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JUAN COLETTI

¡NO ABRAN ESA PUERTA!

Para Milaí

*

1


Finalmente, la familia Luna se mudó a Cabana, a un viejo  caserón que había estado abandonado durante años y en el cual había vivido un viejo medio  loco llamado Frank Estein. Según los vecinos, el “alemán”, ese era su apodo, vendió la propiedad y desapareció misteriosamente sin que jamás nadie volviera a tener noticias sobre su paradero.
         Gustavo Luna, apenas supo que aquella antigua vivienda estaba en venta, no dudó en comprarla. Desde chico, tal vez por la influencia de las historietas que había leído, tenía la idea de ir a vivir con su familia  a esa tranquila  localidad ubicada al pie de las Sierras Chicas.
         Cuando estaba por firmar la escritura, el notario, don Feliciano Reynals,  le dijo medio en serio, medio en broma:
         -Se ha comprado, amigo Luna, una propiedad valiosa por una bicoca. Durante más de 20 años, a pesar del bajo precio que pedía su actual  propietario, nadie se atrevió a adquirirla. ¿Sabe por qué?
         -Si usted no me lo dice.
         -Porque ese edificio, que parece un antiguo castillo medio abandonado, tiene una puerta que nadie, por más valiente que sea, se atrevería a abrir. Yo no creo en las brujas pero, por si acaso, como escribano público, y mucho más porque me considero su leal amigo,   tengo  la obligación de hacerle la advertencia.
         -Pero qué brujas ni brujas, señor Reynals. Esas son cosas de niños. Por nada en el mundo anularía la operación de compra. ¿Dónde debo firmar?
         -Aquí, por favor, donde le estoy señalando. Estas son  las llaves de su nuevo hogar. Mucha suerte para usted y su familia.
         -Gracias, mañana mismo nos mudaremos con mi señora y los  chicos.
         -Pero antes de que se vaya quiero hacerle una  última advertencia. Este paquete es para usted. Contiene la  vieja y pesada  llave  que abre una de las  puertas de la vieja mansión, la  que está al final de la oscura galería que mira al oeste. Guárdela y haga lo que quiera con ella. Usted es el responsable de ahora en adelante. Aquí termina mi misión. Buenas tardes.
         -Buenas tardes, don Feliciano.
         -¡Ah!, señor Luna, una última recomendación.
         -Dígame.
         -Esconda bien esa llave. Por nada en el mundo debe caer en las manos de sus hijos. ¡Por el amor de Dios!
         -Está bien, escribano, gracias nuevamente, y no se preocupe.
         Los dos hombres se dieron un fuerte apretón de manos y se despidieron cada uno metido en sus propios pensamientos. El anciano notario  se decía a sí mismo: “Pobre hombre, si supiera lo que le espera. Pero allá él, la ambición es más fuerte que escuchar un buen consejo”.  Por su parte, el flamante comprador iba pensando: “El viejo Reynals está más loco que una cabra. Creer que pueda existir una puerta mágica en estos tiempos, en pleno siglo XXI,  es ridículo. ¿Por qué me habrá dicho semejante tontería? ¿Para hacerme una broma o porque hay algo de verdad en el asunto? ¿Qué estoy imaginando? Será mejor  cambiar de tema, pero, no me costará  nada esconder  este paquete donde nadie pueda encontrarlo”.
         A la tarde del siguiente  día, con la ayuda de una empresa de mudanzas, la familia Luna cargó todos sus muebles y horas después ya estaba en Cabana, lista  para iniciar una nueva etapa en sus vidas.
         -Bien, ya estamos en nuestro nuevo hogar. ¿Qué te parece, Matilde?
         La esposa de Gustavo Luna no estaba muy convencida pero como su marido era el que siempre tomaba las decisiones, se encogió de hombros y  siguió acomodando la ropa de cama, los utensilios de cocina, los elementos del baño y todo lo demás.
         -Vos sos la misma de siempre. Nada te satisface a pesar de que soy yo el que  se rompe el lomo trabajando. ¿Y a ustedes, chicos? ¿Qué les parece?
         Evelyn, con sus inocentes ocho años,  contestó  en voz baja:
         -Sí, papá. Es muy linda la casa. Un poco vieja pero es linda.
         -Y vos, Gastón, ¿qué opinás?
         Gastón Luna, diez años, pelo negro, ojos vivaces. Siempre inquieto y dispuesto a emprender las más insólitas aventuras, dijo con una alegre sonrisa:
         -Sí, pa. Es formidable. No sé por qué,  pero me palpita  que esta casa tiene algo extraño, como si algo raro estuviera  por suceder. A lo mejor hay fantasmas, ¡qué sé yo!
         -¿Qué querés decir con “algo raro”? ¿Alguien te ha comentado algo?
         -¿Quién pudo  haberme hecho  un comentario? ¿Acaso no acabamos de llegar?
         -Está bien, basta de charla y ayuden a su madre. ¡Vamos! ¡Vamos!
         Así transcurrió el primer día, cenaron temprano y se fueron a dormir, cansados y extrañando la cómoda casita en la que habían vivido en el Barrio Los Olmos.


2

A la mañana siguiente,  tomaron el desayuno bien temprano. Era verano y como los chicos no tenían clase en la escuela, podría decirse que era el inicio de unas merecidas vacaciones. La casona estaba ubicada lejos de la zona urbana, en una estrecha calle de tierra en la que sobresalían corpulentos eucaliptos. Un lugar ideal para jugar a la pelota, andar en bicicleta, disfrutar y quién sabe qué travesuras practicar con los nuevos amigos que pronto tendrían.
         -Escuchen bien, chicos. Mamá y yo tenemos que ir a la ciudad a realizar un montón de trámites. Vamos a   pagar unos impuestos en el banco,  comprar telas para hacer las cortinas,  y toda clase de jabones, detergentes y lavandinas para hacer una limpieza a fondo a nuestra nueva casa.
         -A portarse bien, ¡eh! – dijo Matilde, abrazando a sus hijos-. Como no conocemos todavía a los vecinos, van a quedarse dentro de la casa y por nada en el mundo vayan a salir hasta que nosotros regresemos. ¿Entendieron?
         -Y no le abran la puerta  a nadie, no importa quien sea. ¿Escucharon o tengo que repetirlo?
         -Sí, papi, entendimos: no le abriremos la puerta a nadie.
         -Eso es. Y hablando del tema, ni se les ocurra acercarse a la última puerta pintada de negro la   que está al final de la galería.
         -¿Por qué, pa? ¿Qué tiene de malo? Supongo que es una puerta como cualquier otra.
         -No tiene nada de malo, Gastón. Simplemente les ordeno, ¿escucharon?, les ordeno que ni siquiera se apoyen en ella.
         -Bueno, está bien, tanto lío por una puerta.
         -No contestes así, Gastón, que vos sos un especialista en hacer fechorías. Más vale que cuando nosotros regresemos la casa esté en  orden. Vamos, Matilde, que se está haciendo tarde. A esta hora hay mucho tránsito en la ruta.
         -¿Por dónde iremos, Gustavo?
         -Creo que nos conviene ir por Pajas Blancas. Por Villa Allende vamos a demorar mucho más.
         -Vamos, querido. Hasta luego, chicos.
         -Chau, mami.
         El automóvil salió raudamente mientras los niños los despedían  detrás de  los amplios ventanales del salón principal.
Luego de un breve momento de silencio  se miraron como preguntándose qué podrían   hacer. 
         -Evelyn, ¿juguemos a las cartas?
         -No, porque vos siempre me hacés trampa.
         -Bueno, entonces, busquemos un libro para leer.
         -Ufa, Gastón, no tengo ganas de ponerme a leer.
         -Entonces, ¿qué hacemos? No podemos salir a jugar a la calle. Dejame pensar. No  abras la boca, Evelyn, estoy pensando. Ya sabés que cuando estoy pensando no me gusta que me interrumpan.
         Durante un largo rato  se quedaron cómodamente sentados  en el largo sillón rojo hasta que,  de pronto, Gastón se puso de pie.
         -Sí, ya sé lo que vamos a hacer. Encontré la solución. No me digas que no porque ya está decidido.
         -¿Qué? ¿Qué vamos a hacer?
         -Nada, tontita, vamos a buscar la llave para abrir esa  puerta prohibida. ¡Odio las prohibiciones, odio los secretos, así que manos a la obra!
         -Gastón, le prometimos a papá que ni siquiera nos acercaríamos. ¿Por qué te gusta tanto ser desobediente?
         -Bueno, no creo que nos vaya a suceder nada malo si abrimos esa…esa cosa y en cuanto a ser desobediente a vos qué te importa.
         -Pero Gastón…
         -No digas nada. Ayudame. Vamos a revisar toda la casa hasta que la encontremos.

3

         Empezaron a buscar  pieza por pieza, en todos los cajones, en las mesas de luz, en la cómoda del dormitorio  matrimonial, en la cocina, en el botiquín del baño, debajo de las alfombras. Probaron con las llaves de otras habitaciones interiores, la de la despensa, la de la puerta de calle. Nada.
         -Esperá, Evelyn, voy a echar una mirada por el ojo de la cerradura.
         -Tené cuidado.
         -No seas miedosa y seguí buscando. En algún lugar tiene que estar.
         Gastón fue hasta la pesada puerta que era gruesa y mucho más grande y pesada que las del resto de la vivienda. La cerradura no era común sino grande, oxidada y muy antigua. Había entonces que buscar la llave  más grande que pudieran encontrar.
         El chico  tuvo que inclinarse porque  el ojo de la cerradura estaba  un poco más alto que su cabeza y,  para hacerlo, debió ponerse en puntas de pie.
         -¿Ves algo?
         -Nada. Está todo completamente a oscuras. Es como si ni siquiera hubiera un miserable patio  del otro lado.   Sigamos buscando.
         En ese momento se escucharon fuertes golpes en la puerta de entrada que estaba al medio de una mampara de vidrios coloreados.  Evelyn corrió junto a su hermano:
         -¿Quién será? No vayas a abrir.
         Se hizo un largo silencio y nuevamente se escucharon los golpes.
         -¿Quién es? ¿Qué desea?
         -Soy el almacenero de la esquina. ¿Están tus padres?
         -Han salido y volverán de un momento a otro. Fueron a la ciudad. Regresarán alrededor del mediodía.
         -¿No podés abrir la puerta? ¡Vamos! ¿Qué les pasa?
         -No debo  hacerlo. Mi papá vendrá en cualquier momento. Ya se lo dije. Además nos ha dicho que no dejemos entrar a ningún extraño.
         Se hizo otro largo silencio.
         -Vaya,  niño, que tontería, no tener la gentileza de abrir la puerta. Decile a tus padres que vino el señor Arduini, el almacenero. Mi negocio es pequeño pero tengo mejores precios que en el supermercado. ¿Entendiste?
         -Sí, se lo diré.
         Escucharon que los pasos del hombre se alejaban. De inmediato volvieron a la tarea de seguir revolviendo hasta que, detrás de la heladera, descubrieron  una  caja envuelta en papel de diarios. No demoraron en abrirla y allí estaba, una enorme llave negra que tenía incrustaciones doradas con números y palabras en  un idioma  que los niños (y aun personas adultas) no sabrían fácilmente descifrar. Se miraron y sin decir una palabra  comenzaron a caminar hacia el fondo de la galería.
         -Gastón, tengo miedo. Papá dijo…
         -Sí, ya sé lo que dijo, niñita cobarde. No tenés por qué acompañarme. Si querés quedarte sola, yo voy a entrar.
         -No, no quiero quedarme sola. Voy con vos.
         -Entonces andá y traé  una linterna, mi cortaplumas multiuso y un bolso.
         -¿Un bolso? ¿Para qué? ¿Acaso nos iremos de viaje?
         -Vos hacé lo que yo te digo, Evelyn. Traé lo que te he pedido y regresá rápido porque de lo contrario te dejo sola. ¿Escuchaste?
         Mientras Gastón sostenía la pesada llave, la niña fue a buscar lo que había ordenado  su hermano. Traía el bolso pendiendo de su hombro.
         -Bueno, aquí está todo. Espero que papá y mamá vengan pronto.
         -No te preocupes, tontita, en un momento entraremos y veremos qué hay detrás de esta horrible puerta. Seguime.
         La llave encajó perfectamente en la cerradura pero el óxido impedía que  el cerrojo se corriera fácilmente. Un intento  y otro y otro hasta que, por fin, la puerta comenzó a abrirse. Era realmente muy pesada de modo que los dos curiosos exploradores tuvieron que hacer el mayor esfuerzo para poder pasar. Al otro lado la oscuridad era total. Gastón encendió la linterna que apenas iluminó un contorno vacío, hueco, maloliente. De un golpe la puerta se cerró tras ellos.
         -Tengo miedo. Regresemos.
         -Por favor, Evelyn, haceme el favor, ¿no podés   quedarte callada un momento?  Escuchemos.
         Pero nada se oía hasta que a lo lejos, como si fuera al fondo de un largo túnel, vieron brillar una débil luz, pequeña pero brillante que lentamente se iba expandiendo. La luz se aproximó y los envolvió hasta sentir que  los enceguecía. La oscuridad rebotó  dejándolos de pie, con la linterna todavía encendida, observando el mundo maravilloso que se mostraba a sus ojos asombrados.
         -¿Viste, niñita, que yo tenía razón? No hay nada de qué temer. Mirá, estamos en medio de un bosque. Parecen dibujos de un libro de cuentos. ¡Qué increíble!
         -Sí, Gastón, Es verdad. Estoy bien. Ya no tengo miedo. Esto es como un sueño.
         -Con la diferencia de que no estamos durmiendo, Evelyn. Estamos más despiertos que nunca. ¡Vaya! Esto es increíble.
Estaban en el País de las Maravillas, en la Región del Nunca Jamás de los cuentos de hadas. Por donde pusieran sus ojos había flores,  árboles frutales, fuentes de aguas cristalinas, pájaros que cantaban y pequeños animalitos que los rodeaban jugueteando: ardillas, cervatillos, zorrinos, conejos, mariposas enormes. Los rayos del sol se filtraban entre los árboles formando increíbles  dibujos geométricos que iban modificándose como si fueran realizados por un proyector.
         Corrieron de un lado a otro, felices, olvidados de todo y de todos. Comieron duraznos y frutillas silvestres, bebieron del agua fresca de la fuente, llenaron el bolso con naranjas y uvas y nueces y dátiles.
         -“¿Por qué motivo –pensaba Gastón – papá nos pidió que ni siquiera nos acercáramos a la puerta prohibida?  Esto es demasiado hermoso para ser verdad. ¿Qué está sucediendo?”
         La respuesta no se hizo esperar. A pocos pasos de los niños  apareció repentinamente la imagen de una joven de increíble belleza. Iba descalza y cubría su vestido blanco con ramilletes de las flores más bellas que alguien pudiera imaginar. A pocos pasos de la adolescente, mansamente, caminaban dos pequeñas ovejas.
         -Hola, mis pequeños. ¿Qué están haciendo en mi bosque?
         -Nosotros…
-¿Acaso fueron  invitados? Por favor, no teman y aproxímense. ¿De dónde vienen?
         Evelyn estaba maravillada y muda. Gastón tragó saliva y supo que no debía mentir. A veces le agradaba hacerlo  pero ahora algo le impedía  no decir la verdad.
         -Nosotros estamos viviendo en la…
         -¿En la mansión del tío Frank?
         -¿El tío Frank? ¿Qué tío Frank? Nuestra  hermosa casona a la cual acabamos de mudarnos está a unos pocos pasos de este lugar.
         La jovencita dio otro paso hacia los intrusos  y apoyó sus manos en la cabeza de las dos ovejas
         -¡Ahá! ¿Así que no saben quién es el tío Frank? ¡No puedo creer lo estás diciendo, niñito!
         De pronto Evelyn se cubrió el rostro con las manos y pegó un grito de terror que resonó en el bosque.

                                   

4


         Mientras los gritos de espanto de Evelyn resonaban en el bosque, como si hubiera sido golpeada por un rayo, la imagen de la joven se fue  transformando  en un instante en el de una vieja de aspecto horrible. De su cuerpo cubierto por amplios vestidos rojos y negros se desprendían chispas y un humo gris que despedía un olor insoportable. Las dos mansas ovejitas se habían convertido a su vez en dos mastines de enormes bocazas que despedían asquerosas  babas entre sus dientes afilados.
         -Hola, mis preciosos niños. ¿Creían que estaban en el Mundo de la Fantasía? ¡Qué idiotas! No puedo creer que  sean tan ingenuos.
         -Nosotros…
         -Callate la boca, niño atrevido. Ni se te ocurra dirigirme la palabra.
         Evelyn estaba abrazada fuertemente a su hermano y ambos parecían petrificados por el miedo. La horrible anciana los observaba con ojos maliciosos mientras con sus dedos largos y de  uñas afiladas  sujetaba por la correa a los dos enormes perros.
         -Así que ustedes son los dos primeros y felices viajeros en veinte  años. ¡Veinte años!  ¿Cómo se han atrevido a abrir la puerta prohibida? ¿No escucharon cuando su padre les dijo que jamás lo hicieran?
         -Nosotros creíamos que…
         -¿No te dije que cerraras el pico? Una palabra más y ambos serán un exquisito bocado para mis perros guardianes.  Por ahora quiero que me escuchen palabra por  palabra. Después decidiré qué hacer con ustedes
         La pérfida hechicera  seguía mirando a los aterrorizados niños que no sabían si era mejor que la mujer hablara o que guardara silencio. Por fin volvió a apuntarlos con un largo  dedo para decirles:
         -¿Saben quién construyó la casa donde ahora  viven ustedes? No me contesten. Yo se los diré: el doctor Frank Estein, a quien todos los que vivimos de este lado llamamos cariñosamente  “tío Frank”. ¿Saben ustedes quién es ese sabio doctor? Pronto lo adivinarán. ¿Saben que la puerta prohibida es la entrada a otros mundos? Sí, hay muchos mundos, y  el más increíble de todos es el mundo de los sueños. ¿Podrías decirme, vos,  niñito, el nombre de otros mundos?
         Gastón tenía la lengua paralizada y a pesar de lo que estaba sucediendo, su mente rápida y traviesa iba pensando en cómo zafar de esa horrible situación. Se quedó callado temiendo que si hablaba la mujer lo castigaría.
         -Vamos, hablá. ¿Qué otros mundos existen además del mundo de todos los días en ese pequeño planeta Tierra de donde ustedes proceden?
         -La imaginación, la fantasía, los inventos. También sé, porque lo he leído, que existe el mundo del amor.
         Al oír la última palabra la vieja pegó un grito y comenzó a reír.
         -Ja, ¡el amor!, ¡el amor! ¿Quién te ha dicho que existe el amor, pedazo de tonto?
         -Leí en un libro…
         -¿Quién te ordenó que hablaras? El mundo en el  que ahora  ustedes dos se encuentran  es el mundo de las pesadillas, con la diferencia de que casi siempre despertamos de ellas Pero esta vez no estoy segura de que eso vaya a ocurrir. –Metió una mano en un bolsillo y sacó una manzana negra que comenzó a mordisquear-. El tío Frank era un sabio. ¿Qué digo? Es un sabio, porque todavía vive, pero también es un verdadero demonio. Esa puerta no debía ser abierta jamás por unos simples humanos. La puerta prohibida conduce a innumerables mundos, tantos que aunque vivieran siglos no podrían  visitarlos  a todos.
         -Señora…
         -Sí, mi pequeño, hablá. Te estoy escuchando. Hablá, no temas.- La espantosa vieja ahora trataba de parecer  tan simpática como una dulce abuela. 
         -Mi hermana y yo…
         -¿Cómo se llama esta preciosa criatura?
         -Evelyn. Yo soy Gastón, su hermano mayor. Verá usted. Nuestros padres han ido a la ciudad y volverán al mediodía. Debemos volver a casa  para que no se preocupen. Por favor, díganos por dónde regresar.
         -Bueno, debo pensarlo porque, como les dije antes, nadie sale con vida cuando abre la puerta prohibida. Y con respecto a sus padres me importa un rábano lo que a ellos les suceda. Así que a callar. No se muevan.
         La mujer se retiró unos pasos y se agachó a la altura de la cabeza de los perros. Parecía que hablaba con los animales y de vez en cuando les hacía una señal con la mano en dirección a los chicos.
         Mientras tanto, por un rabillo del ojo, Gastón observó que a espaldas de la mujer había una especie de cabaña oculta entre los árboles. Sólo tenían que salir corriendo y buscar refugio pero, ¿cómo evitar que los perros se hicieran un banquete con ellos? Metió una mano en el bolsillo y tanteó su cortaplumas multiuso. Apretó los dientes dispuesto a todo. Tomó a Evelyn de la mano y cuando estaba por dar el primer paso, la voz áspera y siniestra de la chiflada  anciana lo detuvo:
         -Oh, mi querido Gastón, ¿estás pensando en huir? ¿Cómo es posible que seas tan tonto?  Ni te atrevas a dar un paso, ¿escuchaste?
         En ese mismo instante, desde lo alto de un árbol se escuchó un suave maullido. Los perros levantaron su cabeza y olfatearon. Por un momento nada sucedió, hasta que una gata blanca saltó sobre la hierba y salió corriendo  haciendo zigzag  pero siempre alejándose más y más. Los mastines se soltaron de la mano de su dueña y corrieron ladrando tras su posible presa.
         -¡Titán! ¡Odín! Vengan acá, malditos animales.
         Fue entonces que Gastón le hizo una seña a su hermana y salieron corriendo en dirección a la cabaña. La mujer, que en realidad era muy, pero muy vieja, intentó detenerlos pero los pies ágiles de los chicos pronto la dejaron atrás.
         -¡Deténganse! No escaparán. Pronto los alcanzaré y entonces les juro que no tendré piedad de ustedes…
         Con un fuerte empujón la puerta de la  cabaña se abrió. Al otro lado no había habitación alguna sino un paisaje que ellos nunca habían visto ni siquiera en una película. Un lugar seco y desértico, con escaso verdor y algunas montañas que se mostraban muy a lo lejos.
         Los sorprendió la voz de un hombre:
         -Por favor, ayúdenme.


5

Atado a un árbol había un caballo ensillado y a su lado el cuerpo de un hombre, vestido con armaduras. Estaba tendido sobre una manta y de su pecho brotaba un hilo de sangre.
         -¡Ayúdenme!  Estoy mal herido. Por favor, tengo sed.
         -Señor –dijo Gastón, aproximándose-, acabamos de llegar y no sabemos en donde nos encontramos.  ¿Qué lugar es éste? ¿Quién es usted?
         -¿Acaso son ustedes extranjeros? ¿No saben que estamos a las puertas de Jerusalén? ¿Ignoran que estamos en plena Guerra Santa?
         -Nosotros venimos de Cabana.
         -¿Cabana?  ¿Es un pueblo de Palestina o de Siria o de Roma?
         -No, está en Córdoba, pero díganos qué podemos hacer. No conocemos este lugar.
         -Vení, muchacho, ayudame a sentarme. Luego, te ruego, a pocos metros de este lugar hay un pequeño arroyo. Traeme un poco de agua.
         -Sí, señor – y dirigiéndose a su hermana:- Evelyn, en el bolso tenemos algo de comer. Ofrecele al señor mientras voy a buscar agua. ¿Pero en qué la traigo?
         -Aquí tenés una copa de oro cuyo valor no tiene igual en la tierra - dijo el caballero sacando con esfuerzo un recipiente que ocultaba  bajo su cuerpo-. Algún día, cuando seas mayor, tal vez llegues a saber cuál es  el significado de este  sagrado objeto.
         Sin comprender  una palabra de lo que estaba escuchando, Gastón sólo atinó a salir corriendo:
         -Voy por el agua, en un momento estaré de regreso.
         -Señor – dijo Evelyn -, aquí tengo algunas frutas. Coma, por favor. Nosotros hace poco hemos tomado el desayuno.
         Al momento  el diligente niño volvió con la copa rebosante de agua fresca.
         -Sírvase, señor…
         -Mi nombre es Jean de Goncourt, caballero de los ejércitos que han  venido de Francia a rescatar el Santo Sepulcro de Nuestro Señor. Estamos en pleno siglo XII, más precisamente en el año 1099.
         -Señor, perdone, pero no puede ser.
         -¿Qué estás diciendo?
         -Nosotros somos del siglo XXI. Estamos en el mes de octubre del año 2010.
         -Caramba, eso significa que la fiebre me está consumiendo. No entiendo lo que estás diciéndome, jovencito. Me temo que estoy muerto,  que hace un momento  he dejado el mundo de los vivos.
         -No, señor caballero. Estamos en uno de los mundos posibles.
         -¿Mundos posibles?  Vaya, niño, sos muy inteligente. Explicame lo que acabas de decir. Me parece una idea increíble. Jamás había pensado de ese modo.
         -Pero antes permítame que vea su herida. No es muy profunda.
         -No lo es, pero he perdido mucha sangre y no tengo fuerzas para regresar y reunirme con mi ejército. Si mis enemigos me encuentran no tendrán piedad de mí.
         -Ya hallaremos la solución, ¿no es así Evelyn?
         -¿Evelyn? ¡Qué bello nombre! ¿Cuál es el tuyo?
         -Gastón, Gastón Luna.
         -Miren lo que es el destino. Venir de tan lejos y encontrarme con dos niños que vienen del futuro.
         -Bueno, nosotros vivimos en el siglo XXI y usted  en un pasado muy lejano. ¿Podría decirnos cómo podríamos hacer para regresar a casa?
         -Por favor, señor – dijo Evelyn -, nuestros padres regresarán al mediodía.
         -¡Oh, Dios! ¿Cómo devolver a estas criaturas el favor recibido? No tengo ni la menor idea de cómo escapar de este mundo. Tal vez si tuvieras el valor…
         -Dígame, el valor ¿para qué?
         -Para ir al encuentro de mis hombres. Soy su comandante en jefe y seguramente me estarán buscando.
         -¿Qué desea que yo haga?
         -No, Gastón, por favor, no me dejes sola. Tenemos que buscar una salida para volver a casa.
         -Pero, Evelyn, no podemos dejar a este hombre abandonado. Señor, ¿qué puedo hacer por usted?
         -Acercate, tomá esta daga que tiene grabado mi nombre y cruzá el arroyo de donde sacaste agua. Seguí en dirección a las montañas y apenas te encuentres con una patrulla, con gente que viste como yo, mostrales el arma. De inmediato ellos vendrán a rescatarme.
         Gastón, que era una luz para meterse en líos, no dudó un instante.
         -Señor, salgo de inmediato. Pero, ¿cómo haré para comunicarme con sus hombres si no conozco su idioma?
         -¿Acaso no nos estamos comunicado en la misma lengua, a pesar de todo?
         -Tiene razón. Salgo corriendo, ahora mismo.
         -Gastón, no me dejes sola.
         -No temas, tontita, regresaré muy pronto. Yo también estoy deseando volver a casa.
        

6

         -¡Alto! ¿Quién vive?- gritó un joven militar que vestía una amplia capa blanca sobre sus brillantes armaduras.
         Después de haber caminado sin descanso durante horas, Gastón fue sorprendido por una patrulla  de jinetes que llevaban un estandarte con el símbolo de la cristiandad.
         -Niño, ¿qué hacés en este lugar? ¿Quién sos  y por qué estás vistiendo  esas extrañas  ropas?
         -Mi nombre es Gastón Luna y vengo de parte del caballero Jean de Goncourt. Está herido y necesita ayuda. Él me envió a buscarlos.
         -¿Lo conocés?  ¿Cómo puedo  saber que no estás mintiendo?
         -Sí, tal vez nos quiera conducir a una trampa - dijo otro de los caballeros.
         Gastón guardó un momento de silencio, sabiendo que los sorprendería cuando les mostrara el objeto que ocultaba entre sus ropas.
         -¿Qué es esto, señores? ¿Reconocen la  daga de su comandante? ¿Saben de quién estoy hablando?
         -Mostrámela. Sí, tiene grabado  el nombre de nuestro señor. Vamos, montá en la grupa de mi caballo para partir  sin pérdida de tiempo. Debemos rescatar a nuestro  caballero.  ¡Al galope!
         No mucho después, Evelyn, que se había quedado dormida junto al  herido, se despertó con el ruido de las cabalgaduras. ¿Y quién podría estar saludándola con su mano derecha como si fuera un héroe? Pues su hermano Gastón, al que ella tanto quiere y admira aunque le molesta que cada tanto le diga, “tontita”. Ya iban a hablar del tema.
         -¡Oh, gracias al Señor! Ahí están mis hombres.
         -Señor Conde, finalmente hemos dado con usted. La batalla ha sido muy cruel pero hemos vencido y  recuperado el Santo Sepulcro.
         Quien hablaba era el segundo comandante, Sigfrido de Montpellier, uno de los más valerosos combatientes en la guerra de las Cruzadas.
         -Me siento afortunado –dijo Jean de Goncourt- por haberme reencontrado con  mis hombres y muy especialmente por haber conocido a estos hermosos niños. 
         Los soldados ayudaron a su capitán a montar luego de saludar, cada uno de ellos, a Gastón y Evelyn, poniendo su rodilla en tierra y bendiciéndolos por haber auxiliado al hombre que era al mismo tiempo su jefe y su maestro.
         -Debemos partir – dijo Jean de Goncourt -, la guerra  ha terminado y tenemos que  prepararnos para  regresar a nuestra patria. Lamento no poder indicarles el camino de regreso a vuestra casa. Pero, cualquiera sea el lugar y el tiempo en donde nos encontramos, nunca los olvidaré y en señal de gratitud, permitime, pequeño Gastón, que te obsequie esta daga que conservo desde que mi padre, siendo yo un  niño, me la entregó. Ahora es tuya.
         -Nosotros tampoco lo olvidaremos, señor.
         El grupo de caballeros templarios  regresó por el camino por donde habían llegado. Varios cientos de metros más adelante se detuvieron. El caballero en jefe los saludó una y otra vez agitando su mano.
         -Adiós, buena suerte –dijo Gastón. Los dos hermanos se quedaron abrazados viendo cómo la imagen del los soldados se perdía en la distancia.
         -¿Sabés una cosa, Evelyn?
-¿Qué?
         -Que todo esto es maravilloso, la aventura, esta daga formidable, pero hay algo que no me ha gustado para nada.
-¿Qué no te pareció bien? 
         -Que el caballero  me tratara como a un niño. ¿No escuchaste que me dijo “pequeño Gastón”?
         -¿Acaso no lo somos?
         -Bueno, Evelyn, pronto voy a cumplir once años y por otro lado…
         -¿Qué?
         -Nada, estaba pensando en cómo encontrar el camino de regreso a casa.
         Los hermanos se sentaron y comieron algunas de las frutas que todavía quedaban en el bolso. El sol estaba llegando al ocaso y las primeras sombras de la noche empezaban a insinuarse. De pronto los sorprendió un maullido que creían recordar:
         -¡La gata!
         -¿De dónde vendrá?
         La minina, blanca y de ojos azulados,  fue aproximándose, lenta y confiadamente a los dos chicos que en esos momentos recién comenzaban a darse cuenta de las consecuencias de la travesura que habían hecho. El pequeño animal que les había salvado la vida, se echó a sus pies ronroneando suavemente. Parecía cansada y también con deseos de tener compañía.
         -Evelyn, tal vez ella podría llevarnos de regreso.
         -Sí, ¿pero cómo?  Está tan perdida como nosotros.
         -Se está haciendo de noche y a estas horas mamá y papá nos andarán  buscando por todos lados. Con seguridad que a estas horas la policía estará   preguntando por nosotros en docenas de lugares.
         -¿Qué vamos a hacer, Gastón? Tengo miedo y hambre. No me gusta la oscuridad.
         -Tenemos que quedarnos aquí. No podemos continuar viajando en plena noche.
         La gata se aproximó a Evelyn que la tomó en sus brazos y allí se quedó inmediatamente dormida.
         -Es hermosa, ¿verdad? ¿Cómo se llamará?
         -¡Qué sé yo, Evelyn! Nunca me gustaron los gatos.
         -Llamémosla Caty, ¿te gusta?
         -Está bien, basta de charla. Tengo un cansancio enorme y ganas de dormir.
         -¿Gastón?
         -¿Sí? ¿Qué querés ahora?
         -¿Por qué siempre me decís “tontita”?
         -Porque te quiero, porque sos mi hermana, no lo digo para ofenderte.
         -Entonces, ¿te puedo pedir algo?
         -Sí, dale que tengo sueño. ¿Qué vas a pedirme?
         -Que nunca, jamás, vuelvas a llamarme “tontita”. ¿Sabés? Juralo.
         -Está bien, Evelyn, te lo prometo. Ahora tratemos de dormir un poco. Estoy cansado. Basta de charla.
         Debajo del gran árbol en el  cual habían encontrado al caballero de las Cruzadas herido, los hermanos se quedaron profundamente dormidos. Evelyn con Caty en sus brazos y Gastón con su mano derecha sobre el mango de la daga que había recibido como regalo por su valentía.


7

         Se despertaron al amanecer. El balido de unas cabras y las voces del pastor se aproximaban  al lugar donde nuestros viajeros estaban descansando. Se pusieron de pie, sin saber qué hacer, si correr o pedir ayuda para encontrar el camino de regreso a  su hogar en Cabana.
 Un joven alto y encorvado que caminaba a grandes pasos sostenido en un rústico cayado, les hizo señas amistosas, como diciéndoles que no huyeran, que esperaran  un momento.
         -Gastón, tengo miedo. ¿Qué vamos a hacer?
         -Vos quedate tranquila, sé bien lo que tengo que hacer.
         -Hola –dijo el pastor-,  ¿qué están haciendo por estas soledades? ¿No temen ser atacados por los lobos o por los ladrones?
         -No, no tenemos miedo –respondió Gastón-. Sólo estamos esperando la oportunidad de encontrar una casa, o cualquier lugar que tenga una puerta.
         El joven rió y con una señal ordenó a las ovejas que se detuvieran.
         -Me resultan simpáticos pero extraños, con esas ropas;  jamás he visto a nadie vestir  con algo parecido. ¿De dónde vienen? Tengan confianza, por favor. No teman,  mi nombre es David,  ¿y el de ustedes?
         -Soy Gastón y ella es mi hermana Evelyn. Si tuviera que contarte mi historia no me creerías. Lo único que deseo es encontrar una bendita puerta para continuar nuestro camino.
         -Sí –dijo Evelyn-, queremos regresar a casa pero antes de encontrar una puerta quisiera comer.
         -Bueno, eso será fácil de solucionar – dijo David.  Desprendió de su hombro un bolso de cuero y lo puso sobre un viejo mantel. Depositó un trozo de pan y  otro de queso-. Aquí está mi comida de hoy, pero puedo compartirla. Será un gusto contarle a mi familia lo que me está sucediendo en estos momentos. Siento como si  estuviera viviendo  un sueño dentro de otro sueño. ¡Qué raro!
         -Te entiendo - dijo Gastón-, por momentos a mí me sucede algo parecido.
         -Pero yo tengo hambre – volvió a decir Evelyn.
         -Empiecen a comer mientras les traigo un poco de leche.
         El joven pastor   de un par de zancadas tomó a una oveja que tenía sus ubres hinchadas y colocando debajo un tazón de madera comenzó a ordeñarla. Los chorros de leche tibia caían sobre el recipiente haciendo un ruido que los chicos jamás habían escuchado.
-Aquí tienen, la mejor leche de la tierra más bella del mundo. Beban.
         Los hijos del matrimonio  Luna,  que tal vez en esos mismos momentos estarían  buscándolos por todo Córdoba,  se habían quedado en silencio mientras comían pan y queso de cabra y  cada tanto sorbían tragos de leche como si no hubieran  tomado alimentos durante una semana.
         -¿Así que estás buscando un lugar donde haya una puerta?
         -Sí, pero por favor, no me sigas preguntando el porqué.
         -No preguntaré aunque  me divierte y me asombra la presencia de ustedes y el motivo de su búsqueda.
         -Jamás sabrás lo agradecido que estaremos. ¿Verdad, Evelyn?
         -Sí, es verdad, muy agradecidos por la comida.
         -Entonces sigan su camino. Yo debo pastorear mis animales todo el día. Observen. Detrás de aquellos árboles que están donde aparece un recodo al final del camino, hay un antiguo  templo de la época en que los romanos dominaban este país. Está en ruinas pero aún conserva algunas puertas y ventanas. Si están cansados, allí pueden pasar la noche.
         -Tenemos que irnos –dijo Gastón tomando a  su hermana de la mano.
         -¿Y esa daga? – preguntó el pastor, sorprendido por la belleza del arma que Gastón había colocado entre su pantalón y la camisa.
         -Es parte de nuestra historia, David, me encantaría contártela pero se nos hace tarde. Nos vamos.
         -Pero antes un abrazo. Uno para cada uno.
         -Ha sido una felicidad conocerte.
         -Y gracias por el queso y el pan. Muy rica la leche.
         David se apoyó en su cayado, dio un silbido y de inmediato las ovejas que se habían echado a esperarlo, se incorporaron y comenzaron a caminar.
         Los traviesos hermanos, sin perder un segundo, se encaminaron hacia el viejo templo, derrumbado y ennegrecido   como si hubiese sufrido las furias de un incendio. No había por los alrededores  ningún otro edificio ni persona alguna.
         -Gastón, ¿adónde nos llevará la próxima salida? Estoy cansada y quiero volver a casa. ¿Por qué tantas puertas?
         -No digas “tantas puertas”, Evelyn.
         -¿Por qué no? ¿Acaso no hemos atravesado por varias, todas diferentes?
         -Sí, son diferentes pero es la misma puerta, la puerta que está en nuestra casa, la misma que jamás deberíamos haber abierto.
         -¿Cómo lo sabés, Gastón? ¿Acaso sos tan sabio, vos que leés tan poco?
         -Sí, tenés razón, no leo mucho pero pienso y escucho. Veo televisión, navego por Internet, saco conclusiones. ¿Escuchaste? No hay otra puerta. Es la misma y en algún momento volverá a abrirse y estaremos en casa, felices por haber vivido tantas aventuras.
         -Sí, lindas aventuras. Ya vas a ver lo que nos espera apenas papá nos vea llegar. Ni lo quiero pensar.
         -Vos confiá en mí, Evelyn. Sabés bien que muchas veces nos peleamos, como todos los hermanos. Pero ahora, te lo juro, mi único deseo es protegerte, para que no te pase nada grave. Entremos y busquemos la bendita puerta.
         -¿Dónde está la gata?
         -No sé.
        


8

         El sol estaba en lo alto, señal de que era el mediodía pues poniéndose de pie mirando al norte, cualquier viandante podría deducir que era la hora de almorzar, pero como nuestros héroes habían tomado un suculento desayuno y como el   templete romano no ofrecía ni seguridad ni placer para quedarse en él, Gastón comenzó a buscar  una puerta, cualquiera que pudieran abrir.
 Había, al fondo  de lo que en otros tiempos habría sido, posiblemente,  el altar de los dioses del paganismo, una puerta de madera  que aún conservaba gruesos bajorrelieves con figuras de escenas de la guerra.
         El jefe de la expedición  intentó primero con su cortaplumas pero como no funcionó sacó su daga con la que revisó el contorno de la puerta hasta donde daba su altura. Contra lo que cualquiera hubiera imaginado, sin demasiado esfuerzo,  el ruido de los gastados goznes fue la señal para empujar la placa de madera y salir al resplandeciente sol de otro lugar, de otro mundo, pero  no al mediodía sino a la hora de  un atardecer gris y triste. Nadie sabría  decir en qué lugar  los había depositado el viaje en el tiempo, aunque pronto se dieron cuenta de  que estaban frente a una pequeña necrópolis.
         -¿Qué es eso, Gastón? No me gusta. Es un cementerio abandonado. ¡Vámonos!
         -Esperá, no seas impaciente. Es un cementerio de mascotas.
         -¿Cómo sabés? ¿Ves algún letrero, alguna inscripción?
         -No, niñita, no hay letreros pero sí podemos ver desde aquí algunas imágenes sobre las lápidas. Vi  unas parecidas en una película de terror.
         -Pero yo quiero irme.
         -No nos iremos todavía. Ese lugar debe tener  más de una puerta. Ingresaremos por el portón de entrada, daremos una vuelta y después veremos. Dame la mano.
         El ingreso era un inmenso portal   de hierro forjado que estaba abierto y dejaba ver un largo pasillo frente al cual estaban las tumbas de los animales muertos, quién sabe desde cuándo y de dónde eran, pero estaban ahí.
         Similares a los lugares donde los humanos depositan a sus seres queridos, las lápidas  tenían el nombre y la imagen de aquellos que habían sido la delicia, el amor y la compañía de tantos niños, ancianos, ciegos, mujeres solteras.
         Sobre una lápida de mármol pudieron leer: Bongo, nunca te olvidaré, junto al retrato de un perrito pekinés blanco. Había otra donde aparecían tres nombres: Miki, Tiki y Mini, tres ratones blancos fotografiados sobre un sillón. En una placa habían escrito: Vuestros padres Mickey y Minnie.
         -Mirá, Gastón, ¡qué raro! ¿Habrán sido los hijitos del Ratón Mickey?
         -¿Cómo pretendés que yo lo sepa? ¿Acaso soy adivino?
         -Bueno, no te enojés, preguntaba por pura curiosidad.
         Entusiasmados por todo lo que iban observando,  los niños habían olvidado la urgencia de volver a casa y continuaban sorprendiéndose a cada paso hasta que escucharon algo parecido al llanto de un niño, más bien al maullido de un gato.
         -¿Escuchaste, Evelyn?
         -¿Será  Caty?
         -Puede ser. Sigamos buscando. ¿Por qué grita de ese modo?
         Detrás de un seto de siempreverde había una  lápida de mármol blanco en cuyo centro, sobre un pedestal, aparecía la escultura de una gata y a sus pies el nombre: Ágata. Echada sobre la loza estaba Caty, llorando como un niño llora junto a la tumba de su madre. Cualquier persona que hubiera estado presente habría dejado correr sus lágrimas al comprender que no sólo los humanos extrañan la ausencia de los seres que aman. También lo hacen muchos animales como esta gatita  ahora encariñada con nuestros amigos.
         Evelyn la tomó en sus brazos y comenzó a acariciarla y darle besos. Gastón se había quedado mudo, emocionado y sorprendido porque en ese mismo momento pensó en su mamá, en cuánto la extrañaba, en la pena que sentiría si fuera él quien estuviera depositando un ramo de flores sobre la sepultura  de la persona que más amaba en el mundo.
         -Pobre mamá, tal vez sea ella quien en este momento esté llorando por nosotros. ¡Qué estúpido he sido!
         -¿Decías algo, Gastón?
         -No, no, estoy bien, Evelyn, no dije nada.
         Al  levantar a Caty, pudieron leer una pequeña inscripción  que decía: “A mamá. Tus hijos Mau, Zape y Caty”.
         -Esto es el colmo, Evelyn. Esto no puede ser obra de un animal. Los gatos no construyen objetos ni hacen esculturas ni saben escribir.
         -Es verdad, jovencito- dijo la gruesa voz de un hombre que caminaba hacia ellos. Vestía una larga túnica blanca y lucía largos cabellos y una barba desordenada-. Es verdad lo que has dicho, este lugar no pertenece al mundo de los seres humanos ni ha sido construido por ellos. ¿Comprenden lo que estoy diciendo?
         -Sí, perfectamente  –respondió Gastón, aunque en lo íntimo supo que no estaba tan seguro de su respuesta.
         -¿Entiendes  lo que está sucediendo, ahora, en este lugar?
         -Le aseguro, señor, que tanto para mí como para mi hermana  ya son pocas las cosas que  van a sorprendernos.
         -Sí, lo sé. Esa es la respuesta que esperaba escuchar. Tampoco es necesario que me digan cómo se llaman. Conozco el lugar de donde vienen así como el nombre de sus padres y la historia de la puerta mágica y el resto de las aventuras vividas y de las que todavía los están esperando.
         -¿Otras aventuras? No puede ser. Nosotros no deseamos otra cosa que volver a casa. ¿Podría usted ayudarnos?
         -Yo soy el Guardián de éste y de otros  lugares en el mundo,  y aunque tengo conocimientos y poderes suficientes para ayudarlos,   no lo haré.
         -¿Por qué? – preguntó Evelyn con lágrimas asomando a  sus ojos-. ¿Por qué no quiere ayudarnos? ¿Están castigándonos por las travesuras que hemos hecho?
         -No, mi pequeña. No se trata de castigarlos sino de permitirles que terminen de completar su camino.
         -¿Qué camino?
         -El que deben recorrer los niños inteligentes. Si lo completan sus vidas serán transformadas. Cuando regresen con sus padres ya no serán los mismos. Mucho habrá cambiado en la vida de toda la familia. En este momento no pueden comprenderlo, de manera que sigan juntos y salgan pronto de este lugar. Está anocheciendo y es muy peligroso pasar la noche en un cementerio de mascotas.
         -¿Qué tan malo? –preguntó Gastón colocando la palma de su  mano derecha sobre la daga.
         -Si son tan valientes como para ver a los fantasmas de los animales peleando en la oscuridad de la noche, quédense.
         -No, gracias. Nos vamos. Tengo la esperanza de que usted, señor, nos indique cuál es la puerta que debemos abrir.
         -Así está mejor. Jamás arriesguen su vida en vano. Sigan por donde está el monumento de Ágata. Encontrarán un pequeño galpón donde guardamos las herramientas de trabajo.
         -¡Adiós, señor!
         -¡Buena suerte!
         Sin demorar un segundo salieron corriendo a toda velocidad tomados de la mano, abrieron la puerta de la pequeña habitación   y de inmediato se encontraron en la oscuridad de una noche cerrada. Una luna inmensa y roja alumbraba  lo que parecía ser una extensa planicie, seca y solitaria.


9

Con las primeras luces del alba, los jóvenes aventureros y la gata abrieron sus ojos. Habían dormido durante varias horas pero, al despertar, no se encontraban ni en la antigua Palestina ni en el cementerio de animales   sino en un humilde  poblado  que tenía una larga calle que se extendía hasta el horizonte por donde se levantaba el sol rojo del amanecer.
         -Gastón, ¿qué ha sucedido? ¿Dónde nos encontramos ahora?
         -No tengo la menor idea pero sí sé algo, algo muy importante. Que la vieja bruja tenía razón cuando nos dijo que los mundos están unos al lado de los otros, como las páginas de un libro.
         -¿Estaremos soñando?
         -¿Soñando? Clavá las uñas en tu brazo y verás. ¡Maldición! En qué lío nos hemos metido.
         -No digas malas palabras, Gastón.
         -Digo lo que se me da la gana porque estoy enojado. Vamos, levantá el bolso. Tenemos que continuar. En algún lugar encontraremos a alguien.
         -Gastón, tengo hambre.
         -Yo también. ¡Qué bueno sería tomar ya mismo un desayuno!
         -Café con leche con tostadas, manteca y mermelada y medialunas…
         Los  intrusos en los mundos prohibidos comenzaron a caminar seguidos por la gata. Las casas de adobe, a lo largo de la calle, parecían deshabitadas. Ni señales de un ser humano, de un perro o una columna de humo en alguna chimenea. Era, al parecer, un pueblo fantasma, abandonado quién sabe por qué motivos.
         En algunas casas las puertas y ventanas permanecían abiertas, como si sus moradores hubieran tenido que ausentarse de manera imprevista.
         -Evelyn, voy a entrar a ese edificio. No te muevas.
         -Tené cuidado.
         Gastón empujó la puerta  y entró a un salón en penumbras. Era un almacén de campo, una especie de pulpería, como decían los gauchos en su tiempo. Golpeó una y otra vez el mostrador pero nadie acudió al llamado.
         -Evelyn, mirá lo que encontré. Aquí tenemos alimentos. Traé el bolso. Hay pan y fiambres y galletas y botellas con agua. ¡Rápido!
         -Si alguien nos encuentra pensará que estamos robando.
         -¡No me digas! ¿Y qué creés que estamos haciendo? ¿Te gustaría morirte de hambre?
         Mientras llenaban el bolso con alimentos suficientes para un par de días, Evelyn   creyó escuchar el llanto de un recién nacido en una de las habitaciones.
         -¿Qué es eso? Parece que por ahí hay un bebé. Voy a ver.
         Sin pensar en las consecuencias entraron a un dormitorio donde, en una cuna,  se encontraba una criatura de pocos meses que lloraba y pataleaba con desesperación. Por un momento se quedaron mudos contemplando  la  escena.
         -¿Qué vamos a hacer, Gastón? ¡Pobrecito! Debe tener hambre.
         -Nosotros no podemos quedarnos aquí pero tampoco vamos a abandonar a este bebito. Tenemos que llevarlo con nosotros hasta que encontremos a su familia o a alguien del pueblo que se haga cargo.
         -¡Qué raro! ¿Cómo pueden sus padres haberlo abandonado?
         -Mientras lo averiguamos, Evelyn, hagamos algo. Basta de charla. Mirá, aquí hay una mamadera. Vamos a la cocina a ver qué podemos preparar.
         Encontraron sobre una vieja cocina un recipiente con leche. Había fósforos y maderas para hacer el fuego. En un momento, Gastón encendió la leña, calentó la leche, le agregó azúcar, llenó la mamadera y lo que quedó en el recipiente lo puso en un plato para que Caty tomara su desayuno.
         -Vamos,  Evelyn, traé al bebé. Vamos a darle la leche.
         -¿Será nene o nena, Gastón?
         -Ya mismo voy a averiguarlo.
         Tomó a la criatura que seguía llorando, levantó los pañales y muy serio, le dijo a su hermana:
         -Bueno, se trata de una  mujer, no tengo dudas.
         Sobre la mesa de la humilde cocina dispusieron pan y fiambres. Comieron con apetito y dejaron todo limpio. En el bolso guardaron más  comida, un par de cubiertos, servilletas y ropas  para la niña,  que alguien había dejado limpias y dobladas sobre una silla.
         -Ahora tenemos que continuar. Antes éramos dos y ahora somos cuatro. Nos turnaremos, Evelyn, para llevar a la beba. Es chiquita pero bien gordita y pesada. Vamos, Caty.
         Salieron a la calle principal. El sol a esa hora marcaba la media mañana. El calor comenzaba a hacerse sentir. En pocas horas tendrían que encontrar un refugio a la sombra para descansar. Iban observando casa por casa pero no había ni rastros de presencia humana.
         Sí, parecía un pueblo fantasma, como esos que se ven en las películas, con el viento que barre las calles y arrastra rollos de yuyos de un lado a otro. Pero, unos gritos que venían desde lejos les anunciaron la presencia de una joven mujer que les hacía señas. Vestía alpargatas y  una larga pollera y su cabello  recogido en trenzas que caían sobre sus hombros.
         -¡Mi hijita! ¡Mi hijita! Gracias a Dios.
         La mujer se detuvo unos pasos y observó a los viajeros, al niño y a la niña y a la gata y al bebé que llevaban con ellos.
         -Señora, nosotros…
         -Gracias, gracias. Ella es mi bebé, mi pequeña Camila.
         -¿Qué ha sucedido –preguntó Gastón-, por qué el pueblo ha sido abandonado?  ¿De dónde viene usted, señora?
         -¡Los indios! ¡Los indios nos han atacado!
         -¿Qué? ¿Los indios? – Evelyn no salía de su asombro.
         -Niños, ¿de dónde son ustedes?
         -Bueno, somos de Cabana, pero no sería fácil explicarle por  qué nos encontramos en este lugar. Díganos usted lo que ha sucedido aquí.
         -Yo estaba en el monte, buscando leña, cuando vi la llegada del malón. Algunos pudieron huir y otros fueron hechos prisioneros. Me escondí hasta que esos salvajes se fueron. Pensé que se habían llevado a mi pequeña.
         -Señora…
         -María del Carmen Contreras, para servirles.
         -Señora, en su casa sólo estaba la niña, su Camila. Buscamos gente y como no había nadie, hemos salido al camino  y por suerte la encontramos  a usted.
         -Sí, gracias, niños. Que Dios los bendiga.
         -Sólo tenemos un problema, señora.
         -¿Cuál?
         -Hemos tomado algunos alimentos de su almacén   sin permiso. Ahora mismo se los vamos a devolver. Evelyn, dame el bolso.
         -Por nada en el mundo. Lo que han hecho por mi hijita vale más que toda mi casa. No me deben nada. Pero yo sí, voy a darles algo para que nos recuerden.
         Desprendió de su cuello una medalla y se las entregó. Al tomarla,  Gastón leyó: “Camila. 1878” Se quedó sin habla. No podía ser que horas antes hubieran estado en Jerusalén, en plena guerra de las Cruzadas y ahora se encontraran a fines  del siglo XIX.
         -Señora, María del Carmen, no me diga que estamos en el año 1878. ¿Cómo se llama este lugar?
         -Este poblado se llama La Carlota. Nos encontramos en el sur de Córdoba en medio de una terrible lucha contra los indios. En cualquier momento van a encontrarse ustedes con las tropas del general Roca. ¡Tengan cuidado!
         -¿La conquista del desierto? En un Manual de Historia Argentina leí que…
         -¿De dónde vienen ustedes? ¿Acaso también sus familias han sido atacadas por los indios?
         -No, señora. Como le dije hace un momento, sería muy largo contarle lo que nos viene sucediendo. Tenemos que continuar caminando  hasta volver a casa. Nos gustaría acompañarla pero nuestros padres nos están esperando. Adiós. Gracias por la medalla.
         -Y por la comida.
         Evelyn sintió una extraña emoción. En pocas horas había despertado en ella un intenso cariño por la bebita. Tenían que despedirse para siempre pues, aunque nadie   lo comprendiera cabalmente, los separaba más de un siglo. Jamás volverían a encontrarse.
         -¿Puedo besar a Camila?
         -Sí, pequeña. Pero aún no me has dicho cómo te llamas.
         -Evelyn.
         -Y yo soy Gastón, Gastón Luna, su hermano mayor y ella es nuestra mascota Caty. Adiós.
         -Que la Virgen los acompañe.
         Se despidieron en la mitad de la ancha calle y cada uno siguió su camino. La mujer entró a su casa abrazando con ternura a su bebé y nuestros viajeros en el tiempo siguieron caminando ahora por estrechos senderos abiertos en la inmensa pampa.
         -Evelyn, si mal no recuerdo, en el mapa de Córdoba, la Carlota está en el sur. Entonces nuestra casa en Cabana debe estar hacia  el norte. Bueno, son unos 300 kilómetros, algún día llegaremos.
         -No quiero ni imaginar la paliza que vamos a recibir. Gastón, ¿por qué abrimos aquella puerta?


10

         Por suerte llevaban alimento por lo menos para dos días. Varias horas después, cansados y con pocas esperanzas de volver a tiempo a su casa divisaron,  en medio de un bosque de algarrobos, un rancho de paja y barro al frente del cual se veía el brocal de un aljibe.
         -¡Agua! ¡Agua! Corramos.
         Siguiendo la costumbre de la gente de campo golpearon las manos una y otra vez, pero nadie salió a recibirlos. El pozo  tenía agua abundante de la que bebieron una y otra vez bajando y subiendo el balde colgado en la roldana.
         -Voy a echar una mirada –dijo Gastón, poniendo su mano sobre la empuñadura de la daga con un gesto que hubiera hecho reír a sus padres.
         -Tené cuidado.
         -No hay nadie ni tampoco hay muebles. Este lugar también ha sido abandonado. Vení, Evelyn, aprovechemos para descansar.
         Pero apenas pasaron el umbral de la puerta de entrada, se encontraron no dentro de un rancho de paja y barro sino en un antiguo hospital en el que por todos lados se veía gente extraña, mal vestida y haciendo gestos y morisquetas.
         -¿Qué diablos es este  lugar? Parece un manicomio.
         -Es un manicomio, jovencito –dijo a sus espaldas la voz de un joven médico-. Es el neurosiquiátrico más grande y más hermoso del mundo. Esta es la conocida “CLÍNICA DEL  DR. FRANK ESTEIN.  ¿Vienen a internarse?
         -¿Qué dice? ¿Cómo que es la clínica del doctor Estein? Nosotros venimos de…
         Gastón no pudo completar la frase. Si tuviera que contar la aventura que él y su hermana estaban viviendo, con seguridad que los encerrarían en ese hospital para enfermos mentales por el resto de sus vidas. En un instante pensó en lo que podría decir pero que no dijo:

         -“Nosotros vivimos desde hace un día en un viejo caserón en Cabana. Había una puerta que por ningún motivo debíamos abrir, pero lo hicimos. Nos encontramos en el País del Nunca Jamás, primero con una bellísima joven y luego con una bruja que casi nos hace devorar por sus perros.  Abrimos la puerta de una cabaña y nos encontramos con el caballero Jean de Goncourt en plena Guerra de las Cruzadas, a las murallas  mismas de Jerusalén, en el año 1099 de Nuestro Señor. Al día siguiente nos topamos con David, el pastor, con quien compartimos el queso y el pan de su merienda. Cruzamos la puerta de un templo romano abandonado y quedamos frente a un cementerio de mascotas. Luego, repentinamente aparecimos en plena pampa bárbara, mientras los ejércitos de Buenos Aires luchaban contra los indios en el año 1878. Allí encontramos a Camila, luego a su mamá, obtuvimos comida, viajamos desde La Carlota hasta que encontramos un rancho abandonado, entramos y… ¡hola!, aquí estamos, conversando con usted, doctor…”

         Sin embargo, Gastón se quedó mudo, sin pronunciar  una palabra.  Sólo se atrevió a decir:
         -Mi hermana y yo pasamos por aquí por casualidad. No sabíamos que estábamos entrando a un hospital, doctor…
         -Soy el doctor  Fulgencio Barrientos, egresado de la Universidad Nacional de Córdoba y especializado en enfermedades mentales de caballos y burros…
         -Vamos, Fulgencio –dijo otro señor, también vestido con guardapolvo blanco-, tenés que tomar tus medicamentos. Dejá de hablar tantas pavadas. ¿Y ustedes que andan haciendo por aquí? ¿No saben que está prohibido que los niños ingresen a un hospital de locos? Será mejor que salgan si no quieren que les ponga una inyección y los encierre en una celda de alta seguridad. ¡Fuera!
         Como impulsados por un rayo Evelyn, Gastón y  Caty salieron a toda velocidad, cruzaron la enorme puerta metálica de la sala de internos y llegaron a un parque  abandonado.  Sentada en un banco estaba una joven de extraña belleza, vestida de blanco y con sus manos sosteniendo su cabeza. Parecía estar llorando.
         Los hermanos se miraron y en sus miradas cabían mil palabras. Esa era la joven que habían encontrado en el bosque de los sueños en el País del Nunca Jamás  y que luego se había convertido en una espantosa bruja. Se disponían a salir corriendo cuando la voz de la joven los detuvo:
         -No, por favor, no se vayan. No me teman. Mi nombre es Virginia, tengo quince  años y soy la nieta de una mujer malvada. Ella se roba mis sueños, ocupa mi lugar mientras duermo y sale a recorrer los mundos haciendo daño. ¿Qué puedo hacer? ¿Pueden ayudarme?
         Gastón se adelantó para decirle que recordaba haberla conocido  pero la voz del  médico que los había echado del hospital los interrumpió:
         -Vamos, Virginia, tenés que ir adentro. El doctor Estein te está esperando para la revisación diaria. Vamos, no tengas miedo, nadie va a hacerte daño. ¿Y ustedes qué hacen aquí? ¿No les dije que salieran de este edificio?
         -Doctor Garzón, déjelos un momento conmigo, por favor. Recuerdo haber conocido a estos niños en uno de mis sueños. Sí, los recuerdo claramente y también a la pequeña gata. Ustedes habían abierto la puerta prohibida. Sí, los recuerdo. Sigan su camino. Doctor, déjelos ir, no los retenga, por favor. Ayúdeme, me siento muy cansada…
         Gastón y Evelyn empezaron a correr a través del parque del  hospital para enfermos mentales que tenía el mismo nombre del sujeto que había edificado la vieja casona en la que estaba viviendo la familia Luna. ¡Qué locura!
 Una gruesa tapia rodeaba la edificación de la cual se salía a la calle  por un portón de hierro pintado de verde. Fue apenas rozarlo para volver a  recordar que la bruja tenía razón: hay tantos mundos como páginas en un  libro infinito. Ahora, en segundos, se encontraban en el lugar más inesperado





11

         Con la velocidad del pensamiento habían llegado  a una espesa selva en la que aparecían estrechos  senderos en medio de altísimos árboles, lianas, enredaderas y plantas que mostraban las flores más exóticas y perfumadas que jamás habían visto.
         Gastón y Evelyn permanecían fascinados  a la orilla de un río caudaloso cuyo rumor se hacía escuchar como si fuera una orquesta de innumerables instrumentos.  Por donde ponían sus ojos  veían mariposas y pájaros salidos del dibujo de un genio por la  diversidad de formas y colores que les estaban anunciando la llegada a un mundo de maravillas.
         -¿Dónde estamos, Gastón? Hace un calor horrible y húmedo. No me gusta este lugar.
         -Por lo que sé, o estamos en África o en la Amazonia. Pronto lo sabremos  si no es que antes viene una pantera y nos devora.
         -No hablés, así, Gastón, es una tontería  lo que estás diciendo.
         Evelyn se quedó pensativa observando los movimientos del agua. Pero su mirada serena duró poco porque observó que junto a ellos, se asomaba un enorme animal de más de dos metros de largo y quién sabe cuantos cientos de kilos de peso.
         -Gastón, mirá, mirá. Que pez más raro.
         -No es un pez, hermanita. Es un mamífero del agua.
         -¿Un mamífero?
         -Por supuesto. Es un manatí, lo cual significa que estamos próximos al Río Amazonas. ¿Qué tal? Esto se está poniendo divertido.
         Pero no bien pronunció la palabra “divertido” una enorme anaconda de unos ocho metros de largo  se deslizó entre  los matorrales y se ocultó en la espesura de la selva.
         -¡Vaya susto! Por suerte  esta clase de víboras, aunque son inmensas, no  atacan a las personas. Vamos, Evelyn, busquemos algo para comer, alguna fruta o huevos.
         -¿Huevos? ¿Vamos a comerlos crudos?
         -Por supuesto. Le hacemos dos agujeros y chupamos por uno de ellos. Son exquisitos.
         -¡Puaf! ¡Qué asco!
         -No dirás lo mismo cuando tengas hambre. Te conozco bien. Cuando estás hambrienta no hay quien te soporte.
         El sendero por el que  caminaban  parecía que iba ensanchándose en dirección a  un claro entre los árboles. Les pareció escuchar voces pero por un momento todo quedó en silencio.
         Unos metros más adelante divisaron un conjunto de chozas frente a las cuales permanecía una multitud de nativos  vestidos con sus ropas de gala: guirnaldas, plumajes, pinturas y tatuajes de vivos colores en la piel.  Al ver  llegar a nuestros amigos, un alegre coro de voces de hombres, mujeres y niños empezó a darles la bienvenida al tiempo que alzaban sus brazos en señal de bienvenida.
         -¿Qué sucede, Gastón? Nos están recibiendo como si fuéramos personas muy especiales para ellos.
         -Parece que sí, pero por si acaso no te separes de mí. Dame la mano y ante cualquier señal que te haga, corramos y busquemos una puerta.
         Pero no fue necesario huir. Al frente de la tribu estaba un hombre imponente, cubierto su rostro con una impresionante máscara. Sostenía en su mano derecha una lanza que de pronto alzó y clavó en el suelo en señal de paz. Una joven se adelantó con dos coronas de flores blancas con las que adornó a los viajeros que en estos momentos no tenían ni la menor idea de lo que estaba sucediendo y mucho menos de los que les podría suceder.
         -Bienvenidos, hijos. Bienvenidos – dijo el jefe al mismo tiempo que todos los presentes inclinaban sus cabezas y se ponían de rodillas-. Hace tanto tiempo  que los dioses nos habían prometido su llegada. Han  hecho un largo viaje pero finalmente  estamos reunidos para celebrar el cumplimiento de las profecías.
         Otra joven se aproximó con dos calabazas que contenían un jugo que los chicos bebieron con avidez. Era la bebida más rica que habían probado en su vida.
         - ¡Qué rico! ¡Más!
         Volvieron a servirles. Gastón y Evelyn se miraron con asombro y cierta malicia.
         -¿Qué te parece? Esto sí que ni lo soñábamos. Cuando cuente en la escuela que unos salvajes nos rendían culto como si fuéramos dioses, no me van a creer.
         -Gastón, estás delirando. ¿Por qué siempre te considerás superior a los demás? Sos insoportable.
         -Está bien, Evelyn. No me hagas caso. Sigámosles la corriente para ver cómo sigue esta aventura.
         -Nuestra humilde comunidad - volvió a hablar el que mandaba-, sabiendo por nuestros espías que ustedes estaban finalmente en camino, les ha preparado un almuerzo que espero recuerden para siempre. No perdamos tiempo. ¡A la mesa!
          No había mesas ni sillas pero sí tocones de gruesos  árboles sobre los cuales aparecieron canastos con los alimentos más sabrosos del mundo: carne de tortuga en su propia caparazón, costillas  y jamones de jabalí, pescados a las brasas, frutas que los niños jamás habían probado  pero que les resultaban más que  apetecibles.
         Los hombres bebían algo diferente por lo que en algún momento varios de ellos comenzaron  a quedarse dormidos, otros gritaban  como si estuvieran locos y las mujeres y los niños dele    danzar sin detenerse un momento mientras Gastón y Evelyn seguían comiendo y riendo como si estuvieran en la más divertida fiesta de cumpleaños.
         -Esto sí que es vida, hermanita, me alegro de haber encontrado la llave y abierto aquella vieja y condenada  puerta. ¡Estoy  tan feliz!
         -Yo también, no sé por qué, pero me siento como si estuviera flotando en el cielo.
         La voz del cacique hizo que todos se detuvieran:
         -¡Urumbamba!
         El silencio fue tal que apenas podía percibirse la agitada respiración de los que habían estado bailando.
         -¿Padre? Aquí estoy –dijo un niño de la misma edad de Gastón, pero más alto y fuerte. Se arrodilló frente al hombre y luego se ubicó a su derecha sosteniendo una afilada lanza de bambú.
         -Extranjeros. Este jovencito es mi heredero, mi hijo Urumbamba. A partir de este momento él será el custodio de nuestros visitantes. Que nadie se atreva a molestarlos mientras descansen. Mañana haremos la fiesta que hemos estado postergando durante años.  Seremos la admiración y la envidia de todas las tribus de la inmensa Amazonia.
         Cada familia ingresó a su vivienda. Sólo unos perros que parecían guardianes permanecieron vigilantes mostrando sus afilados colmillos.
        



12

Urubamba condujo a Gastón y Evelyn a una choza recientemente construida. No era grande pero sí limpia y  confortable para descansar. Al centro habían colocado un tapiz  pequeño  sobre el cual estaba  una calabaza con agua y dos recipientes de madera para beber. A los costados, sobre unas esteras de totora habían dispuesto dos especies de colchones rellenos con finísimas plumas de pájaros y mantas de colores para cubrirse durante las horas de dormir.
         -Espero que estén cómodos. Nadie los molestará ni existe peligro alguno. Confíen en mí.
         -¿Sos el hijo del jefe? – preguntó Gastón -. Parece un guerrero poderoso y cruel.
         -Lo es, especialmente con sus enemigos, pero muy fiel con su familia. El es nuestro protector y nuestro guía.
         -Él dijo que sos su heredero.
         -Lo seré, cuando el destino así lo disponga. Así son las leyes que debo obedecer.
         Mientras tanto la pequeña Evelyn se había quedado profundamente dormida. En sueños extendió su mano con la intención de abrazar a Caty, pero la mascota no estaba en ese momento  con ellos.
         -Ahora debo retirarme –dijo el  futuro jefe de la tribu-; volveré antes de que salga el sol.
         -Un momento, por favor –parecía que Gastón estaba suplicando-, quiero que me respondas algunas preguntas. A cambio yo voy a contarte quién soy y de dónde vengo.
         -Está bien. Sentémonos y conversemos como si fuéramos amigos de toda la vida.  ¿Qué querías preguntarme?
         -¿Dónde estamos?
         -Este lugar se llama Yarabana y está junto al río Takatu que conociste al llegar. Es parte de la selva que rodea las naciones llamadas Ecuador y Perú. Aguas abajo, navegando por el Amazonas se cruza todo  el inmenso Brasil hasta llegar al mar. Algún día haré ese viaje en los grandes barcos que navegan cargados de gente y de comida.
         -Hablame de tu padre, el jefe.
         -A él debo total obediencia, pero no es mi padre.
         -Te presentó como su hijo.
         -Sí, pero no es mi padre, mi padre vino de las estrellas, conoció a mi madre y regresó. Tal vez algún día pueda yo tener el honor de conocerlo.
         -¿Y tu mamá?
         -Su nombre era Mia. Murió el mismo día que yo nací.
         -¡Cuánto lo siento, Urumbamba!
         -Está bien, así debió ser. Ella regresó a las estrellas, junto a mi padre.
         Evelyn continuaba durmiendo, ajena al diálogo que los dos hombrecitos mantenían con la seriedad de personas  de mayor edad. A una indicación del custodio de la tribu ambos se pusieron de pie.
         -Debo retirarme, Gastón. Volveré al amanecer. Que duermas bien.
         El niño que venía realizando una larga travesía desde Cabana viviendo una aventura difícil de contar y más difícil aún de creer se tumbó en el lugar reservado para él y se quedó dormido escuchando el armonioso sonido de la selva.
         Muy temprano, lo despertó una mano posada sobre su hombro. Era Urumbamba  que  se sentó frente a él haciendo la clásica señal de hacer silencio poniendo un dedo índice sobre su boca.  Afuera, los ladridos de los perros denunciaban la presencia de gente presurosa, unos juntando leñas, otros preparando los alimentos para la comida de la mañana.
         -No tenemos mucho tiempo. Vos y tu hermana tienen que salir pronto de aquí.
         -Por qué. ¿Acaso no nos prometieron hacernos una fiesta?
         -No habrá tal fiesta, al menos que ustedes decidan quedarse.
         -Por favor, explicate mejor. No entiendo lo que está pasando.
         -Gastón, aunque tenemos posiblemente la misma edad, yo he sido educado desde que nací por los brujos de la tribu. He recibido enseñanzas que tal vez pocos sabios de tu mundo conocen.
         -¿Estás diciendo que también sos un brujo?
         -Aún no lo soy, pero me convertiré en  el shamán de mi tribu.
         -¿Shamán?
         -Sí, seré un hombre de conocimiento. Mi misión es darles un mensaje a los habitantes de toda la Amazonia. Será el comienzo de una nueva era, el nacimiento de un nuevo mundo.
         -¿Quién te ha dado el mensaje? ¿De qué se trata?
         -El dios Yurupari, señor del Sol, me ha revelado en sueños que hoy mismo comenzará mi tarea y ustedes, tu hermana y vos, son parte de mi destino. Si logro salvarlos  seré un hijo digno de los dioses pero si fracaso moriré en medio de grandes sufrimientos.
         -No entiendo. Ayer mismo nos recibieron como si fuéramos dioses y en este momento estás diciéndome que huyamos. ¿Qué está sucediendo, Urumbamba?
         -Algo muy sencillo, Gastón. Somos caníbales.
         -¿Qué?
         -Pertenecemos a una tribu milenaria, los Yonomani,  que  rinde culto a sus dioses ofreciéndoles el sacrificio de seres humanos.
         -¿Sacrificios? ¿Querés decir que…?
         -Sí, lo que estás pensando. Somos antropófagos, ¿sabés lo que esa palabra significa?
         Gastón se puso pálido y sintió que sus piernas se aflojaban. Esto ya era una pesadilla demasiado loca, demasiado absurda. Evelyn se había despertado y se incorporó para escuchar el final del dramático diálogo.
         -Escuchen. Quedan pocos minutos para que se inicie la ceremonia. Conozco el misterio de la puerta que se abre a otros mundos. Sólo yo sé donde está ubicada y sé cómo abrirla. Cuando el jefe y su gente vengan a buscarlos, para llevarlos al altar del sacrificio, este lugar se encontrará vacío. Será el comienzo de un misterio, mi toma de poder en el mundo de la magia.
         -¿Adónde nos llevará esa puerta?
         -No lo sé, pero tienen que salir. Ya. ¡Ahora!
         Un inmenso resplandor abrió una especie de hueco en la choza de madera y juncos. En un instante los hermanitos Luna fueron transportados a miles de kilómetros de distancia.
                                                          
                          
                                                13

         -Gastón, no doy más. ¿Estamos viviendo un sueño, una pesadilla o qué?  Tengo miedo. Quiero volver a casa. ¡Ahora!
         -No, Evelyn, nadie puede tener los mismos sueños que otro. Yo también quiero volver con papá y mamá. También estoy cansado, muy cansado. ¿Dónde estará la puerta, la última puerta que nos regrese a casa?
         -¿Has visto a  Caty?
         -No sé, creí que estaba con vos. ¿Habrá quedado encerrada en el hospital o  extraviado en la selva?
         -Me pareció que corría junto a nosotros. De todos modos, ni locos debemos regresar a ese horrible lugar.
         -Ya la encontraremos a Katy, Evelyn, no te preocupes.  ¿Dónde nos encontramos? Parece que estuvieran filmando una película.
         Se encontraban  en  un  galpón tan  grande como un estadio de fútbol  en el que se veían decorados, luces, equipos de fotografía,  gente atareada, secretarias, tipos de lo más raro que conversaban y reían como si vivieran en el más feliz de los mundos. 
         -Evelyn, no me digas que nos encontramos en Hollywood.
         -Guau, ¡que loco! Mirá si nos invitan a hacer una película para Walt Disney. ¿Te gustaría?
         En esos momentos pasaba un grupo de personas que seguían a un individuo  que parecía ser muy importante pues todos le sonreían como si fuera un dios.
         -Señor Espil Berg – dijo una señorita que llevaba una enorme carpeta-, este es el guión que acabamos de recibir pero, lamentablemente,  nos faltan algunos detalles  para completarlo.
         -Caramba, señorita Whitmann, ¿qué pasó con el libretista?
         -Bueno, el señor Truman está enfermo y no puede terminar su trabajo. Está en cama con fiebre y…
         -Aquí se gastan millones de dólares y nadie hace nada. ¿Qué pasó con los actores? ¿Tampoco han llegado?
         -Señor Espil Berg, los chicos seleccionados viven en Buenos Aires. El avión se ha demorado a causa de una huelga de pilotos de Aerolíneas Argentinas.
         -¡Caramba!  Yo tenía programado empezar la filmación hoy mismo. ¡Qué contrariedad!
         Gastón y Evelyn Luna contemplaban la escena,  boquiabiertos. No podían creer que lo que a ellos les venía sucediendo estuviera repitiéndose  en otro de los mundos posibles. Finalmente, cuando sus padres se enteraran,  comprenderían y los perdonarían por haber desaparecido sin permiso durante tanto tiempo.
         El famoso director dirigió una inquietante mirada hacia  los hermanos Luna. ¡Qué increíble! Esos eran los dos actores que necesitaba para su película. En el mundo entero no podría haber encontrado dos personajes tan especiales, exactamente como él los había imaginado. Tuvo el presentimiento de que su película ya empezaba a ser famosa. Ganaría millones.
         -Chicos, ¿de dónde son ustedes? No me digan que son argentinos.
         -Sí, somos de Córdoba,  vivimos en Cabana,  pero…
         -Ningún pero. A ver, Betty, dame el guión. Veamos. Ustedes… ¿cómo se llaman?
         -Yo soy Gastón Luna y ella es mi hermana menor, Evelyn.
         -Bien, ya nos comunicaremos con sus padres. Por el momento les propongo que sean los protagonistas de mi película. ¿Saben cómo se titulará?
         -No, señor.
         -El título de mi próxima y genial película será; ¡NO ABRAN ESA PUERTA!
         Como tantas otras veces, Gastón y Evelyn se quedaron petrificados. Ahora sí que estaban en un lío mayúsculo. Si actuaban en  la película ellos quedarían para siempre encerrados en la cinta y jamás podrían salir. No habría, entonces,  ninguna posibilidad de regresar a Córdoba. Tenían que buscar la forma de escapar de los estudios  cinematográficos y buscar una puerta, tal vez la última que los depositaría sanos y salvos en el living de su casa.
         -El único problema que tenemos –dijo el señor Espil Berg- es que el escritor encargado de escribir el guión se ha enfermado y nos falta la última escena. Veamos cómo comienza  el argumento.-Se puso a leer a máxima velocidad-.  ¡Ahá! ¡Bien!
         El famoso director continuó leyendo  el  guion que era nada más y nada menos que el relato de las aventuras  que Gastón y su hermana  habían comenzado a vivir desde el momento en que decidieron abrir la puerta prohibida. ¡No podía ser! Era como si alguien los hubiera estado siguiendo y anotando cada paso, cada episodio, la descripción de los diferentes lugares,  el nombre de cada personaje.
         -Como vemos –concluyó el director-, las indicaciones   terminan cuando los chicos ingresan al set de filmación, se encuentran con el director, etcétera, etcétera. Pero nos falta la última escena, el momento en que los protagonistas abren la última puerta y se encuentran en  su hogar antes de que sus padres regresen.
         -“Está loco-pensó Gastón-, nosotros hace días que estamos perdidos. ¿Cómo vamos a estar en casa antes que papá y mamá abran la puerta de entrada”?
         -Por ahora –continuó el señor Espil Berg - vamos a tomarnos un breve descanso. Por favor, lleven a los niños al comedor para que almuercen con los demás  artistas.
         Amablemente, la señorita Whitmann condujo a los viajeros en el tiempo a un amplio restaurante donde un grupo numeroso de personas estaba comiendo. ¡Recórcholis!, como dicen en las historietas. Allí estaban correctamente vestidos con sus disfraces nada menos que la joven y bella Virginia,  también la actriz que hacía de bruja, el famoso actor que representaba al conde Jean de Goncourt, el joven caballero Sigfrido de Montpellier,   la actriz colombiana que haría el papel de  María del Carmen Contreras y la pequeña Camila, cuya madre verdadera estaba en ese momento dándole el pecho. David, sentado cómodamente en un sillón fumando un cigarrillo.  Y el actor que haría el papel del loco, el falso doctor Fulgencio Barrientos,  y el corpulento doctor Garzón y…Caty, la gata blanca que estaba  siendo alimentada con leche y trozos de carne cruda.
         En una mesa separada del resto comía distraídamente un grupo de actores vestidos de indios amazónicos y riendo a carcajadas con ellos el futuro cacique Urumbamba. Y qué decir del anciano Guardián que habían conocido en el cementerio de mascotas. Pero cómo no reconocerlo, si era el famoso actor de películas de terror, ¿cómo diablos se llamaba?
         Todo el mundo comía y charlaba y nadie prestó la mínima atención a los hermanitos Luna, como si jamás los hubieran visto, y algo peor: como si no existieran.
         -Evelyn, escuchame atentamente. Vamos a pedir permiso para ir a lavarnos las manos a un baño y en cuanto estemos a salvo, abriremos la primera puerta que encontremos. ¿Escuchaste? La primera puerta, no importa cual sea. Saldremos de este edificio dentro de unos minutos. Si nos quedamos en este lugar  viviremos  prisioneros en una película y jamás  regresaremos  a Cabana.
         -Gastón, te estoy escuchando. Pero tengo sed.
         -Tomá un vaso de Coca Cola y vayamos saliendo como si no tuviéramos apuro. Así, sonriendo, paso a paso. Mirá, frente a nosotros, esa puerta donde se lee la palabra: EXIT. A la una, a las dos, a las tres… ¡Ahora!



14

         Alrededor del mediodía el matrimonio Luna regresó de su viaje al centro de la ciudad.  Estacionaron el auto bajo la sombra de los árboles y abrieron la puerta de ingreso.
         -¿Qué habrán hecho  los chicos? Imagino que estarán muertos de hambre – dijo Matilde mientras bajaba las bolsas con compras que acababan de hacer en un supermercado en Río Ceballos.
         -Lo único que espero es que todo esté en orden.
         Lo que el señor Luna no sabía es que nada estaba en el orden en  que él suponía que  el mundo debía estar. Tirados en el sillón rojo, profundamente dormidos, uno en cada punta estaban Gastón y Evelyn. ¿Descansando? ¿Soñando?
         -Pero mirá vos, Matilde, este espectáculo. ¿No te parece increíble?
         -Qué les habrá pasado. Están sucios, mugrientos, con la ropa hecha jirones.
         -¡Gastón! ¡Evelyn! – Despierten – gritó con su voz de trueno el jefe de familia. ¿Qué les ha pasado?
         Los niños abrieron apenas sus ojos. Miraron a sus padres con gestos  extraviados pero a la vez felices por estar nuevamente  junto a ellos.
         -Gastón, ¿qué demonios han estado haciendo? Nos hemos ausentado durante apenas tres horas y los encontramos aquí tirados, sucios, oliendo a mugre y sudor.
         -Hola, mamá – dijo Evelyn y corrió a los brazos de su madre-. Te extrañé tanto. ¡Qué alegría me da volver a verte!
         -Mi amor, pero si hace apenas un rato, después del desayuno que los hemos dejado solos. ¿Tanto nos extrañaron?
         -Bueno…este…sí, mamá. Es que para nosotros es como si hubieran pasado varios días.
         -¿Varios días? – preguntó el señor Luna levantando sus cejas  en gesto de asombro. ¿Varios días?
         Gastón y Evelyn se miraron y aunque no se habían hecho promesa alguna de guardar silencio, dejaron que las cosas siguieran su curso.
         -Esto es muy raro, chicos. ¿Cómo pueden haber estropeado sus ropas en pocas horas? ¿Acaso han salido fuera de casa? – preguntó Matilde.
         -Y esto, ¿qué demonios son estos objetos?
         El sorprendido y ahora enojado padre tomó el vaso vacío de Coca Cola y leyó: Estudio Star Dream. Hollywood. ¿De dónde han sacado este vaso? ¿Y esta medalla? : “Camila. 1878”.  Decime, Gastón, ¿quién te ha dado esta daga? ¿Te das cuenta del valor que tiene? Mirá lo que dice aquí,  grabado en la empuñadura: “Conde  Jean de Goncourt- 1049”.
         -No te enojes, querido – suplicó la esposa del señor Luna-, que los chicos nos expliquen  lo que les ha sucedido. Tené un poco de paciencia, por favor.
         -Matilde, siempre defendiéndolos, especialmente a vos, Gastón. ¿Es que nunca vas a aprender?
         En ese instante, por la mente del chico volvió aquel  momento  en el estudio de filmación, cuando el director decía que al guionista le faltaba completar la última escena de la película ¡NO ABRAN ESA PUERTA!, la escena  en la que los padres regresan  y se encuentran con sus hijos. Si el señor Espil Berg estuviera presente sería el director de cine más feliz del mundo.
         -Mi paciencia está llegando a su límite, Gastón. O me explicás lo que vos y tu hermana han estado haciendo, cuándo y dónde, o vas a saber quién es tu padre.
         -Papá –dijo Evelyn poniéndose de pie-, ni se te ocurra pegarle a Gastón.
         -¿Qué estás diciendo? ¿Cómo te atrevés a hablarme de esa manera? ¡Mocosa!
         -Seré una mocosa para vos, papá. Pero ni se te ocurra pegarle a mi hermano.
         -¿Pero qué les sucede? Ustedes dos se llevaban como perro y gato y ahora  parecen  tan unidos, tan cómplices.
         -Bueno, así son las cosas ahora, papá –contestó la niña volviendo a sentarse junto a su madre.
         -Querido, ¡por favor! – trató de intervenir la señora Matilde.
         -Vos no te metás, porque la conducta de tus hijos es consecuencia de haberlos protegido y defendido cuando no debías.
         -Bueno, está bien –dijo Gastón-. No es bueno que los padres se peleen delante de sus hijos. Así que tomen asiento, pónganse cómodos. Papá, ¿querés que te sirva un vermú con soda  y  un poco de hielo? Mirá que el asunto va a ser largo. También voy a traerte unas aceitunas, un plato con  papitas saladas  y trocitos de queso.
         Evelyn  le hizo a su mamá un gesto de complicidad. Se sentó bien erguida dispuesta a escuchar  el relato  de su hermano.
         -En fin, no sé por dónde empezar. El asunto es que no me van a creer ni una sola palabra. Resulta que cuando ustedes apenas salieron a realizar los trámites en la ciudad Evelyn y yo…
         En ese momento, detrás del sillón rojo apareció Caty ronroneando mientras con su cuerpo rozaba las piernas de Gastón. El señor Luna pegó un salto en su silla.
-¿Y esta gata de dónde salió?

*


                  


              



        





        



















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