de las máquinas y las detonaciones de las armas,  los  pasos apresurados de los caminantes que van a ningún lado. Percibo el olor de las viandas, de los cuerpos recién bañados y perfumados y la fetidez de los cementerios y hospitales, la basura acumulada en los parques, lagos y jardines. Siento en las yemas de mis dedos la suave piel de un niño recién nacido, el rostro frío y seroso de mi pequeña hermana en su ataúd, la rugosa superficie de los cráneos en  la parva de huesos. Arrojo una red sobre mis sensaciones para que se queden conmigo un rato más, para que formen parte sustancial de mi naturaleza. Este es mi propósito, la firme decisión que tomo en este instante para adueñarme de los frutos de  mi trabajo de liberación. No permitiré que el propósito de esta mañana junto a otros formulados durante años, se diluya por culpa de mi incompetencia, de los desatinos que me han obligado a regresar cuando no deseo regresar a este campo vibratorio que se agita en el fondo de un mundo abominable. No puede ser que todo sea un trabajo inútil, una demanda inconsistente. Estoy más seguro que nunca de que los efectos de la meditación son acumulativos. Como gota a gota se llena cualquier recipiente, así mis más pequeños propósitos se van convirtiendo en una pila de poder que me irá proyectando fuera de este espacio que es mi morada y también mi cárcel, el punto de partida de un viaje prolongado durante el cual voy distinguiendo las sendas y huellas del Camino que los Santos Maestros del cielo y de la tierra me han señalado en los breves momentos de iluminación. Le energía que estoy recibiendo me informa que esta circunstancia, este instante, estas palabras y estados mentales y emocionales no es un juego intelectual: son pasos ciertos dados por la instintiva fidelidad a mí mismo, a mi destino como persona que me diferencie de la bestia que también soy y del  pequeño hombrecito errante víctima de sus propias miserias, de sus frágiles pensamientos, de sus emociones intoxicadas con la sustancia de la Gran Enemiga, la fuerza que aún me domina y me vigila desde el momento en que nací.



3
LOS DOS CAMINOS


          El sostenido ejercicio de la meditación va permitiendo que sobre  el Camino que se va recorriendo vayan apareciendo encrucijadas o bifurcaciones que señalan el comienzo de una nueva etapa.
          Los dos caminos simbolizan un punto que indica que en algún momento inmediato va a tomarse una decisión para continuar en una dirección precisa, la que conduce al sendero de la liberación interior.
          Aquí el meditante se plantea si ha concluido correctamente la tarea de limpieza preliminar, si lo realizado hasta este momento es suficiente como para exponerse a mayores desafíos.
          Lo cierto, fácilmente comprobable, es que no se han eliminado los males del mundo, la atracción por las comodidades y simpatías por los engaños y esperanzas que inspira la conciencia ordinaria. Aún falta mucho por realizar. Se debe practicar una elección definitiva: decidir por la transformación de la naturaleza  del mundo aborrecible formada por lazos, ideas, y afectos que se agrupan alrededor del ego, o quedarnos como estamos, aceptar esa condición y suspender cualquier intento transformador.
          Para continuar el proceso, es necesario lograr el desapego, pues solo se es libre cuando se ha podido arrancar de raíz las cadenas materiales y pasionales, emotivas y mentales que se han forjando desde el nacimiento. Hay que analizar con claridad  para saber con precisión cuáles son las ataduras que nos unen al mundo de las sombras.
          Algunos de los cuadros imaginativos que pueden emplearse en esta meditación deben referirse a los afectos desordenados, las obsesiones posesivas, los falsos conceptos sobre el amor y la felicidad, las seguridades ilusorias.
          Las consecuentes sensaciones que surgirán en la meditación producirán la sensación de esclavitud, de estar prisioneros, de soportar un grave peso, un fuerte temor ante la posibilidad de proseguir el camino hacia la libertad.
          Finalmente, las consecuencias deben percibirse en forma clara y precisa para poder determinar la auténtica gravedad de las ataduras y al mismo tiempo el darse cuenta de haber introducido mediante el ejercicio de la meditación, una fuerza liberadora que ya está comenzando a operar.
         



EJERCICIO DE MEDITACIÓN
         
          Divina Madre del Universo. La meditación de cada día es mi momento cumbre, el instante anhelado por la práctica y la fidelidad, para invocarte, para que hagas posible  el paso decisivo hacia el encuentro contigo que he jurado cumplir aunque a veces mis dudas, mis debilidades y torpezas amenazan con disminuirla y olvidarla. Esa dificultad se reitera cada vez que en mi desplazamiento por el Camino me encuentro  ante el enigma de las bifurcaciones que me desorientan, que aparece apenas decido tomar la decisión de superarlas. Simbólicamente estoy frente a los Dos Caminos, el punto crucial en el que debo no sólo formular mi decisión sino hacer el movimiento, dar el paso hacia aquí o hacia allá. Me pregunto si habré concluido correctamente con mis tareas de limpieza, si todos los esfuerzos realizados son reales y no una mera fantasía de las tantas que me han engañado. Me pregunto si estoy en condiciones de exponerme a las influencias de tu sagrada Presencia sin ser eliminado por exceso de soberbia que confundo con osadía. Dos fuerzas poderosas me disputan y ambas me seducen: la atracción por lo de siempre (la complacencia por repetir los hechos de la vida cotidiana) o ir al encuentro de lo desconocido, lo incierto, lo que se opone a mi sentido común, lo que está más allá de mi comprensión. Puedo continuar mi vida sobre una línea de adquisiciones materiales y morales dignas o decidir eliminar drásticamente todo aquello que sigue siendo el punto del que manan mis angustias espirituales, los padecimientos de mi humana condición. No estoy seguro de haber eliminado las sibilinas tentaciones de mi Gran Enemiga ni las sensuales reminiscencias del Abismo profundo, no estoy convencido de que estoy en condiciones de eliminar al hombre viejo que aún habita en mi carne o matarlo sin sentir la más mínima pena, borrar sin piedad lo que conforma mi personalidad corriente, mi ego insoportable, los lazos de la sangre, las formas ilusorias del amor que llamamos dicha, afecto, ternura, complacencia de uno consigo mismo y con los otros. La prudencia me dice que no debo dar pasos en falso, que antes de tomar por el sendero correcto debo despegarme del pasado, renunciar a las cadenas que me ofrecen la apariencia de seguridad, a los vínculos emotivos que me sujetan a objetos y personas, a las ideas y creencias que mi mente ha forjado desde el momento en que nací. De nada me serviría formular solo tibias promesas sin convicción cuando la tarea es arrancar de raíz ese árbol al que estoy atado. Ya no tengo tiempo para la espera, para continuar dudando y jugando al acertijo si me encuentro en un lugar clave, en un punto decisivo del cual no deberá haber retorno posible. Escucho voces y me aproximo al lugar de reunión donde me  esperan mis afectos, los seres amados, los conocidos, los amigos, los hombres y mujeres con los cuales he compartido la aventura de mi vida hasta hoy. La bruma empieza a disiparse y puedo ver  nítidamente cada rostro, cada cuerpo de aquellos que ya no están, mis abuelos, mis padres, hermanos y amigos fallecidos representados por sus fantasmas; están mis hijos y mi familia y los amigos que me dio la literatura, y los que aún no han nacido y que apenas insinúan sus voces. Están todos reunidos alrededor de una mesa repleta de las delicias de la boca, los vinos que exaltan la sangre, las dulzuras y frutas que satisfacen el hambre y la gula. Me parece increíble ser el huésped de esta fiesta fastuosa en un edificio cuyas habitaciones se abren  automáticamente a mi paso. Encuentro bibliotecas repletas de libros, orquestas sinfónicas regalándome por enésima vez los sonidos que me cautivan, las vibraciones que me dan la ilusión de estar en un mundo superior. Veo a mujeres sensuales con las que me agradaría retozar si no fuera porque me dirijo a un escritorio donde están mis suntuosos bienes: la escritura de un pequeño departamento y algunos billetes, carpetas con archivos de cartas y los manuscritos de mis libros, las fotografías que en otro tiempo estaban sobre la cómoda de mi habitación. Todo eso que parece mucho y en realidad no es suficiente, me incita a abandonar la Casa pero no encuentro la salida. Hay altos ventanales pero no puertas. Avanzo entre la muchedumbre que me saluda, escucho mi nombre , brazos que palmean mi espalda, algunos besos en las mejillas, la inquietante invitación en los ojos de una mujer que reconozco porque me hizo feliz y al mismo tiempo desdichado: alguien me ofrece una copa de vino, otro una fuente con empanadas, escucho aplausos, luego risas y silbidos, la música ahora no es de Mozart ni Vivaldi ni de Bach, son ruidos que imitan la música que vibra en mis centros inferiores, me domina una claustrofobia insoportable y apresuro mi huida, tropiezo con personas que quieren detenerme, tiro abajo una mesa y busco en las paredes sólidas una salida. ¿Qué me está pasando? ¿Cuál es el desajuste que me está obligando a salir de ese lugar que ha sido por años el ámbito de mis relaciones y gustos, de mis preocupaciones y trabajos? Jamás como hasta este instante había sentido esta grave sensación de dependencia, de esclavitud. Vuelvo a pensar y casi grito: ¿Qué hago aquí?  En esta cárcel jamás podré hacer otra cosa que vivir la misma vida que se repite, que se copia a sí misma cada día, cada noche. En esta prisión construida de hábitos, afectos y recíprocas atenciones, donde creía que eso era todo lo que yo podía conocer y poseer, se me representa como una seguridad ilusoria, como un espejismo que se disipará  con la llegada de una luz más potente. Siento que dentro de mí, en lo profundo donde todo duele tan intensamente, estoy cortando ligaduras con el pasado, con aquel pasado más remoto y más cargado aún de nostalgias que el reciente; estoy desprendiendo los sunchos de acero que me unían a lo que ya no es, a lo que pasó y no está, lo que sólo existe para la memoria que siempre es engañadora y desorientadora. Quiero apartarme de la gravedad para alcanzar al menos una mínima porción de liviandad, salir de estos soportes  que me habían parecido seguros, romper los muros que más que fortaleza fueron prisión y separatividad. No dejo de amar a quienes he amado pero me voy de ellos en cuanto mi apego sea un obstáculo en el Camino, una demora en mis tiempos perentorios, una  pérdida lamentable  de la conciencia mental y  emocional. Percibo nuevas sensaciones que mis propósitos han de fijar como señales en la ruta, como puntos de apoyo hacia la nueva dirección a la que apuntan mis pasos. Me desapego de todo lo vivido, me aparto de viejas inclinaciones, corto los hilos más sutiles que me ataban a todo ser viviente, aún a aquellos que han sido los predilectos. Dejo atrás lo que antes era la base de mis intereses, adhesiones,  ideas  filosóficas, gustos, preferencias. Desprecio mis apasionamientos incontrolados, mis apetitos desmesurados por todo lo que en mí significa hambre y sed. No más simpatías y deseos por todo lo que signifique identificación y apego, rémora y demora que me están alejando de lo que fui y ya no quiere ser. Abandono luchas estériles y confrontaciones para radicalizar mis propósitos que ahora tienen una única meta, la próxima, cuyo sentido aún no está claro pero que será la justificación de mis intentos. Mi decisión es abrir un sendero que no haya sido transitado por nadie, jamás, aunque ese sendero sea el mismo  que identifican los libros de sabiduría. Como inevitables consecuencias de las prácticas del trabajo espiritual, de una conducta ordenada y una mística impulsada por los votos de obediencia a mi conciencia superior, resumo con palabras lo que ha sido un movimiento interior que no podría expresar con palabras. Es mi meditación y por eso debo argumentar, para fijar en la mente lo que sucedió en otra dimensión del Ser transpersonal que soy aunque todavía una parte de mis movimientos sea errática. Un grupo de palabras más o menos ordenadas, más tiempos de silencio y soledad, más firmes propósitos, delimitan nuevas áreas en la que estoy estableciendo puntos de apoyo en dirección al Estandarte de la Divina Madre que flamea a lo lejos, señalándome otra porción de espacio y tiempo que debo recorrer.



4
EL ESTANDARTE

          Es común que en el proceso iniciado mediante la meditación  disminuya el entusiasmo y la fuerza impulsora inicial. Es entonces necesario dar otro paso para disponer de un nuevo elemento que renueve la búsqueda. Se llega así a la meditación sobre El Estandarte.
          Haber permanecido repasando nuestros males y dificultades  durante tanto tiempo resulta agobiante y a veces desalentador. Empezamos entonces a plantearnos nuevas necesidades que tengan que ver con la afanosa búsqueda que cada uno se ha planteado en el Camino.
          Por momentos, en medio de tanta oscuridad y dificultades, nos ha parecido que esos altos ideales se alejaban, que era inútil continuar buscándolos. Sin embargo, el esfuerzo realizado hasta aquí hará que el mundo de los valores produzca una necesaria elección que resuelva el enigma.
          El Estandarte implica nuestra elevación hacia la luz, significa salir de la pobreza y miseria moral del mundo para avanzar a paso firme hacia la más pura espiritualidad.
          Esta meditación hace revivir los primigenios impulsos que han procurado despertarnos a una nueva conciencia trascendente y ponernos en contacto con una nueva dimensión de vida, la que cada uno de nosotros íntimamente aspira conquistar según sus creencias y saberes.
          Ya no habrá más quejas ni recriminaciones ni contradicciones. Esta es la primera proyección de una renovada fuerza, joven y vibrante en dirección a las metas y posibilidades que hemos descubierto. Aquí se empieza a decidir el auténtico Camino que nos llevará al final de nuestra búsqueda.
          Aunque todavía no podemos definirlo, estamos añorando algo nuevo, desconocido, diferente. Durante el resto de nuestra vida dormíamos prisioneros de toda clase de males e imperfecciones. Ahora estamos pugnando por salir del encierro, respirando un aire purificador.
          Debemos elegir objetivos amplios y bien definidos. Saber qué hemos elegido, cuál es el Sendero que recorreremos a continuación. Tenemos apenas un vestigio de lo que vendrá y eso es suficiente para dar un nuevo paso.       
         



EJERCICIO DE MEDITACIÓN
         
          Divina Madre del Universo. Algo nuevo está sucediendo en mí, algo diferente, jamás experimentado. De ninguna manera podría definir este incipiente estado de conciencia pero conservaré los impulsos que me están desplazando hacia lo desconocido. Durante mucho tiempo, por largos y difíciles años, he luchado contra todos los males e imperfecciones que han dejado en mí sus visibles estigmas. Ahora me parece estar emergiendo de un apacible letargo, de un antiguo sueño dominante en el que he permanecido encerrado en las cuatro paredes de la celda que confundí con mi verdadera naturaleza, prisionero de poderes primitivos que endulzaban mi apatía, mis infantiles ensoñaciones, mis mejores propósitos desvanecidos por ausencia de una voluntad regeneradora. Ha llegado la hora de emprender el sendero elegido en la encrucijada que va quedando atrás aunque todavía escucho los cánticos y las voces de seducción que vienen del pasado. Ha llegado el momento de no volver el rostro, de abandonar los valores e instrumentos que me sirvieron para llegar hasta donde ahora estoy. Basta ya de lamentaciones, de nostalgias y evocaciones por lo que ya no me pertenece ni me concierne. En momentos de duda, en las horas difíciles en que vacilaba y sentía que el fuego sagrado de mi vocación se apagaba, una oscura premonición (a ráfagas se me revela desde niño) me dice que estoy en condiciones de formularme nuevos planteos, diferentes estrategias para alcanzar lo que en su momento fue una mutua promesa de amor y fidelidad. La antigua tabla de valores sobre la que edifiqué mi vida, se ha trastrocado, lo que antes fue ligadura ahora es desapego, lo que antes parecía imposible ahora se me presenta como la alternativa de una elección transformadora, la aproximación de un acto decisivo que me orienta hacia nuevas oportunidades y obligaciones. Ya no habrá más quejas ni reproches entre mi diminuto ser individual y la Fuerza Sagrada, no me abandonaré ni al infortunio ni a la soledad devastadora del que ha perdido el rumbo. Te pido que me asistas, Divina Madre, te ruego que seas testigo de la elección que me permite ir en la búsqueda de mi destino personal, una conciencia que oscila entre la luz y la oscuridad y que  asume con valor sus banderas de lucha, ahora que seré el portador de un estandarte que me identifique en la gran batalla.  Desde estas primeras alturas, contemplo a lo lejos, por el antiguo camino desde donde he llegado hasta aquí, la fortaleza amurallada de la Dama de la Oscuridad en la que flamean miles de banderas negras. Por las puertas de ingreso de las que pocos saldrán, observo una multitud de seres que van a incorporarse a las legiones que habitan el Abismo. Es mi última mirada, mi último contacto con aquello que he abandonado para enfrentarme, solo, con los peligros de una vida nueva. Busco con mis ojos, en el país al que estoy ingresando, una señal, un punto de referencia al que debo llegar, la meta única, fin del Camino que estoy recorriendo con mis pies descalzos, vacío, despojado, sin bienes, ni provechos, ni resguardos, ni logros. El sendero es apenas una huella, más bien diría que estoy pisando una huella jamás hollada que me conduce quién sabe adónde. A mi paso, lento pero decidido, se encienden algunos fuegos que acepto como señales. Debo confiarme a esos puntos luminosos, unos próximos y otros apenas un hilo de luz que oscila con la suave brisa que calma mi cansancio y mi ansiedad. Sé que estoy meditando, haciendo renacer los impulsos de mi vocación por lo sagrado y al mismo tiempo, proyectado por el servicio de este acto, viajo en las proximidades donde se me ha revelado que duerme la que es motivo de mi peregrinación, Ella, que espera la renovación de la alianza formulada mediante los votos a perpetuidad. Y un poco más allá, al salir de un recodo, veo el Estandarte Rojo que flamea al viento, señal y símbolo de un lugar al que debo llegar cuando los tiempos sean cumplidos. Mi sensibilidad ha despertado en grado extremo para recibir nuevas ideas, emociones y sensaciones que bien sé son las consecuencias de lo vivido, aprendido y proyectado en esta marcha que ha ocupado la mayor parte de mis días humanos. Al fin estoy frente a la insignia resplandeciente en el lugar señalado por las Enseñanzas de los Maestros. Los mapas en código que me fueron entregados son exactos en cuanto justa ha sido mi obediencia a los mandatos de mi Superior, el que no está en otro lugar sino en mí mismo. Ahora comprendo con mayor precisión aquello que surgía de mi voz interior: El Superior no es otro que uno mismo, obedeciéndose, que pronuncio en voz alta mientras siento el suave calor de las llamas y la frescura del aire, mezclándose, combinándose como anticipo de la dualidad que debe ser trascendida. Siento la consistente emoción de que me despido para siempre de los territorios donde ondean los siniestros pabellones de mi Enemiga, me siento despojado de antiguos temores e indecisiones. Los fuegos que alumbran mis pasos se me representan como el avance de otros fuegos más intensos, de otras luces que percibiré si sigo ascendiendo dentro de mis espacios más íntimos. Lo que al principio era difuso, apenas diseñado en la lejanía, es ahora una visión estabilizada que vuelve a alimentar lo que en otra época era apenas un deseo espiritual vacilante, lo que aparecía como posible pero que era muy distante y que de pronto se me ofrece como parte de la gracia que vence el insoportable peso de la gravedad. Una sencilla alegría me conmueve amablemente para que siga avanzando con devota precaución hacia el lugar que marca el Estandarte, otro punto crucial que podré superar si es verdad que he logrado ser digno de semejante aventura. Comprobaré si estos pensamientos son reales, formulándome firmes propósitos, que me resulten claros y de posible realización. No debo ir un paso más allá de lo prudente, ni siquiera tener deseos  que no podré lograr porque no habré cumplido con mis obligaciones. Mis propósitos, contenidos por una voluntad que a su vez se sostiene por la firma obstinación que concede la lealtad, consisten en mantener mi marcha por el Sendero único que he elegido, renunciando a las reminiscencias que aún perduran y que por momentos temo que volverán, con sus susurros, a intentar seducirme para que regrese a las antiguas dimensiones de la sensualidad que tantos sufrimientos me ha causado. Practicaré mi disciplina cotidiana, me privaré de lo superfluo, de lo innecesario, me apartaré de círculos humanos de toda índole que puedan demorarme en mi próximo desplazamiento. Procuraré no quedarme dormido, no  tener los sueños falsos de una realización imposible. Tomaré las necesarias precauciones para permanecer ajeno a los mensajes engañosos, a las señales imprecisas, a todo lo que ya no me satisface, a lo que carece de sentido. Decido que apartaré de mis horas todo lo conocido, lo que ahora es más fácil que antes, lo que se me ofrece gratuitamente como anzuelo para atraparme, para que no prosiga desplazándome hacia la meta que me apetece, la región desconocida donde reina la incertidumbre, ese lugar que todavía no sé dónde queda ni cómo se llama pero al que quiero conocer, ver, tocar, depositar en ese espacio mi única ofrenda, la entrega de mí mismo. Que todo y todas las cosas sean apartadas aunque al dejarlos atrás los resabios del hombre viejo que todavía me acompañan se desgarren y sucumban. Estas son, Divina Madre, las consecuencias de una meditación hecha a tu medida y a mis necesidades, los resultados de mis ruegos que han llegado a tu Divina Presencia y que regresan transformados en un poder que, sostenido por mi voluntad, me conducirá un poco más allá, por mérito del sacrificio y la ofrenda hecha obediencia amorosa y compartida. El ejercicio de la meditación me ha traído alivio, claridad y comprensión sobre todo lo que al principio era una pura incógnita, un desafío para quien como yo todavía anda explorando a tientas por las escalas que los Maestros diseñaron hace miles de años, por el trazado de mapas que sólo puede interpretar el alma enamorada de su propio destino, por sendas donde el caminante va depositando gotas de su sangre consagrada. La suave brisa agita los pliegues de la Enseña que sólo puedan contemplar los Hijos de la Señora del Mundo, la dispensadora, la que distribuye la luz, el agua y la sabiduría a los que vienen en su búsqueda.




5
EL TEMPLO DE ORO

          El meditante se encuentra ahora con problemas de orden común y otros de carácter trascendental. Cuando se descubre que no hemos logrado el auténtico amor, la plena unión de nuestro ser o nuestra alma con la divinidad, se percibe lo que los místicos llaman la nostalgia de Dios. No me buscarías si ya no me hubieses encontrado.
          No hemos desaparecido del mundo de la individuación para ser Uno con lo Sagrado, pero estamos firmes en la búsqueda, nada nos ha apartado ni nos impide proseguir, salvo nosotros mismos.
           A esta altura del trabajo interior debemos permanecer serenos, pasivos, atentos y expuestos a la divina influencia que viene hacia nosotros. Nuestra pena disminuye y presentimos el agua viva del consuelo que nos reanima.
          Es necesario y urgente buscar una fuente donde sumergirnos aunque sea por un instante y salir de ella resplandecientes como un espejo bruñido donde empezará a reflejarse la Divinidad.
          Esa fuente es llamada en la Simbología Arcaica  El Templo de Oro, y el agua maravillosa, sanadora y regeneradora es el consuelo espiritual.
          En esta meditación no solo buscamos la reparación restauradora sino también la plenitud gozosa que significa sumergirse en estados  de alivio, de desahogo, de consuelo. Requiere cuadros imaginativos que resulten estimulantes; que sean sedantes, que produzcan paz, tranquilidad, por ejemplo: cuadros de la naturaleza en reposo, lluvia uniforme, lenta caída de la nieve, una suave y silenciosa puesta de sol, un amanecer sobre los campos, el mar o la montaña.
          En cuanto a las sensaciones, el resultado del cuadro imaginativo tiene que ser consolación y nada más. En este estado meditativo no se perciben estímulos de mayor bienestar o místico arrobamiento. Solo un suave y prolongado consuelo que intuye la paz interior por siempre anhelada.
          Así, renovados y restaurados, nos disponemos para el trascendental momento que nos aguarda en la próxima meditación.

         
                             

EJERCICIO DE MEDITACIÓN

          Divina Madre del Universo. De los maestros, instructores y sabios he ido recibiendo, a lo largo de mi vida, las enseñanzas que me han permitido llegar hasta el Templo de Oro, en donde beberé el agua del consuelo que necesito para fortalecerme, para avanzar hacia nuestra unión definitiva. Una de esas ideas, en la que me apoyo para obtener respuestas, es esta meditación, es la ausencia de Dios, quiero decir la pena que me causa la nostalgia, o por aquello que ya fue y que estoy dejando convertirse en polvo por obra y gracia del Don del Olvido, sino por la certidumbre de que estoy en pos de algo que he perdido, a lo que se refiere otra antigua revelación que Dios le hace a un hombre: No me buscarías si ya no me hubieses encontrado. Contrario a las leyes naturales, siento añoranza por lo que se oculta en el futuro del que provienen las guías y advertencias que me permiten sostener encendidos estos fuegos purificadores. Pero no es suficiente para quien sabe que la conciencia de su individualidad le confirma que está separado, que todavía está en los márgenes de la inconcebible unidad. Aunque son pocas las fuerzas que me quedan, nos desfalleceré ni caeré en un  sueño profundo ni me inquietaré. Es la hora de permanecer sereno, entregado a una pasividad contemplativa y expectante, expuesto sin defensa a la sagrada influencia que viene hacia mí confortándome, aliviando y disminuyendo lo que todavía es pena y aflicción. Los códigos secretos de las revelaciones que guarda la simbología arcaica, señalan la proximidad de una fuente en la que por un instante inefable deberé sumergirme, lavarme y purificarme hasta emerger distinto, renovado, resplandeciente, libre de los estigmas del pasado, sin más peso que mi sustancia humana aligerándose. Me dispongo a un descanso, a la inmersión que ahuyentará los viejos dolores, las confrontaciones y pesares sin límite. Alivio y paz y sosiego para mi corazón que apenas late, el aire se instala pausadamente en mis pulmones, serenándome, confortándome en esta primera y única vez, restaurando mis energías  en una  plenitud gozosa jamás experimentada por mí. Unos pasos más y ya estoy frente al Templo de Oro en cuyo centro, como un espejo bruñido que refleja los misterios de todos los mundos, apenas escucho el murmullo del agua de la Fuente. Detrás de las montañas azules, un sol rojo distribuye por el cielo velos transparentes, anaranjados, lilas y verdosos, como si en toda la tierra no hubiese otro espectáculo más simbólico, más simple y grandioso y a la vez más significativo para marcar este instante que pareciera permanecer estático, más allá del tiempo mensurable. No escucho voces ni sonidos que no sean los que una suave brisa ejecuta rozando las hojas de los árboles que cubren este espacio, que recibe y reconforta al peregrino que se sumerge en el agua que fluye eliminando todo vestigio, toda mácula, toda señal que revele su nombre, su origen, sus vínculos con la sociedad, sus quehaceres y deberes mundanos. El agua limpia, borra, transmuta, regenera las células del cuerpo, reanima los centros de energía, elimina los residuos de la angustia y el desconsuelo; hace posible que los sentidos capten otra dimensión de lo real, la última luz de la tarde como una hebra amarilla sobre la cresta cubierta de nieve de las montañas,  el incesante fluir del manantial, el tenue perfume que perciben los sentidos apenas necesarios en esta hora transparente. El misterio de lo sagrado, de lo desconocido se me revelan como supremo orden, como armonía, como el fluir de las leyes que regulan lo que es, lo que fue y lo que vendrá, las mismas que armonizan y funden lo que se manifiesta como antagónico, el discernimiento y la voluntad con los que practico mis intentos de liberación y la predestinación que al mismo tiempo que me sujeta me predispone y lanza hacia el punto indivisible en el que el círculo quedará completado. Siento que me envuelvo en el consuelo que no podría encontrar en ningún otro lugar. Más que caricia el agua es bálsamo, sanación, sustancia que me depura y me sosiega. Las espléndidas imágenes del ocaso se me representan como símbolos de un día que ya no regresará, de la noche silenciosa en la que me recogeré para aguardar el renacimiento de un amanecer jamás vivido, disponiéndome para lo que vendrá después de haber sido probado y tocado y proyectado hacia el corazón celeste de la Divina Madre. Como a un niño recién nacido que después de lavado es envuelto en los tibios lienzos que lo protegerán y guardarán, así yo percibo esa envoltura como el consuelo que la divinidad ofrece sin que pueda justificar esta experiencia, la más elevada razón de los hombres. Bebo del agua de la fuente y ya no tengo ni hambre ni sed, ni otro deseo que continuar dejándome llevar por un estado de conciencia único, en el que una suave y permanente consolación me sumerge en un estado de gracia que integro a mi ser como el único y real patrimonio que dispondré para el mañana que se avecina, cuando deberé concretar la tarea definitiva que me está reservada como parte del Plan anotado y registrado en mi átomo simiente desde el instante mismo en que fui concebido. Para alcanzar, entonces, esa instancia decisiva, mis propósitos consisten en mantener, sostener y preservar todo lo que el consuelo experimentado en esta meditación me ha ofrecido. Cada día ingresaré al recinto donde guardo las energías primordiales, las reservas de poder que han ido acumulándose como consecuencia de las labores realizadas. He aprendido que para ingresar a mi recinto de poder, no puedo hacerlo sin ser dueño de una sostenida y prolongada paz, íntima y vedada a toda auscultación que no sea la mía. Siento que el consuelo me pacifica, ordena mis actos, me aleja de las turbulencias y los peligros de las excitaciones, explosiones  anímicas, desplazamientos innecesarios. Contactos superfluos, tareas y obligaciones desechables no serán posibles si me mantengo inconmovible, contenido por esta fuerza vibratoria que es la usina que produce la energía necesaria para la última y definitiva tarea que me espera. Me propongo ir más allá de una simple intención que, por no ser honda, podría resultar insuficiente. ¿De qué me serviría estar atento sin haber fijado, sustentado lo que en este ejercicio ha brotado nítida, fluidamente? El propósito soy yo mismo en toda mi integridad, y mi decisión deberá ser irrevocable, reducida al único proyecto, a una sola finalidad. Puedo afirmar que las consecuencias de este movimiento son claras y evidentes, son el máximo bien que necesito para intentar el asalto  a lo inconmensurable que está detrás de lo visible manifestado. A pesar de que mi lengua suena grandilocuente, continúo verbalizando parte de lo que ha despertado en la limitada dimensión de mis comprensiones mentales, de mis percepciones emocionales. Como práctica y esencia bien valdría quedarme sumido en el silencio para recibir las voces que sólo pueden ser escuchadas cuando se detiene la cadencia de las palabras, necesarias todavía para comprender qué es lo real que me está aconteciendo. No es una alegoría y menos aún un juego de palabras. En completo silencio, mudo, con mi confianza puesta en la asistencia que los Maestros del cielo y de la tierra me están brindando, la calma que sobreviene detrás de los murmullos es el anuncio de lo que está por suceder. Todavía no he desaparecido del mundo de la individualización: permanezco separado de la Amada que me espera con quien seré Uno. El consuelo recibido aviva los fuegos de mi mística pasión sostenida por el don de la fidelidad.



6
EL VELO DE AHEHIA

          Una antiquísima sentencia de la Kabalá  dice: Existen dos mundos: uno es visible y el otro invisible. El visible es solo el espejo de lo invisible. Ahehia es el aspecto visible representado durante miles de años como la Madre Divina del Universo en su aspecto activo y dinámico. Es la ley primera y el primer motor, el centro  del cual emanan las radiaciones, las frecuencias vibratorias.
          Ahehia  es la manifestación fenoménica, el vestido de Maya, la representación de todo cuanto existe,  por lo que se la identifica con una figura de Mujer Divina, la Madre Sagrada. Es omnisciente y omnipresente en Todo y en todas las Cosas. Estas son definiciones que nos han legado los Rishis o Maestros de las principales culturas.
              A los ojos del meditante, Ella permanece velada, oculta tras su ropaje cósmico. No percibimos su Presencia sino solo las envolturas de su manifestación secundaria. Percibimos la energía, las leyes, las formas, el color y la música, pero no el aliento de la divinidad para nosotros dormida pero siempre despierta y oculta tras sus velos.
          En este ejercicio procuramos lograr una identificación afectiva con lo divino mediante el gozo que produce el amor divino, expresión de la dicha más excelsa que todo hombre y mujer, en algún momento de su vida, ha percibido de manera instantánea y fugaz.
          El efecto buscado no deberá ser una emoción agradable, placentera, sino el gozo espiritual que solo podemos encontrar en la dimensión divina que anima la naturaleza de todo cuanto existe.  Este nuevo gozo es más sutil y más pleno que cualquier placer intelectual como puede ser el que se obtiene de la comprensión repentina lograda en una buena  lectura o en la misma reflexión. Este nuevo gozo carece de límites, impregna la totalidad del ser y es expansivo, transpersonal.
          Los cuadros imaginativos son infinitos: cualquier aspecto de la manifestación, la belleza natural, pequeña o inmensa, el océano, una flor, las montañas, el rostro de un niño, un inmenso sol naciendo,  o en el ocaso.
          Sin embargo, lo manifestado no se limita solo al esplendor de la belleza del mundo. También el meditante debe enfocar el gozo en todo lo que habitualmente no produce placer: la muerte, las variaciones del clima, las tormentas y desastres de la naturaleza. Más allá del bien y el mal hay que encontrar a la Divina Madre y establecer una profunda afinidad con ella, como Mujer, Madre, Entidad divina y superior.
         


EJERCICIO DE MEDITACIÓN

          Divina Madre del Universo. Presiento que estoy aproximándome al lugar del encuentro que nos hemos prometido en esta vida y en las vidas de todos los seres. He recorrido un largo sendero, innumerables idas y vueltas, encuentros y desapariciones entre la vigilia y el ensueño, el dormir profundo y los despertares que  cada paso de la meditación me fue marcando a puro fuego, a pura pasión. Como nunca jamás, hasta este instante, he percibido la vastedad de tu presencia, la fuerza activa y dinámica que se manifiesta en  cada átomo del inabarcable Universo. Te me revelas como el uno, la causa, la ley primera, el motor inicial que crea, conserva y destruye las galaxias y a la más insignificante de las criaturas. Eres el centro  vibratorio primordial del que fluyen las radiaciones, el poder que contiene y sostiene la coherencia de la materia hasta la última instancia que explican los  místicos y los más altos sabios de la ciencia. No es algo que yo pueda comprender con mi mente aunque te siento y te presiento con los mecanismos de la intuición, de mis emociones y sensaciones limitadas. Esa limitación, que es al mismo tiempo el extremo de mi capacidad para vislumbrarte, es la que te representa en la figura de una Mujer Divina, la Señora y Madre, el Ser omnisciente y omnipresente  en Todo y en Todas las Cosas. Quiero despojarme de los residuos inútiles que aún se adhieren a mí, aun aquellos que han sido mi sostén: los seres y los libros, los maestros y las enseñanzas que forjaron mi carácter, que me otorgaron templanza y la necesaria fidelidad para soportar las pérdidas y los cambios, para volver a unificarme cuando creía  perderme en la oscuridad. Durante la mayor parte de mi vida te he invocado, te he llamado, te he suplicado mil veces para que no me abandones, para que me sigas envolviendo en los pliegues de tu manifestación que me parecía tan íntima y simple cuando era niño y que después se fue apartando en la misma medida en que aumentaba el nivel de mis ilusorios conocimientos, cuando mi ego era el dueño de la más perfecta separatividad. Solo y separado he transitado la aventura del vivir y gracias a lo que en parte es mi predestinación y en otra al ejercicio de mi voluntad, de mis mejores propósitos, fui descubriéndote a través de la observación de los seres y las cosas, las leyes que regulan mi naturaleza y el orden y el desorden del mundo, estabas en los paisajes y en las pinturas, en cierta música que destrababa mis sentidos y me proyectaba a regiones del más puro gozo. Te fui descubriendo en las matemáticas y en el amor y también en las horas de los sufrimientos y las pérdidas más crueles. Te contemplé en sueños cuya representación y símbolos apenas me resultan comprensibles. Te descubrí en la muerte de los seres más amados y también en los presentimientos de mi propia muerte, los mismos que en plena juventud me llenaban de estupor y de espanto y que ahora aparecen como el apacible final de una melodía. Pero sigues oculta, Divina Madre, oculta tras todo lo que puedo ver y comprender, detrás de lo que presiento y de lo que ignoro, inasible pero activa, despierta y poderosa, encubierta tras los relámpagos de luz, las formas y los sonidos, las expansiones y contracciones de la materia, como si estuvieras tan distante y ajena frente a las colisiones de los mundos. Mis presentimientos me dicen que debo insistir en este intento por rasgar tus velos, por descubrirte detrás de tus apariencias. No alcanzarían los años que me restan para decirte cómo he ido descubriéndote y gozándote anticipadamente. Veo a mis pequeños hijos correr bajo una intensa  nevada en Potrerillos, en una tarde de julio de un tiempo que va quedando en la nostalgia del pasado. Cómo haber dejado de sentir tu majestuosidad en una noche de verano cuando contemplé una tormenta eléctrica sobre los viñedos en Mendoza, con fuegos de artificio que dibujaban entre las nubes las más rápidas y cambiantes figuras del arte cinético, o en Córdoba, cuando la intensa lluvia de enero apenas nos da unos metros de visión mientras los truenos, el viento huracanado y el granizo destrozan los árboles y el techo de los automóviles. Te he contemplado en el cuerpo de un niño recién nacido y en la belleza de las formas de la mujer que se predispone a los juegos fascinantes del amor. Te he presentido escuchando a Bach, a Mozart, a Vivaldi y en los sonidos de la guitarrita del ciego que toca en la calle para ganarse unas monedas; me ha sobresaltado tu inmensidad cuando a lo lejos vi el Aconcagua y en una noche de fin de año, sentado sobre las rocas en Viña del Mar, te escuchaba con la música del agua rompiendo las escolleras. Sé que estabas en aquel momento cuando las afiladas agujas de un cactus reflejaban el esplendor del Sol; y esa misma visión en ciertos ojos y sonrisas, en el contacto de una mano, en una ronda de niños en el jardín de infantes, el ladrido de un perro a la madrugada en medio del campo, en el viento Zonda que enloquece a los humanos y a las bestias. Pero no es el número de mis visiones sino el gozo que percibo y del que me apodero como señales de tu proximidad, de los movimientos que están acercándome al lugar sagrado donde permaneces. En este punto mis emociones ya no son explosivas, no disminuyen ni aumentan su intensidad, no tienen el placer ni la sensualidad que agita y moviliza mis sentidos sino que es el más puro gozo espiritual que recibo de manera sutil;  no es el placer intelectual que descubrí en la lectura de mis libros preferidos, tampoco en los más altos instantes de la meditación, en las horas calladas de la autorreflexión que me auxiliaba en el  camino de la búsqueda de tu Presencia. Esos placeres están localizados, puedo identificarlos, ubicarlos en los infinitos sitios que señala la separatividad. El gozo que ahora siento no tiene límites, abarca todo mi ser, mi mente, mis emociones, mi cuerpo entero, y se expande, fluye y abarca todo lo que constituye la emanación del devenir. No encuentro diferencias en las sensaciones que surgen de la imagen de unos niños jugando en la lluvia o en la nieve o contemplando un arcoiris inmenso después de una tormenta, en el presentimiento de tu cuerpo, Divina Madre, en el olor del  pan recién horneado, en el sabor de la manzana, en los viñedos cubriéndose de rocío. Estás detrás de la mente de los científicos que van develando  el orden del mundo, de los grandes maestros de la filosofía, en el alma de los fundadores de  órdenes místicas, en la violencia atroz de los que planifican las expansiones de la barbarie y las renovaciones de las civilizaciones. Estás en el arrullo de la paloma posada en mi ventana y en el sabor del café, en los desplazamientos de mi mente que intenta aprehenderte en estas páginas, en los rostros ensimismados de los niños que escriben un cuento en el taller de literatura, y estás en el sosiego que nace de sentirte próxima, una en potencia y a la vez infinita, adorada, amada y temida como me complace en llamarte: Divina Madre del Universo que otros, en otras lenguas y en lugares distantes te nominan como Ella, Kuan-Yin, María, Señora de la Luna, Shakti, Fátima, Pacha Mama, Kali, la que construye, conserva y destruye, la que diseñó, dicen los rishis, el Hombre a su imagen y semejanza. Podría extenderme si me dejara llevar por todas las ideas, imágenes y emociones que parte de mi centro inamovible y se extienden hacia el santuario que debo alcanzar en el último y definitivo paso que voy a dar en esta aventura que es el vivir. Me apoyo en el poder de mi voluntad, esa fuerza todopoderosa que ha hecho posible alcanzar esta dimensión, este momento único. La totalidad de mis visiones, expuestas y subyacentes, las relaciones establecidas entre las imágenes y las emociones que han despertado, los puntos de comprensión que han ido enhebrando la cadena de significaciones, lo que permanece instalado en mí no ya como una simple especulación intelectual sino como reflejos de la divinidad en mi espíritu, la certeza de que detrás de lo visible se oculta lo invisible, la plenitud y el gozo que bebo como aguas de la vida verdadera, como la única sustancia que calmará mi sed irracional, la energía que en mi sangre recorre cada célula de mi ser, me obliga a que mi único propósito sea ahora un voto solemne de fidelidad, obediencia y renunciación a la entidad del Peregrino que dejará de serlo apenas esté en contacto con tu Divina Presencia, para que la humilde y solitaria gota de agua se sumerja en el inmenso mar que es nuestra Casa, para que se cumpla la promesa hecha ante los Santos Maestros del cielo y de la tierra, para que se produzca la Unión Substancial contigo en el final del Camino y de un nuevo principio.


7
LA RESURRECCIÓN DE HES

          Lo potencial (el noúmeno, lo invisible) se ha inmolado en el movimiento continuo que se produce en el mundo manifestado. Todo cuanto vive está animado por esa, también divina, potencialidad. Por eso se afirma que la Divina Madre permanece oculta, dormida, en el corazón humano, aguardando el término del peregrinaje del buscador para que se produzca el retorno a Ella, como en la mítica imagen de la Bella Durmiente que aguarda a su enamorado, el Peregrino,  que con un beso la despertará.
          Aunque el ser humano no posee un concepto intelectual sobre la potencialidad del Universo, desde siempre ha intuido que puede percibirlo: presiente que por breves instantes toca los límites de lo que ha  estado explorando en la meditación.
          Esta última etapa es la más difícil de todas, la más abstracta y elusiva, por razones que se hacen evidentes al iniciar su ejercitación. Sin embargo es la meditación trascendental puesto que las anteriores apenas fueron peldaños en la dura ascensión, eslabones necesarios pero ahora prescindibles que han permitido al meditante estar frente a las posibilidades mismas de su propia resurrección espiritual.
          La oculta divinidad  permanece prefigurada en la conciencia de cada ser humano que, de modo preciso en algunos y apenas intuido en otro, la meditación hace posible revelar.
          En el último trecho del Camino debe practicarse el abandono unitivo que  conduce al Arrobamiento como único efecto buscado. Esta palabra, arrobamiento, tiene en otros idiomas y en otras culturas espirituales su propia definición: es satori, en japonés, samadhi, en sánscrito. Analizar sus significados precisos permitirá ampliar lo que aquí se está intentado explicar.
          El arrobamiento es el rapto del amante por lo amado,  la inmersión del ser individual en el océano de la divinidad. Hay que buscar una introversión profunda, un alejamiento de la periferia sensorial para intentar  permanecer en  la Unión Substancial, en el presente eterno (que no es una eternidad compuesta por la suma de instantes sucesivos), sino  en el ahora del tiempo estático, indivisible.
          Ya desde la invocación se pide a la Madre por ese contacto. Es el preludio de una intensa y larga peregrinación desde la superficie al centro interior, inmaterial.
          En el desarrollo de  este ejercicio se dispone de pocas imágenes que puedan simbolizar la proximidad de la divina potencialidad. Ella está oculta en el vacío, en la más profunda oscuridad,  no es visible a los ojos humanos, pero se presiente su poder radiante, su poderoso amor atractivo y envolvente. La imagen visualizada  debe ser esfumada, sin detalles ni símbolos que estimulen los sentidos. Solo palpita el presentimiento de Su Presencia  tras la apariencia de los símbolos.
          Las sensaciones consecuentes es solamente eso: el presentimiento de lo divino potencial que estimula la sensibilidad más sutil del meditante y produce el arrobamiento que se percibe como una serena solemnidad, en un total y reverente respeto. Solo quedan residuos de la separatividad entre la conciencia del meditante y la Divina Madre.
          Se llega así al final del  Camino de lo buscado. Por ese motivo el propósito no puede ser otro que repetir esta aproximación hasta que se haga definitiva la Unión Substancial.         
         

EJERCICIO DE MEDITACIÓN

          Divina Madre del Universo. He arribado a las fronteras de tus infinitas formas que se expresan sin cesar en el movimiento continuo animado por tu propia potencialidad, no allí o en cualquier parte sino aquí, en el tabernáculo de mi propio corazón, permaneces oculta, dormida, latente, aguardando el final de toda separatividad, de toda ilusión, más allá de la razón y de las palabras, suspendida en la silenciosa vacuidad en la que espero ser arrebatado en el preciso instante del arrobamiento estático de nuestras bodas místicas. Aunque no dispongo de herramientas intelectuales para comprender la potencialidad absoluta, he intuido que puedo percibirte dejando que fluyas mansamente a mi interior cuando no intento entender lo que está sucediendo. Lo comprendo aunque no estoy en condiciones de traducir en palabras esa comprensión. Son mis contactos con los límites a donde he llegado por la gracia de la meditación y la experiencia mística y sacrificial, no por algo que haya obtenido yo mediante el razonamiento lógico. En este momento ya no soy el mismo hombre que en algún impreciso instante de su vida comenzó esta búsqueda, aunque conservo vestigios y señales que testimonian que aún no ha llegado el instante final de nuestra unión definitiva. Estoy predisponiéndome para alcanzar estados de conciencia cumbre que arrebaten mi naturaleza y la combinen, la mezclen, la disuelvan en esta contemplación de lo invisible a la que ha sido transportado en el pasaje de un estado de vida a otro, en este instante en que va a producirse la más grandiosa colisión espiritual jamás imaginada por mí, el rapto del Amante por la Amada, la inmersión del ínfimo ser que soy en el gran océano, en la unión substancial, en la identificación final con lo que ha sido objeto y sentido de mi búsqueda, la conmutación de mis sentidos por un estado sobrenatural de mi alma despierta y concentrada, místicamente arrebatada en círculos concéntricos que provienen de la inmensidad de lo visible al centro indivisible, punto final de la peregrinación. Después de haberme saturado y gozado con las infinitas imágenes de tu manifestación, por fin me veo postrado, adorando el oscuro santuario donde, desde el Alfa al Omega del Tiempo permaneces en secreto, invisible, dormida, esperando el beso que te despertará. No tengo, en este brevísimo instante,  otra figura, imagen o símbolo al cual contemplar y reverenciar y así permanezco, sin desviar ni mi propósito ni mi única intención. La luz del mundo se va apagando. No escucho voces ni sonidos. Los colores y las formas se van desvaneciendo bajo un manto de absoluta oscuridad. No percibo nada que no sea esta única Presencia  de la que emanan los mundos que se agrupan en el Universo, este sagrado punto indivisible del que brota el Amor que es la sustancia que mantiene unidos los fragmentos de la materia visible que ha formado Todo y todas las Cosas, de la que soy una partícula que vibra con la intensidad del arrobamiento unitivo. Me cuesta continuar con este discurso que relata una experiencia sobrehumana,  aunque debo proseguir verbalizando y fijando en palabras lo que está más allá de las palabras, más allá de las formas, más allá de los sentidos que aquí resultan inútiles y carecen de uso y significación. ¿Cómo podría explicar, Divina Madre, si tuviera yo la oportunidad de hacerlo, una experiencia que escapa a toda explicación? Sólo sé que estoy aquí porque  los relatos y las enseñanzas de otros peregrinos que llegaron más lejos que yo, los que pudieron embeber sus carnes con tu hálito divino, dejaron en el Camino las señales, las marcas y los símbolos que hacen posible realizar este último intento. Eso es apenas lo que estoy haciendo en este ejercicio de meditación, con la íntima comprensión de que este pequeño paso vale más que todas las distancias imaginables. Siento que permanezco absorbido por una fuerza todopoderosa que está alterando las instalaciones mecanizadas de mi ser y otorgándome un nuevo y dichoso estado de conciencia que ya no percibo como el éxtasis vibrante (que fue sensación primaria, deleite y emoción ante lo desconocido) sino el embelesamiento estático, el anticipo de la última promesa. Con esta comprensión fijo mi  propósito final, el mismo que volveré a reiterar una y otra vez en este tramo de mi práctica individual que también es parte de la etapa final de mi vida: volver tantas veces como me sea posible a contemplar el  sitial donde está depositada la amada inmóvil, la potencialidad de la que provienen todos los actos y fenómenos conocidos y por conocer, por los siglos de los siglos, en este mundo en el que habito y en otros universos donde la Fuerza ostenta su visibilidad inconmensurable. Es mi voluntad permanecer activo y consciente, atento y despierto ante las mínimas señales que provengan como consecuencia de los dones recibidos. Mi decisión es ir y volver desde la vida cotidiana a la contemplación de la Imagen que no tiene imagen, a reiterar mi fidelidad y mi amor constante hasta que no me quede otro deseo que el de unirme sustancialmente con Aquella que permanece oculta tras la lámina  oscura de la eternidad, la única, indivisible e inmanifestada, Ella, de quien los mundos, los seres y todo lo viviente son solamente el reflejo de su invisibilidad. Ya no podré olvidar que he sido tocado, y humilde y calladamente predestinado para ser evidencia y testigo de la Presencia, el testimoniante que ofrecerá a otros los mapas y señales del Camino para que se inicien en la aventura del despertar, del presentir y saber que hasta no llegar al corazón celeste de la Divina Madre nadie ha recibido el acta de su verdadero nacimiento.



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